Blogia

EROTIKA. RELATOS Y PENSAMIENTOS

UNIDOS

UNIDOS

Te acercas desnudo a mí, con un sólo objetivo, desnudarme para hacerme tuya. Ni siquiera sabes que debajo del vestido no llevo nada, porque he decidido sorprenderte. Pasas tu brazo por mi espalda, buscas la cremallera del vestido y la deslizas despacio hasta el final, mientras nuestros labios se unen en un intenso y apasionado beso. Ese beso que eriza mi piel y la tuya también, ese beso que nos excita. Cuando vuelves a colocar tu mano alrededor de mi cintura, te das cuenta, sientes mi piel desnuda y eso te excita aún más. Coges el tirante del vestido con delicadeza y lo deslizas despacio por mi brazo hasta quitármelo, dejando libre mi seno, lo acaricias suavemente antes de deslizar la otra mano hacía el otro tirante y me das otro beso apasionado. Deslizas el otro tirante hacía abajo y dejas que el vestido caiga al suelo. La imagen de mi cuerpo desnudo te subyuga, quieres perderte en él, perderte para siempre en mi cuerpo, perderte para siempre conmigo. Tu sexo se hincha aún más y eso me excita a mí, estoy a mil y sólo deseo tenerte dentro, quizás por eso no quiero perder más tiempo, y acerco mi boca a tu oído suplicandote que me hagas tuya. Enredo mi pierna alrededor de tu cintura, tu sexo queda erecto a la altura del mio, lo guias con maestria hasta mi vulva y muy despacio me penetras. Somos dos en uno, tu y yo. Unidos por la pasión que nos envuelve formando uno sólo. Te susurro que te amo y ambos deseamos que este momento sea eterno...

IMÁGENES 2 (La venganza)

IMÁGENES 2 (La venganza)

 

 

Entro en la habitación dispuesta a despertarte, pero la imagen que me encuentro ante mí me sorprende más de lo que esperaba. Estas desnudo sobre la cama, destapado, mostrándome tu sexo semierecto; los ojos cerrados, sonriendo, como si estuvieras en uno de tus mejores sueños. Inmediatamente mi mente empieza a maquinar una pequeña maldad.

Me desnudo despacio tratando de no hacer ningún ruido que te pueda despertar, aunque sé que tu sueño es bastante profundo y el ruido de la ropa deslizándose por mis cuerpo difícilmente te despertará. Me quito la blusa, desabrochando despacio los botones, luego el pantalón tejano, ese que tanto te gusta y se ajusta perfectamente a mis piernas y mi culo, haciendo que este destaque; voy dejando mi ropa junto a la tuya, me desabrocho el sujetador y me lo quito, deslizando los tirantes suavemente por mis brazos, me quitó por fin la braguitas y cuando estoy totalmente desnuda me deslizo despacio sobre la cama y sobre ti. Lo hago muy lentamente, porque no quiero despertarte hasta el momento justo, y sólo con imaginar ese instante mi sexo se humedece de deseo. Rozo tu rodilla con mi seno y temo que te despiertes, por eso me detengo unos segundos. Tú sigues dormido, así que continúo. Llego hasta tu sexo, lo huelo suavemente y siento la tentación de lamerlo, pero deshecho la idea porque no es así como quiero despertarte. Sigo avanzando, tú sigues dormido, inmóvil y con una dulce expresión de bienestar en tu cara. Llego a tu pecho y respiro el dulce olor de tu colonia que me embriaga. Mis senos están sobre tu pecho y al sentir el roce de tu piel mis pezones se eriza por el deseo. Mi sexo queda por fin a la altura de tuyo y me siento sobre él, cojo uno de los pañuelos de seda que guardo en la mesita de noche y te ato una mano cuidadosamente, luego paso el pañuelo por los barrotes de la cama y te ato la otra, oigo como suspiras, te conozco y sé que estás a punto de despertarte; restriego mi sexo sobre el tuyo plácidamente excitándome aún más de lo que ya estoy. Te beso suavemente en el cuello, luego junto al lóbulo de tu oreja y poco a poco siento como te vas despertando, mi plan ha salido a la perfección, te beso en los labios y tus ojos se abren por fin.

- ¡Uhm, cariño ¿Qué haces?! – Preguntas aún medio dormido.

- Intento despertarte – te respondo, mientras mi sexo sigue restregándose contra el tuyo, estoy a mil y lo único que deseo es follarte salvajemente, mientras tú permaneces atado y sin poder tocarme.

Sonrio pícaramente y entonces te das cuenta de que tienes las manos atadas.

- Vaya, ¿Pretendes torturarme? – Preguntas entrando en mi juego.

- Sí, como hiciste ayer conmigo – te respondo con una sonrisa traviesa.

Sigo moviéndome sobre tu sexo, haciendo que mis jugos se mezclen en él, tratando de excitarte y ponerte a mil, como a mí me gusta.

- Buff, cielo, me estás poniendo a mil.

- ¡Uhm, es lo que pretendo! – Anunció con una sonrisa maliciosa.

Decido descender por tu pecho, besándolo y chupeteando tus pezones, primero uno y luego otro. Sabes perfectamente lo que voy a hacer y te maldices a ti mismo por haberte quedado dormido completamente desnudo. Te tortura tener las manos atadas y no poder tocarme ni acariciarme, pero a la vez te excita pensar que yo tengo todo el poder y que voy a hacer contigo lo que quiera.

Por fin mi boca queda frente a tu sexo, saco mi lengua y lo lamo. Siento el sabor de mis jugos impregnados en él. Te observo y veo como te excitas, como deseas enredar tus manos en mi pelo para obligarme a tragar tu sexo, pero no puedes hacerlo, las ataduras no te lo permiten y un gemido de decepción sale de tu boca. Así que sigo lamiendo tu sexo, que erguido vibra de deseo. Lo tomo con una mano y lo acaricio sin dejar de observarte, veo como cierras los ojos por la impotencia de no poder dominar la situación, y es en ese preciso instante cuando rodeo tu glande con mi boca y empiezo a chupetearlo. Oigo tu gemido de satisfacción, y sonrío para mí misma al sentirme dueña de la situación. Sigo chupando tu miembro, deslizo mi boca sobre él, arriba y abajo, y lo hago despacio, deleitándome en su sabor, tratando de hacerte sufrir porque no lo hago como tú quieres. Te observo y veo como mueves tus manos atadas, tratando de zafarte de los nudos, pero no puedes. Sigo chupeteando hasta sacar el glande de mi boca, y entonces lamo el tronco con suavidad, desciendo hasta tus huevos y los lamo también, a continuación los chupeteo mientras tú gimes excitado. Vuelvo a ascender lamiendo hasta el glande y de nuevo me introduzco tu verga dentro de mi boca. Empujas con tu pelvis haciendo que tu pene entre más en mi boca, estás a mil, más excitado de lo que nunca has estado, lo sé porque te oigo gemir como nunca antes te había oído. Dejo de lamer tu sexo y vuelvo a colocarme sobre él, haciendo que mis labios vaginales lo rocen suavemente. Veo el deseo en tus ojos y las ganas de tocarme, acariciarme, etc., pero también puedo ver tu impotencia al no poder hacerlo. Suspiras al sentir como mi sexo se frota con el tuyo.

- ¡Oh, cielo, me muero por follarte! – Musitas.

