DESTINO
DESTINO
La avenida estaba a rebosar de gente caminando de un lado a otro y parándose frente a las tiendas para observar los escaparates, se notaba que era tarde de sábado. Elisa, Sonia y Alba caminaban entre la gente observando a su alrededor. De repente las tres se pararon ante un escaparate en el que había varios trajes de fiesta; Alba tenía que ir a una boda y estaban buscando un vestido adecuado.
- ¿Qué te parece ese rojo? – le indicó Elisa a Alba
- No está mal.
De repente una gitana pasó frente a ellas y se quedó mirando a Alba de un modo extraño.
- ¿Queréis que os lea la buenaventura? – Preguntó la gitana.
- No, gracias - respondió amablemente Sonia.
Pero cogiendo la mano de Alba y dejando la palma de esta abierta le dijo:
- Veo que antes de que acabe el día, le serás infiel a tu marido por primera vez.
- ¡Venga ya! – Dijo Alba incrédula.
Sonia y Elisa se rieron de la afirmación de la gitana, a lo que esta respondió:
- No os riáis, porque mañana por la mañana antes de la hora de comer os lo habrá contado con pelos y señales.
La gitana siguió su camino, mientras las tres amigas entraban en la tienda olvidando lo que la gitana acababa de decir. Alba se probó un par de vestidos y tras elegir uno y pagarlo, las tres amigas salieron de la tienda.
- Bueno yo tengo que irme a casa – dijo Sonia – Alfredo me está esperando para cenar e ir al teatro.
- Yo también tengo que irme – apostilló Elisa – Toni lleva demasiadas horas sólo con los niños y seguro que se la habrán armado gorda.
- ¿Ya me dejáis sola? ¡Ay, que ver! Con lo poco que me apetece pasar la noche sola en casa – a pesar de tener ya treinta y cinco años Alba aún no tenía hijos y probablemente nunca los tendría porque para Isidro, estos sólo: "Eran un estorbo que era mejor evitar".
- ¿Ya está otra vez de viaje, tu querido maridito? – Pareció burlarse Sonia.
- Sí, ya ves, otro fin de semana sola en casa.
- Qué te digo yo que este te pone los cuernos con su secretaria – añadió Elisa.
- Venga ya, no lo creo, está en un congreso de cirugía vascular en París – aclaró Alba.
- Con su secretaría, seguro – repitió Elisa.
- Bueno, la cuestión es que me dejáis sola – dijo Alba tratando de evitar el tema de la posible infidelidad de su marido.
Las tres amigas se despidieron y Alba tomó un taxi para volver a su casa, ya que iba bastante cargada con el vestido, los zapatos y el bolso que había comprado para la boda. En el taxi, mientras observaba como las calles iban pasando, volvió a recordar a la gitana y su sentencia sobre que le iba a ser infiel a su marido. Alba jamás había creído en esas tonterías del destino y de que este estaba escrito en las líneas de la mano, pero... observó su palma y aquellas líneas marcadas. ¿Estaría marcado allí su destino? ¿Sería cierto que iba a serle infiel a su marido? Bueno, si en realidad lo era, sería porque ella quisiera, pensó, no porque estuviera escrito en la palma de su mano. Inmediatamente alejó aquella estúpida idea de su cabeza. Y entonces se puso a pensar en Isidro, su marido. ¿Qué estaría haciendo? Seguramente escuchando la aburrida charla de un eminente Cirujano Vascular. Isidro no le contaba mucho de aquellos congresos, sólo lo referente a las charlas, coloquios, etc. No sabía si después de aquellas charlas salía a tomar algo con sus compañeros de carrera o si se retiraba a su habitación ó.. Y entonces las palabras de Elisa volvieron a su mente ¿Y sí Elisa tuviera razón e Isidro aprovechara aquellos congresos para serle infiel con su secretaria o con alguna enfermera? No, no podía ser, Isidro era un hombre cabal y fiel, estaba totalmente segura.