- Ya lo sé pero es que me encanta verte así.

Es mi venganza por tu castigo de hace un par de días, ahora soy yo la que quiere castigarte, por eso juego contigo. Cojo tu sexo y rozo el glande contra mis labios, lo embadurno de mis jugos y lo sitúo a la entrada de mi sexo. Hago ademán de descender sobre él, pero inmediatamente me elevo y alejo mi sexo del tuyo. En tu cara se dibuja la decepción. De nuevo vuelvo a colocar tu glande en la entrada de mi sexo para a los pocos segundos volverlo a alejar, repito el juego varias veces, mientras tu excitación va subiendo poco a poco hasta que de nuevo me vuelves a suplicar.

-    Cariño, no puedo más…

Te sonrío picaramente y decido ser un poco piadosa contigo, por eso acerco uno de mis senos a tu boca. Tú sacas la lengua y empiezas a lamer mi pezón, dejo que te deleites saboreándolo, chupeteando mi pezón, lo que hace que me excite y empiece a gemir. Veo en tus ojos el triunfo pintado y acerco mi otro pecho a tu boca para que repitas la operación. Entre tanto mi mano acaricia tu sexo arriba y abajo, quiero que sigas muy excitado, tanto que me supliques que te deje follarme.

La pasión va subiendo poco a poco en la habitación. Cada vez me siento más enardecida y en realidad, me muero por tenerte dentro, pero también quiero hacerte sufrir un poco más. Me elevo quitándote mi seno de la boca y restriego mi sexo húmedo sobre el tuyo, tú notas mi humedad sobre tu verga, mientras yo me deleito en la sensación que la fricción entre nuestros sexos me causa. Y mientras sigo rozándome contra tu sexo, acaricio todo mi cuerpo desnudo. Tú me observas excitado, mis manos soban mis senos y cierro los ojos sintiendo como el placer me llena. Y entonces me suplicas:

-   Quiero follarte, cielo. Quiero metértela.

Pero yo no quiero que me la metas aún – te digo sensualmente – quiero verte sufrir un poquito más.

Me tumbo sobre ti, separando mi sexo del tuyo, te beso y vuelvo a erguirme.

- Venga, cariño – me suplicas nuevamente.

Sonrío picaramente y finalmente accedo. Guío tu sexo hasta el mío y desciendo sobre él despacio, una, dos, tres veces, hasta que te tengo completamente en mí. Tú sonríes victorioso. Empiezo a moverme despacio, sintiendo como tu sexo entra y sale de mí con lentitud. Vuelvo de nuevo a acariciar todo mi cuerpo desnudo, sobo mis senos y los estrujo, deleitándome en la sensación de mis manos sobre ellos. Luego desciendo hasta mi sexo y comienzo a acariciarme el clítoris. Me detengo en mis movimientos y acercando mi boca a la tuya te beso apasionadamente y hago que tu sexo salga casi completamente de mí. Te beso profundamente en los labios, y luego sigo por tu mejilla, desciendo hasta tu cuello y lo lamo. Tú te estremeces y empujas hacía mí haciendo que tu sexo entre un poco más en mí. Estas sediento de sexo y de placer, sediento de mí, pero yo prefiero darte el elixir poco a poco. Vuelvo a erguirme y cabalgo despacio sobre tu verga, acariciando todo mi cuerpo. Te observo; estás gimiendo de placer, te muerdes el labio inferior y sé que deseas que vaya más deprisa, pero yo prefiero seguir con este ritmo lento que me hace sentir como tu sexo entra suavemente en mí y sale con la misma lentitud, rozando las paredes de mi vagina.

Acerco mi boca a la tuya, tu sexo está de nuevo a punto de salirse de mí, sólo tu glande permanece en mi interior y entonces te preguntó:

- ¿Quieres más? ¿Quieres que vaya más deprisa?

- Sí – musitas tú excitado.

Vuelvo a elevarme y de nuevo cabalgo, primero lentamente y luego acelerando los movimientos. Ambos estamos a mil, ambos deseamos llegar al orgasmo, pero la sensación de tener el control me gusta demasiado como para dejar que termine todo ya. Poco a poco, ambos empezamos a gemir excitados, cabalgo sobre ti y te hago creer que esta vez llegaremos al final. Y realmente consigo llevarte hasta el límite del placer, pero justo en ese momento me detengo, saco tu sexo de mí y una mueca de decepción se dibuja en tu rostro.

Decido ponerme de espaldas a ti, sentándome sobre tu sexo, que guió hasta mi húmedo sexo introduciéndomelo. Desciendo y empiezo a moverme arriba y abajo, primero despacio, mientras me acaricio el culo. Sé cuanto te gusta mi culo redondo, como te gusta observarlo y acariciarlo, por eso te lo muestro obscena mientras me introduzco un dedo en el ano y sigo cabalgando sobre tu pene. Poco a poco voy acelerando mis movimientos; ahora sí, quiero correrme, dejar volar el placer para que atraviese todo mi cuerpo y el tuyo. Cabalgo cada vez más deprisa sobre tu sexo, mientras apoyo mis brazos sobre la cama, entre tus piernas abiertas. Empujo con fuerza, haciendo que tu sexo entre en mí una y otra vez. Gimo, gimes, la habitación se llena de jadeos y gemidos placenteros, hasta que me sobreviene el orgasmo y siento como las paredes de mi vagina estrujan tu verga hinchada; tú también lo sientes, por eso tu pene se hincha aún más, empujas contra mí y te corres también, gimiendo y gritando de placer, deseando tocarme, abrazarme, pero tus manos siguen atadas a los barrotes de la cama y eso te desespera.

Cuando dejó de convulsionarme, y mi cuerpo se tranquiliza, me acercó a ti, te desato las manos y por fin puedes abrazarme. Acaricias mis mejillas y me besas apasionadamente, luego me preguntas:

- Y ¿ahora que?

- Ahora… no lo sé.

Erotikakarenc (Autora TR de TR)

IMÁGENES 1 (El castigo)

IMÁGENES  1 (El castigo)

 Me excita verte en esa postura y no puedo dejar de mirarte. Estática, quieta ante mi, esperando a mi próxima orden. Tus manos posadas en el borde de la barra del bar, tratando de aguantar el peso de tu cuerpo, la blusita semitransparente que te regalé, el cinturón de eslabones que te compraste hace medio año y los zapatos de tacón; las piernas dobladas hacía afuera para que pueda observar ese magnifico culo  que abierto se muestra ante mí. Mi sexo está a mil, totalmente erecto. El silencio reina en la habitación y sólo se oye el ruido de mis pasos y tu respiración pausada. Me acerco a ti, y con el látigo que llevo en la mano acaricio la raja de tu culo. Te estremeces y me siento triunfante por lograr ese efecto en ti.

- Julio, por favor, me duelen los brazos y las rodillas – suplicas.

- Ya lo sé, pero eso forma parte del castigo, si te hubieras portado bien ahora no estarías así – contesto a tu suplica con dureza.

Suspiras al comprobar que tu ruego no obtiene resultado. Me arrodillo tras de ti y colando mi mano por entre tus nalgas alcanzo tu sexo y empiezo a acariciarlo, mientras te susurro al oído:

- Ni se te ocurra gemir o excitarte.

Afirmas con la cabeza tratando de controlar tus emociones. Estás excitada y en realidad deseas que te penetre ya, que te haga mía,  pero sabes que no lo voy a hacer, aún no. Te muerdes el labio inferior porque deseas gemir, pero no puedes; mis dedos hurgan en tu sexo y se introducen en tu agujero vaginal. Suspiras acallando un gemido y yo muevo mis dedos dentro y fuera, una y otra vez, acelerando cada vez más el ritmo para comprobar hasta donde eres capaz de soportar. Mueves tu cabeza hacía adelante y atrás, suspiras cada vez más rápidamente. Sé que te estás excitando y que tratas de luchar contra ello, pero no puedes y menos cuando mis labios se posan sobre tu cuello y con la lengua lo acaricio. Toda tu piel se eriza y finalmente:

- ¡Ah! – Un gemido escapa de tu garganta.

 - ¿Qué te he dicho, zorrita?

- Que no gimiera ni me excitara – respondes como una gatita obediente.  

- Muy bien – me pongo en pie y doy un latigazo en el suelo, muy cerca de tu hermoso culo.

Al sentir el aire que el látigo hace te revuelves, seguidamente tiro de tu pelo obligándote a echar la cabeza hacía atrás. Me bajo la cremallera del pantalón, saco mi sexo erecto y te ordeno:

- ¡Chúpalo! Tú, obediente, sacas tu lengua, acerco mi verga y empiezas a lamer.

Sé que la postura es incómoda, que hace que te duelan las cervicales, y que el dolor de mi mano tirando de tu pelo también es molesto, pero me gusta torturarte de esta manera. Suelto tu pelo, ya que sólo alcanzas a lamer un poco el tronco y eso no me satisface lo suficiente. De nuevo me arrodillo junto a ti, y cogiendo el látigo lo paso por entre tus piernas, lo sujeto por cada extremo, lo coloco de modo que pase por entre tus labios vaginales y roce tu clítoris y seguidamente empiezo a moverlo, primero despacio, luego aumento el ritmo adelante y atrás, oigo como empiezas a gemir. Cuando te das cuenta, intentas acallar tus gemidos resoplando y suspirando. Me detengo y te pregunto:

- ¿Te excita esto, cariño?

 - Sí – musitas inevitablemente.

- Bien – añado con picardía, mientras sigo moviendo el látigo hacía delante y hacía atrás.

Oigo que te quejas por lo incómodo de la postura y finalmente te ordeno:

- Anda ponte en pie, pero con la cabeza apoyada junto a tus manos en la barra.

Obedeces y me muestras tu culo y tu sexo en primer plano, lo que hace que mi pene aún se tense más. En realidad, deseo follarte ahora mismo, pero no puedo, no debo hacerlo, tengo que mantener el castigo para excitarte hasta que no puedas soportar más y me supliques que te folle. Ese es mi objetivo que te excites y me pidas que te lo haga.  

Vuelvo a coger el látigo y de nuevo lo coloco entre tus piernas. Lo muevo suavemente durante unos segundos, después aumento el ritmo, hasta conseguir que gimas y entonces te pregunto:

- Dime, como te excita más, así… - hago una pequeña pausa mientras muevo el látigo despacio - …o así… - y vuelvo a moverlo pero está vez más rápidamente.

- Ah! – gimes – por favor Julio, fóllame ya – suplicas excitada.

- ¿Quieres que te folle? – Te pregunto orgulloso y feliz de ver que he conseguido lo que deseaba.

- Sí – musitas excitada.

Sacó el látigo entre tus piernas y me preparo poniéndome detrás de ti. Te sujeto por las caderas y dando un fuerte empujón te penetro con ímpetu, permanezco inmóvil y me recuesto sobre tu espalda. Acerco mi boca a tu oído y te interrogo con voz sensual:

- ¿Es esto lo que quieres?

- Sí – respondes.

Pero antes de que te des cuenta, saco mi sexo de ti con el mismo ímpetu que he utilizado para penetrarte. Gimes al sentirlo y pareces decepcionada. Me encanta verte así, ansiosa por sentirme y desesperada porque no te dejo llegar al éxtasis. Tus mejillas se sonrojan y piel se eriza, estás preciosa. Repito la operación y te penetro bruscamente, de nuevo gimes, y esta vez doy tres fuertes embestidas que te hacen gemir más aún. Nuevamente retiro mi sexo del tuyo. Y otra vez siento en tu gemido la desilusión que mi actitud de causa. Espero unos segundos y vuelvo de nuevo a penetrarte, doy otras tres fuertes embestidas y abandono tu sexo.

- Por favor, Julio – suplicas desesperada y a mi me encanta oír la desesperación en tu voz, oí tus suplicas, sentir que me necesitas, que me quieres, que me deseas.

- ¿Quieres más? ¿Quieres que termine? – Te pregunto.

- Sí – aúllas

- Bien, puedes levantarte – te ordeno.

Me obedeces y te incorporas agradeciendo la nueva postura, ya que tenias los riñones adoloridos.

- Bien, vamos – te digo tomándote del brazo y llevándote casi en volandas hasta nuestra habitación.Por el camino observo tu culo redondo y prominente. Me pone a mil con sólo mirarlo y siento como mi sexo se alza erecto, ansioso por darte ese placer que tanto deseas. Llegamos a la habitación y te ordeno:

- Ponte en cuatro sobre la cama, en el borde a ser posible.

Tú obedeces y te sitúas a gatas con las rodillas en el borde de la cama. Por fin decido liberarme de mis pantalones, bajo los que no llevo nada. El resto de la ropa me la dejo puesta, porque sé como te gusta hacerlo cuando estoy semidesnudo.

Me acerco a ti y acaricio tu sexo suavemente con un par de dedos todo tu cuerpo se eriza al sentirlos, luego los deslizo hasta tu clítoris y lo masajeo. Gimes de placer, sé que tienes los ojos cerrados y que deseas que te lleve al máximo placer, pero finalmente dejo de acariciarte.Empiezo nuevamente el juego de penetrarte con rudeza, arremetiendo unas tres o cuatro veces y abandonando luego tu sexo. Repito la operación mientras oigo como gimes, sé que estas excitada, muy excitada, tanto que en cualquier momento serías capaz de correrte, lo sé. Y esta vez en lugar de sacar mi sexo de ti me detengo y te pregunto:

- ¿Es esto lo que querías, zorrita?

- Sí – gimes – sigue, por favor - suplicas

- Está bien – acepto.

Vuelvo a penetrarte con fuerza, tanta que te echo sobre la cama, y nos quedamos así, tumbados, yo sobre ti, tú debajo, piel contra piel en una unión perfecta. Doy tres fuertes embestidas y me detengo. Beso tu cuello, tu gimes, vuelvo a dar tres embestidas más y de nuevo me detengo. Me quedo inmóvil un rato, sé que tú estás a mil, siento como tu sexo se contrae entorno a mi verga y entonces empiezas a gemir, noto como tu vagina estruja mi verga, te estás corriendo y sin que yo haga nada. Es tal tu grado de excitación que no puedes remediarlo. Gimes alcanzando el orgasmo y entonces empiezo a empujar con fuerza y rapidez para correrme también y no tardo mucho en hacerlo, ya que estoy casi tan excitado como tú. Gimo y me convulsiono sobre ti, hasta llenarte con mi semen. Cuando dejo de agitarme me acuesto a tu lado.

El juego ha terminado. Te acercas a mí y me besas apasionadamente, luego apoyada sobre mi pecho y mirándome a los ojos me dices:

 - Ha sido increíble, has logrado que me corriera sin hacer casi nada. - Ya me he dado cuenta.

- Me has excitado tanto… Esto tenemos que repetirlo – me susurras.

- Cuando tú quieras, Princesa.

Me sonríes pícaramente, parece que estés pensando en el próximo juego que inventaremos. De repente, siento algo extraño entre mis piernas, algo caliente que esta… lamiéndome…siento una boca caliente y húmeda alrededor de mi sexo y…Abro los ojos y…. Tú estás ahí… 

 Erotikakarenc (Autora TR de TR).  

DESTINO

DESTINO

DESTINO

La avenida estaba a rebosar de gente caminando de un lado a otro y parándose frente a las tiendas para observar los escaparates, se notaba que era tarde de sábado. Elisa, Sonia y Alba caminaban entre la gente observando a su alrededor. De repente las tres se pararon ante un escaparate en el que había varios trajes de fiesta; Alba tenía que ir a una boda y estaban buscando un vestido adecuado.

- ¿Qué te parece ese rojo? – le indicó Elisa a Alba

- No está mal.

De repente una gitana pasó frente a ellas y se quedó mirando a Alba de un modo extraño.

- ¿Queréis que os lea la buenaventura? – Preguntó la gitana.

- No, gracias - respondió amablemente Sonia.

Pero cogiendo la mano de Alba y dejando la palma de esta abierta le dijo:

- Veo que antes de que acabe el día, le serás infiel a tu marido por primera vez.

- ¡Venga ya! – Dijo Alba incrédula.

Sonia y Elisa se rieron de la afirmación de la gitana, a lo que esta respondió:

- No os riáis, porque mañana por la mañana antes de la hora de comer os lo habrá contado con pelos y señales.

La gitana siguió su camino, mientras las tres amigas entraban en la tienda olvidando lo que la gitana acababa de decir. Alba se probó un par de vestidos y tras elegir uno y pagarlo, las tres amigas salieron de la tienda.

- Bueno yo tengo que irme a casa – dijo Sonia – Alfredo me está esperando para cenar e ir al teatro.

- Yo también tengo que irme – apostilló Elisa – Toni lleva demasiadas horas sólo con los niños y seguro que se la habrán armado gorda.

- ¿Ya me dejáis sola? ¡Ay, que ver! Con lo poco que me apetece pasar la noche sola en casa – a pesar de tener ya treinta y cinco años Alba aún no tenía hijos y probablemente nunca los tendría porque para Isidro, estos sólo: "Eran un estorbo que era mejor evitar".

- ¿Ya está otra vez de viaje, tu querido maridito? – Pareció burlarse Sonia.

- Sí, ya ves, otro fin de semana sola en casa.

- Qué te digo yo que este te pone los cuernos con su secretaria – añadió Elisa.

- Venga ya, no lo creo, está en un congreso de cirugía vascular en París – aclaró Alba.

- Con su secretaría, seguro – repitió Elisa.

- Bueno, la cuestión es que me dejáis sola – dijo Alba tratando de evitar el tema de la posible infidelidad de su marido.

Las tres amigas se despidieron y Alba tomó un taxi para volver a su casa, ya que iba bastante cargada con el vestido, los zapatos y el bolso que había comprado para la boda. En el taxi, mientras observaba como las calles iban pasando, volvió a recordar a la gitana y su sentencia sobre que le iba a ser infiel a su marido. Alba jamás había creído en esas tonterías del destino y de que este estaba escrito en las líneas de la mano, pero... observó su palma y aquellas líneas marcadas. ¿Estaría marcado allí su destino? ¿Sería cierto que iba a serle infiel a su marido? Bueno, si en realidad lo era, sería porque ella quisiera, pensó, no porque estuviera escrito en la palma de su mano. Inmediatamente alejó aquella estúpida idea de su cabeza. Y entonces se puso a pensar en Isidro, su marido. ¿Qué estaría haciendo? Seguramente escuchando la aburrida charla de un eminente Cirujano Vascular. Isidro no le contaba mucho de aquellos congresos, sólo lo referente a las charlas, coloquios, etc. No sabía si después de aquellas charlas salía a tomar algo con sus compañeros de carrera o si se retiraba a su habitación ó.. Y entonces las palabras de Elisa volvieron a su mente ¿Y sí Elisa tuviera razón e Isidro aprovechara aquellos congresos para serle infiel con su secretaria o con alguna enfermera? No, no podía ser, Isidro era un hombre cabal y fiel, estaba totalmente segura.

Llegó a su casa y como pudo, cargada con las bolsas, abrió la puerta. Subió y una vez frente a la puerta de su piso, introdujo la llave, la giró para abrir pero la cerradura parecía encallada. Probó algunas veces más pero la cerradura no funcionaba, y empezaba a estar desesperada cuando se acordó de su vecino. Era un joven de unos 25 años, muy atractivo, moreno y de intensos ojos verdes. Y, además, tenía un culito redondito muy apetecible, recordó Alba. Llamó al timbre y nerviosa esperó a que el chico le abriera, deseando que este no hubiera salido de marcha con sus amigos.

A los pocos segundos la puerta se abrió. Y el chico con cara de aburrimiento le preguntó:

- ¿Sí?

- Perdona que te moleste – empezó a explicarle Alba – pero es que vengo de hacer unas compras y la llave no me abre, parece que la cerradura esté encallada ¿Podrías ayudarme?

- Por supuesto – aceptó inmediatamente el muchacho.

Empezó a mover la llave, y estuvo un buen rato dándole vueltas, hasta que por fin, la cerradura cedió y la puerta se abrió.

- Muchas gracias, ¿por qué no pasas y te invito a tomar algo para agradecértelo? – Le propuso Alba al joven muchacho.

- Vale – aceptó este sin pensárselo demasiado.

Emilio, que así se llamaba el muchacho, cogió la llave de su piso, cerró la puerta de un golpe y siguió a Alba hasta el interior de su piso.

- ¿Estás sola? – Preguntó al ver que no había nadie en la casa.

- Sí, mi marido está en una de sus convenciones. ¿Qué quieres tomar? ¿Una cerveza? – Le ofreció Alba al muchacho, señalándole el sofá para que se sentara.

- Vale – aceptó este sentándose.

Alba dejó las bolsas sobre la mesa y se dirigió a la cocina.

Se sentía algo excitada al pensar que sentado en su sofá estaba ese joven al que de vez en cuando, si se lo encontraban en la escalera, le miraba el culo. Por un segundo, imaginó que el chico la hacía suya en aquel sofá, pero enseguida apartó aquellos pensamientos de su mente. Era una mujer felizmente casada y no podía permitirse tener aquel tipo de pensamientos.

Volvió al salón, con una cerveza, una coca-cola y un par de vasos, que dejó sobre la mesilla. Se sentó junto a Emilio y le llenó el vaso con la cerveza y se lo ofreció. Luego llenó el suyo de Coca-cola y se sentó en el sofá junto al chico.

- ¿No entiendo como puede dejarte sola tu marido todo un fin de semana? – Preguntó el muchacho, colocando su mano sobre la rodilla de Alba.

Al ver que Alba no decía nada ante ese gesto, el joven se tomó la libertad de acariciar la rodilla con suavidad.

- Mi marido sabe que le quiero y que puede confiar en mí – apostilló Alba.

Emilio siguió acariciando aquella fina rodilla y se aventuró a subir la mano hasta medio muslo. Muy educadamente Alba sacó la mano del chico de su muslo y se apartó un poco. El muchacho se acercó a ella y dijo:

- Yo no te dejaría nunca sola.

Alba sonrió y sin saber como sintió unos labios húmedos y calientes sobre los suyos y unos brazos que la apretaban con fuerza. Tras aquel robado beso, Alba musitó:

- No.

Pero aquella negación pareció animar al chico, que volvió a besarla y empezó a acariciar su cuerpo por encima de la ropa.

- No – repitió la mujer. Pero aquel no significaba sí, porque deseaba que aquellos labios se aventuraran a ir más abajo, que aquellas manos vencieran la barrera de su ropa y se adentraran en su piel.

Emilio hizo caso a los deseos de la mujer y empezó a desabrocharle la blusa musitándole al oído:

- Yo te amaría hasta dejarte totalmente satisfecha, hasta que no quedara en tu cuerpo espacio para más caricias.

Y mientras decía esto le quitaba la blusa a Alba muy despacio. Ella se dejaba, aunque algo en su interior le decía que no debería hacerlo.

- No, mi marido... – musitó tratando de zafarse de los brazos del muchacho.

- Tú marido te pone los cuernos con la guarra de su secretaria – dijo el muchacho.

- No, no puede ser.

- Sí, lo he visto con ella muchas veces – agregó Emilio.

Alba se dejó besar, dejó que Emilio lamiera su cuello y que le quitara el sujetador dejando libres sus senos. Aceptó que aquella transgresora boca de hombre lamiera y mamara sus senos y que las abusadoras manos le quitaran la falda que llevaba. El muchacho se situó de rodillas entre las piernas de la mujer. Metió los dedos por la goma de las braguitas y las deslizó despacio por las piernas hermosas de Alba. Alba aún seguía luchando por vencer las barreras de aquella infidelidad, no quería ser infiel a su marido, pero sentir los besos y caricias de aquel muchacho al que tantas veces había deseado... Emilio, tomó a Alba por el anverso de las rodillas y la deslizó por el sofá hacía afuera, haciendo que su culo quedara justo en el borde, y sin más preámbulos hundió sus labios en la húmeda vulva de la mujer. Aquella esencia le supo a la más dulce de las mieles y comenzó a saborearla, haciendo que Alba se estremeciera y gimiera, mientras apretaba entre sus manos el suave pelo de su amante. A punto de llegar al orgasmo, Alba logró apartar al muchacho y se levantó intentando huir de aquella locura.

- Por favor, Emilio, déjame.

Alba intentó escapar hacía su habitación, pero al llegar a la puerta que comunicaba el comedor con el pasillo, Emilio la alcanzó, y la abrazó pegando su cuerpo al de ella, y entonces le musitó al oído:

- Estás deseando que te haga mía, lo sé, llevas mucho tiempo deseándolo. Lo he visto en tus ojos cada vez que me miras.

Alba no pudo deshacerse de aquel abrazo, porque en realidad deseaba que siguiera; el muchacho tenía razón, deseaba que él la poseyera. Por eso dejó que Emilio acariciara de nuevo su cuerpo desnudo, que sus manos se perdieran sobre la suave piel de sus senos y luego descendieran hasta su empapada vagina, buscando el erecto clítoris, que muy dócilmente acarició. Alba gemía y se contorsionaba sintiéndose excitada como nunca antes lo había estado. Oyó como el muchacho, aún vestido, se bajaba la cremallera del pantalón, e inmediatamente, sintió aquel sexo caliente y erecto rozar los labios de su vulva. Quería sentirlo dentro, y el muchacho no tardó mucho en dirigirlo a la entrada de su vagina y muy despacio la penetró. Alba apoyó sus manos en el marco de la puerta para soportar mejor las embestidas que el muchacho empezó a darle. En pocos segundos, ambos cuerpos vibraban de placer y gemían de deseo. Emilio dio un par de empujones y luego se detuvo. Abrazó a la mujer y le susurró al oído:

- Vamos a la habitación.

Alba empezó a caminar, con su amante pegado a ella. Caminó despacio para que el sexo del muchacho no saliera del suyo y cuando llegaron a la habitación este le ordenó:

- Ponte de rodillas sobre la cama.

Alba obedeció y muy cuidadosamente se colocó sobre la cama de rodillas. Emilio se quedó de pie pegado a ella, con su verga dura y tiesa dentro del cálido agujero. Y así, tomó a Alba por las caderas y empezó a arremeter de nuevo, primero muy despacio y luego más rápidamente, lo que hizo que Alba empezara a gemir excitada.

Hacía mucho tiempo que Alba no se sentía tan deseaba y excitada y eso le gustaba. Emilio se tendió sobre la espalda de la mujer y acarició sus senos con suavidad. Poco a poco y con cada embestida Alba empezó a sentir como el cosquilleo previo al orgasmo se iba extendiendo por todo su cuerpo. Emilio empujaba cada vez con más fuerza y su sexo se hinchaba cada vez más dentro de la húmeda vagina femenina. Hasta que finalmente ambos se corrieron entre espasmos y gemidos de placer y cayeron rendidos sobre la cama.

Entonces Alba miró hacía la mesilla de noche, donde estaba la foto de su marido. ¿Cómo había podido serle infiel? Y, además, con el vecino. Luego recordó lo que le había dicho la gitana, y cayó en la cuenta de que se había cumplido. ¿De verdad el destino estaría marcado en las líneas de la mano? Miró su palma como si quisiera adivinar en cual de ellas estaba marcada aquella infidelidad.

- ¿Qué miras? – Le preguntó el muchacho con curiosidad.

- Nada. Oye, ¿es cierto lo que has dicho de mi marido, que me pone los cuernos con su secretaría?

- Sí – respondió el muchacho.

- ¿Y cómo lo sabes?

- Porqué les he visto más de una vez entrando en el hotel donde yo trabajo, muy acaramelados.

- ¿Acaramelados? – preguntó ella como sin aún no acabara de creerse lo que su amante le estaba contando.

- Sí, besándose, metiéndose mano.... ya sabes.

Alba se quedó pensativa sin saber que hacer o que decir. No podía creer lo que Emilio le acaba de contar, aunque si lo pensaba detenidamente, todo encajaba: El hecho de que llevara más de un mes sin tocarla, el que sus convenciones fueran cada vez más frecuentes, el que cuando estaban juntos pareciera que no tenían nada que contarse... Todo.

Se sintió engañada y por eso abrazó con fuerza a su amante y le susurró al oído:

- Hazme el amor salvajemente hasta que nos quedemos agotados de hacerlo.

Emilio no se lo pensó dos veces ya que Alba había sido un sueño para él desde el momento en que la conoció, una diosa a la que adorar. Besó a Alba con furia, la tumbó sobre la cama, abrió sus piernas y se encajó entre ellas. Apuntó con su erecta verga el húmedo agujero femenino y de una sola estocada la penetró.

Durante unos minutos ambos cuerpos cabalgaron en una carrera hacía el orgasmo, sintiendo el roce de sus pieles, comiéndose a besos, arañándose mutuamente, hasta que ambos alcanzaron el segundo orgasmo de la noche.

La noche fue larga para ambos y ambos disfrutaron hasta límites insospechados del placer más absoluto y por la mañana cuando despertaron Alba sólo deseaba llamar a sus amigas y contárselo. Por eso se levantó mientras Emilio aún dormía, se puso una ligera bata y cogió su móvil. Llamó a Elisa y le contó su aventura con su joven vecino y la maravillosa noche que acababa de pasar con él. Luego llamó a Sonia. Cuando colgó el teléfono, miró la hora, eran las doce del mediodía y en ese momento volvió a pensar en la gitana y aquella pregunta volvió a rondar por su cabeza. ¿De verdad, tenemos el destino marcado de ante mano o lo marcamos nosotros mismos a través de las decisiones que tomamos?

Erotikakarenc (Autora TR de TR)

 

Esta obra está bajo una licencia Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 2.5 Spain de Creative Commons. Para ver una copia de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/es/ o envie una carta a Creative Commons, 559 Nathan Abbott Way, Stanford, California 94305, USA.

A veces....

A veces....

A veces hay que armarse de valor, para aguantar carros y carretas, para soportar la mala leche de algunas personas que parece que lo único que quieren es hacer daño. Gracias a Dios hay gente que siempre está ahí para soportar mejor esos momentos y a esa gente inútil que vive por ahí. Y entre ellos estás tú, mi sol, mi rey, mi querido Rinaldo. Pensar en tí, en que mañana podré hablar contigo, contarte mis penas y mis sinsabores y quitarme este mal sabor de boca, me tranquiliza. Además están mi familia virtual, quienes me escuchan y me ayuda, me tranquilizan. No sé que haría sin vosotros.

 

EL DULCE NOMBRE DE MARCELA

EL DULCE NOMBRE DE MARCELA

 (Este relato está basado en un personaje que aparece en los relatos de un buen amigo mio y que os aconsejo leer: http://www.todorelatos.com/perfil/7570/)

El dulce nombre de Marcela envuelve mis noches y mis días, sólo deseo volver a sentir su boca sobre la mía, sus manos acariciando mi piel y su cuerpo pegado al mío para amarnos como aquella noche.

Marcela es hermosa, muy hermosa, su pelo negro y rizado cae sobre su rostro como una catarata enmarcando su rostro bello, anguloso, de labios gruesos y rojos, de nariz pequeña y chata, de ojos negros como el azabache. Su cuerpo es regio y robusto, con unos pechos perfectos para mi gusto, ni muy grandes ni muy pequeños, sus caderas marcan la curva sublime de su cuerpo, su culo ofrece unas nalgas llenas, redondas y marcadas que con sólo mirarlas deseas tocarlas y apretarlas con las manos. Sus piernas parecen dos columnas griegas, ni muy macizas ni muy delgadas, tienen los músculos marcados como las estatuas de Leonardo Da Vinci y eso les da una hermosura excitante.

Desde aquella noche en que la conocí no puedo dejar de pensar en ella, y soñar con volver a verla. Era una noche como cualquier otra, a diferencia de que aquella mi jefe me había exigido acompañarle a una aburrida cena de negocios. No me apetecía mucho ir, pero no tuve más remedio. Mi jefe es un importante hombre de negocios, con un solo defecto, es soltero y cuando tiene que ir a una de esas cenas con otros ejecutivos, la mayoría de ellos casados, recurre a mí, su infatigable secretaria. Me aconsejó que me pusiera un elegante vestido de noche, ya que iríamos a un hotel muy caro.

Así que allí estaba yo, con mi vestido color gránate, aguantando la cháchara de aquellos hombres que sólo sabían hablar de negocios. Las mujeres permanecíamos casi todas calladas y la única que de vez en cuando decía algo era yo, ya que como secretaria de uno de ellos, era la única que sabía de que iba el tema que estaban tratando. Frente a mí estaba ella, Marcela, una mujer alta y robusta, de piel mulata y tremendamente hermosa. Tal era su hermosura que no podía dejar de mirarla, aunque es algo que nunca puedo evitar, cuando veo a una mujer guapa, mis ojos se van tras ella y puedo aseguraros que Marcela era muy bella. Marcela tampoco me quitaba la vista de encima; aunque supongo que es lógico, de todas las mujeres que estabamos sentadas en aquella mesa, ella y yo éramos las únicas que aún no habíamos llegado a los cuarenta y estoy segura que las demás pasaban bastante de largo de esa edad. Además, se la veía una mujer alegre y dicharachera. Precisamente por el aburrimiento empezamos a hablar y descubrí su simpatía y cierto descaro en su modo de hablar que me chocó un poco, pero también me pareció que la hacía más atractiva a los ojos de los demás. No sé si sería la simpatía o el descaro pero cuando más la escuchaba hablar más atractiva me parecía y sentía que necesitaba ir más allá, tratar de quedar con ella; aunque en el fondo de mi corazón, tenía el temor de ser rechazada porque a fin de cuentas yo era una mujer y ella había venido a la cena con un hombre.

Cuando ya estabamos tomando el café y la conversación se había vuelto más distendida, pedí disculpas a los comensales y me excuse para ir al lavabo. Marcela, antes de que me levantara de la silla, me dijo:

- Espera que te acompaño. – Al escuchar esas palabras mi corazón empezó a cabalgar a cien por hora, como si fuera un caballo desbocado. No podía creerlo, pero estaba nerviosa como hacía mucho tiempo que no lo estaba delante de una mujer.

Ambas nos encaminamos al baño y fue ella la que comenzó diciéndome:

- ¡Qué aburrida la charla! ¿Verdad? Entre lo serios que estaban ellos y lo calladas que estaban sus señoras...

- Sí, la verdad es que sí – dije yo, aunque creo que se notó mi nerviosismo en la voz.

Entramos en el baño, que era bastante pequeño, con un lavamanos, un espejo y una puerta que accedía al w.c. Primero entró ella, mientras yo me arreglaba frente al espejo, luego cuando Marcela salió fui yo quien entró. Al salir la ví arreglándose frente al espejo e inevitablemente mis ojos se perdieron en su entrepierna en la que divisé un abultamiento más pronunciado de la habitual. Me cedió el sitio para que pudiera lavarme las manos y entonces Marcela me preguntó:

- Perdona que sea un poco indiscreta, pero ¿Julio y tú no sois pareja, verdad? – Me preguntó con cierta familiaridad, o eso me pareció.

- No, él es mi jefe, pero como no tiene pareja me ha pedido que le acompañara, ¿por qué?

- No, por nada. Sergio y yo tampoco, bueno, nos hemos acostado un par de veces, pero nada más – me dijo refiriéndose al hombre con el que había venido acompañada, no sé porque me hizo aquella observación, parecía querer dejarme claro que entre ellos sólo había una buena amistad - ¿Sabes que eres muy guapa?

- Gracias – respondí halagada, girándome hacia ella tras haberme secado las manos.

- Te lo digo en serio, no es un halago.

Y entonces sentí sus ojos clavados en los mío, situó su mano en mi nuca y muy despacio acercó su boca a la mía y me besó. Aquel beso me supo a miel y lo correspondí tan bien como pude pegando mi cuerpo al suyo, y enseguida empecé a sentir sus manos acariciando mi cuerpo por encima de la ropa. Traté de corresponder a sus caricias, mientras su boca besaba mi cuello, haciéndome perder el mundo de vista. Oí como cerraba el pestillo de la puerta que estaba detrás de mí, mientras seguía besándome, y todo mi ser se estremecía. Muy sabiamente sus manos se deslizaron hasta la cremallera del corpiño de mi vestido y la bajó, luego las introdujo acariciando la piel de mi espalda. Yo me dejaba llevar por aquellas sabias manos que sabían perfectamente lo que deseaba, y así fue como me hizo poner frente al espejo, situándose ella detrás de mí, ahora sus manos se introducían en busca de mis senos. Marcela pegaba su cuerpo al mío, mientras masajeaba mis tetas por encima de la tela del sujetador, y sobre mi culo sentía un misterioso bulto duro que parecía crecer al ritmo de la excitación de nuestros cuerpos.

Yo estaba a mil, mi sexo estaba ya completamente húmedo de deseo por aquella bella mujer ya sólo deseaba que siguiera y que me hiciera sentir aquel placer que tanto deseaba. Se agachó detrás de mí, subió la falda del vestido hasta mi cintura haciendo que yo la aguantara y enseguida sentí como sus labios subían beso a beso desde mi pantorrilla hasta mi muslo; entonces introdujo sus dedos por la goma del tanga que llevaba y lo deslizó muy despacio por mis piernas hasta el suelo. A continuación sentí como besaba mis nalgas, primero una y luego otra; y como con sus manos acariciaba suavemente mis muslos. Yo me iba excitando poco a poco y mi respiración cada vez sonaba más agitadamente. Separó mis nalgas con suavidad, rozó mi ano con uno de sus dedos haciéndome estremecer y luego sentí como su lengua lamía con cuidado aquel inexplorado agujero. Empezó a moverla muy despacio, rodeando el ano, marcando círculos sobre él y consiguiendo que poco a poco me relajara, entonces la introdujo dentro y todo mi cuerpo se sacudió placenteramente. La movió rotativamente, mientras sus dedos acariciaban mis labios vaginales buscando mi clítoris. Al hallarlo empezó a moverlos sobre él marcando círculos, mientras con la lengua seguía explorando mi agujero trasero. Yo me sentía en la gloria, sentía como empezaban a flaquearme las piernas y como aquel placer se extendía poco a poco por todo mi cuerpo. Sabía que de un momento a otro iba a correrme, pero Marcela como sabia mujer se detuvo justo a tiempo. Cambió su lengua por sus dedos y empezó a lamer mi vagina, mientras su dedo índice se introducía cuidadosamente en mi ano. Me sentía en el paraíso al notar aquellas dulces caricias, suaves y lentas, como sólo una mujer sabe hacerlas y de nuevo Marcela logró llevarme casi al borde del orgasmo.

Entonces se puso en pie detrás de mí, sentí algo caliente y duro que se rozaba contra mi vagina húmeda; llevé mi mano hacía aquel aparato y pude comprobar que era un enorme sexo masculino. La miré sorprendida en el espejo. Ella me sonrió y me preguntó:

- ¿Decepcionada, pequeña?

- No – respondí con evidentes signos de excitación.

- ¿Quieres que te folle como te mereces?

- Sí – musité mirando sus profundos ojos negros reflejados en el espejo.

Sentí como guiaba su erecto miembro hasta mi vagina y como muy despacio me penetraba, ya que debido al grosor del miembro debía ir con cuidado. Aún así, mi sexo iba adaptándose perfectamente a aquel erótico falo y Marcela con mucha maestría consiguió introducirlo casi por entero. Entonces me sujetó por las caderas y empezó a moverse muy despacio, haciendo que su pene entrara y saliera de mí con extrema lentitud, luego poco a poco fue aumentando el ritmo. Me miré en el espejo que tenía enfrente y pude ver su cara de placer y la mía, una junto a la otra, ambas gemíamos. La imagen reflejada en el espejo era de lo más erótica que nunca haya visto. El sueño de cualquier hombre y el mío también. Saber y ver que Marcela disfrutaba sintiendo como mi vagina envolvía su pene erecto, hacía que yo también disfrutara. Marcela también observó la imagen del espejo y creo que como a mí, eso la enloqueció de placer e hizo que empujara aún con más fuerza, penetrándome sin descanso, hasta que sentí como todo su cuerpo se tensaba; justo en el mismo instante en que lo hacía el mío y ambas al unísono llegábamos al tan anhelado éxtasis.

Cuando dejamos de convulsionarnos nos separamos y nos arreglamos las ropas.

- ¡Ha sido delicioso! – Le dije antes de salir de baño.

- Oye, ¿qué te parece si nos despedimos de todos y nos vamos a un lugar más privado? – Me propuso Marcela, apretándome la mano fuertemente.

Con su mirada parecía rogarme que accediera y en realidad, yo también deseaba pasar un largo rato con ella, me tenía cautivada y no quería perder la oportunidad de disfrutar de una diosa como ella.

- Vale – acepté.

Marcela sonrió triunfante. Y ambas salimos del baño. Nos dirigimos hacía nuestra mesa, y vimos que todos se estaban preparando para marchar.

- ¡Cuánto habéis tardado! – Exclamó mi jefe.

- Es que nos hemos entretenido hablando de nuestras cosas – justifiqué.

Salimos a la calle y mi jefe me preguntó si quería que me acompañara a mi casa, muy amablemente le dije que no y que me acompañaba Marcela. Mi jefe, que conocía perfectamente mis gustos no se extrañó, pero si en cambio el hombre que acompañaba a Marcela.

Así Marcela y yo tomamos un taxi y nos encaminamos hacía mi casa. Yo estaba muy nerviosa, era la primera vez que llevaba a alguien a quien acababa de conocer a casa. Generalmente no lo hacía hasta que había tenido tres o cuatro citas con la persona que me interesaba, pero con Marcela la cosa era diferente, sentía que debía ser en ese momento, que no podía dejarla escapar, que necesitaba sentirla, amarla y besarla aquella noche. Entre nosotras reinaba el más absoluto silencio. Sólo nos mirábamos de vez en cuando guiñándonos un ojo con gesto cómplice.

Cuando llegamos a mi casa y el taxista abandonó la calle, Marcela me estrechó entre sus brazos, apretó mi cuerpo contra el suyo y me besó apasionadamente. Fue un beso profundo y largo, que hizo que mi corazón se acelerara como si fuera el de una adolescente ante su primer beso. Sentí como los brazos de Marcela me rodeaban y me sentí segura entre ellos. Aquel abrazo hizo que mi cuerpo reaccionara y empezara a desearla otra vez. Así que me separé de ella, la cogí de la mano; una mano grande pero suave y bien cuidada y la arrastré hasta mi portal. Entramos hasta el ascensor, y en el interior de éste, después de apretar el botón y de que las puertas se cerraran, volvimos a abrazarnos y besarnos como adolescentes. El ascensor se detuvo y salimos de nuevo cogidas de la mano. Saqué las llaves de mi bolso y entramos en mi casa. Cuando más avanzaba por el piso más nerviosa estaba y ese nerviosismo me impedía pensar con claridad y decidir lo que debía hacer, quizás por eso, fue Marcela la que decidió por mí. Me despojó que la chaqueta que me cubría, se quitó ella la suya y las depositó sobre el sofá del salón. Sin soltarme la mano me preguntó:

- ¿La habitación es por ahí? – Dijo indicando el pasillo.

Afirmé con la cabeza y avanzamos hasta la segunda puerta, que estaba abierta. Marcela al ver la cama de matrimonio enseguida reconoció que aquella debía ser mi habitación. Entramos y me llevó junto a la cama. Se situó detrás de mí para bajar la cremallera del vestido, mientras dulcemente me decía:

- Tranquilízate, estás en buenas manos, todo irá bien.

Dejé que me desnudara poco a poco, prenda a prenda y cuando terminó, yo ya estaba más tranquila. Entonces fui yo la que pieza a pieza fue desnudando aquel hermoso cuerpo de mujer. Sus fuertes hombros, sus marcados brazos, sus senos redondos y tersos, sus piernas robustas y torneadas y finalmente, el objeto de mi deseo, aquel sexo erecto de hombre, que al quitarle el tanga se me mostró altivo, grueso, hermoso, negro y brillante. Y lo deseé, como nunca antes imaginé que podría desear algo como aquello, y como nunca antes había deseado un sexo como aquel. No sé por qué, pero hasta aquel momento sólo me había acostado con mujeres como yo, y sólo había deseado el sexo húmedo de una mujer. Pero con Marcela la cosa era diferente, deseaba su sexo erecto de hombre y su cuerpo hermoso de mujer. La miré a los ojos unos segundos y entonces me dí cuenta de que lo que hacía de la deseara tanto no era su cuerpo o su sexo, sino el sentimiento que había nacido en mí desde el primer momento en que la había visto. Nos besamos apasionadamente pegando nuestros cuerpos y sintiendo nuestras pieles calientes la una sobre la otra. Marcela me empujó hacía la cama y me hizo tumbar sobre ella. Abrió mis piernas situándose entre ellas y sentí como su lengua empezaba a lamer mi sexo, buscando mi húmedo e hinchado clítoris. Su lengua era como una pequeña serpiente moviéndose sinuosa por mis genitales, lamiendo mi clítoris, marcando círculos a su alrededor e introduciéndose en mi vagina y haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera. A su lengua se unieron sus dedos, con los que primero empezó a acariciar los pliegues de mis labios vaginales y luego se introdujeron en mi vagina, moviéndose como un pequeño pene.

Mi cuerpo se estremecía y convulsionaba sin parar, sintiendo como las manos y la boca de Marcela tocaban las teclas idóneas para darme aquel maravilloso placer. Y cuando estaba a punto de correrme por primera vez, Marcela se detuvo. Se puso sobre mí, me besó apasionadamente y sentí como su sexo se introducía despacio en mí. Gemí al sentirle completamente en mi interior y ambas nos abrazamos. Marcela comenzó a moverse, lentamente primero y luego aumentando el ritmo poco a poco. Era una experta dando placer, sabía como moverse, como hacer que su sexo entrara y saliera del mío para darme el placer que deseaba y no tardé mucho en correrme por primera vez en aquella hermosa noche de pasión.

Cuando dejé de convulsionarme, Marcela se acostó a mi lado, su sexo seguía erecto. Nos miramos profundamente a los ojos. Acaricié su mejilla y observé de nuevo aquel falo erecto entre sus piernas y lo deseé, ansié acariciarlo, lamerlo, saborearlo en mi boca. Por eso lo cogí entre mis manos, me situé frente a él y empecé a masajearlo. Observé a Marcela para ver si lo estaba haciendo bien y ví como me guiñaba un ojo y suspiraba placenteramente, lo que me animó a seguir. Acerqué mi boca a aquel bello instrumento y sacando mi lengua lamí el glande. Era suave y estaba caliente, me encantó la sensación que me produjo y continué lamiéndolo. Tracé círculos alrededor de él, me lo introduje en la boca y lo chupé como si fuera un caramelo. Miré a Marcela y vi como se mordía el labio inferior, era evidente que estaba excitada y que mis caricias le gustaban. Masajeé sus huevos con delicadeza. Saqué el glande de mi boca y reseguí el tronco hasta la base, chupé un huevo y luego el otro y volví a ascender hasta el glande. Volví a introducírmelo y seguí chupeteándolo con vehemencia, quería sentir el sabor de su esencia en mi boca, deseaba que Marcela se corriera y no cejé hasta conseguirlo. Entre grandes espasmos y convulsiones Marcela llegó al éxtasis llenando mi garganta con su espeso y amargo semen. Tras limpiar el aparato me acosté a su lado. Me miró a los ojos y me dijo:

- Gracias, ha sido una de las mejores experiencias de mi vida.

- Gracias a ti - le dije yo – para mí ha sido la mejor.

Nos besamos y nos quedamos abrazadas sobre la cama.

Cuando desperté por la mañana estaba sola. Observé a mí alrededor y pude comprobar que no quedaba rastro de Marcela, se había ido sin decirme nada. Busqué sobre la mesilla pero no había dejado ni siquiera un teléfono.

Desde aquel día no dejo de pensar en ella, deseando sin descanso volver a encontrarla y volver a sentir su sexo erecto en mis entrañas como nunca antes he sentido ningún otro sexo de hombre o mujer. Pero poco a poco la esperanza de volver a verla se diluye en los días que pasan, en las noches que a solas la deseo y sueño con aquella noche maravillosa.

Y hoy pensé que todo eso cambiaría; por un segundo pensé que podría tener otra oportunidad con ella cuando al volver de una cena de negocios con mi jefe y doblar aquella esquina, en aquella calle oscura pero animada, entre los diversos travestis que exhiben su cuerpo y venden su producto, la ví. Sí, allí estaba ella, Marcela, enfundada en un estrecho vestido de vinilo que mostraba su hermosa figura para venderla al mejor postor. Mi sueño estalló en mil pedazos en aquel momento. Marcela no tiene dueño, Marcela tiene mil dueños, Marcela no podrá ser ni siquiera mía.

Erotikakarenc (autora TR de TR)

Si este relato te ha gustado puedes leer cualquiera de los 135 relatos que has escrito esta autora, como por ejemplo: Inspección ocular http://www.todorelatos.com/relato/47772/

 

Esta obra está bajo una licencia Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 2.5 Spain de Creative Commons. Para ver una copia de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/es/ o envie una carta a Creative Commons, 559 Nathan Abbott Way, Stanford, California 94305, USA.

ME GUSTA.

ME GUSTA.

Me gusta las cosas que me dices, me gusta sentirte cerca, hablar contigo, saber de tí. Me gusta contarte mis cosas, que me levantes el ánimo o que te lo levante yo a tí. Me gusta que estés ahí, me gustas tú, eso es lo más importante, que tú me gustas y me gusta saber que estás ahí, que te quiero y que puedo contar contigo.

 

El Diario 21/07/07

El Diario 21/07/07

Ays, tengo sueño, pero no quería irme a dormir sin decirte, que en nada será lunes y tengo ya ganas de charlar contigo. TE QUIERO Y eres mi sol. Ays, cuanto te he echado de menos. En fin, el lunes nos vemos, hablamos, en fin, todo.