Llegó a su casa y como pudo, cargada con las bolsas, abrió la puerta. Subió y una vez frente a la puerta de su piso, introdujo la llave, la giró para abrir pero la cerradura parecía encallada. Probó algunas veces más pero la cerradura no funcionaba, y empezaba a estar desesperada cuando se acordó de su vecino. Era un joven de unos 25 años, muy atractivo, moreno y de intensos ojos verdes. Y, además, tenía un culito redondito muy apetecible, recordó Alba. Llamó al timbre y nerviosa esperó a que el chico le abriera, deseando que este no hubiera salido de marcha con sus amigos.
A los pocos segundos la puerta se abrió. Y el chico con cara de aburrimiento le preguntó:
- ¿Sí?
- Perdona que te moleste – empezó a explicarle Alba – pero es que vengo de hacer unas compras y la llave no me abre, parece que la cerradura esté encallada ¿Podrías ayudarme?
- Por supuesto – aceptó inmediatamente el muchacho.
Empezó a mover la llave, y estuvo un buen rato dándole vueltas, hasta que por fin, la cerradura cedió y la puerta se abrió.
- Muchas gracias, ¿por qué no pasas y te invito a tomar algo para agradecértelo? – Le propuso Alba al joven muchacho.
- Vale – aceptó este sin pensárselo demasiado.
Emilio, que así se llamaba el muchacho, cogió la llave de su piso, cerró la puerta de un golpe y siguió a Alba hasta el interior de su piso.
- ¿Estás sola? – Preguntó al ver que no había nadie en la casa.
- Sí, mi marido está en una de sus convenciones. ¿Qué quieres tomar? ¿Una cerveza? – Le ofreció Alba al muchacho, señalándole el sofá para que se sentara.
- Vale – aceptó este sentándose.
Alba dejó las bolsas sobre la mesa y se dirigió a la cocina.
Se sentía algo excitada al pensar que sentado en su sofá estaba ese joven al que de vez en cuando, si se lo encontraban en la escalera, le miraba el culo. Por un segundo, imaginó que el chico la hacía suya en aquel sofá, pero enseguida apartó aquellos pensamientos de su mente. Era una mujer felizmente casada y no podía permitirse tener aquel tipo de pensamientos.
Volvió al salón, con una cerveza, una coca-cola y un par de vasos, que dejó sobre la mesilla. Se sentó junto a Emilio y le llenó el vaso con la cerveza y se lo ofreció. Luego llenó el suyo de Coca-cola y se sentó en el sofá junto al chico.
- ¿No entiendo como puede dejarte sola tu marido todo un fin de semana? – Preguntó el muchacho, colocando su mano sobre la rodilla de Alba.
Al ver que Alba no decía nada ante ese gesto, el joven se tomó la libertad de acariciar la rodilla con suavidad.
- Mi marido sabe que le quiero y que puede confiar en mí – apostilló Alba.
Emilio siguió acariciando aquella fina rodilla y se aventuró a subir la mano hasta medio muslo. Muy educadamente Alba sacó la mano del chico de su muslo y se apartó un poco. El muchacho se acercó a ella y dijo:
- Yo no te dejaría nunca sola.
Alba sonrió y sin saber como sintió unos labios húmedos y calientes sobre los suyos y unos brazos que la apretaban con fuerza. Tras aquel robado beso, Alba musitó:
- No.
Pero aquella negación pareció animar al chico, que volvió a besarla y empezó a acariciar su cuerpo por encima de la ropa.
- No – repitió la mujer. Pero aquel no significaba sí, porque deseaba que aquellos labios se aventuraran a ir más abajo, que aquellas manos vencieran la barrera de su ropa y se adentraran en su piel.
Emilio hizo caso a los deseos de la mujer y empezó a desabrocharle la blusa musitándole al oído:
- Yo te amaría hasta dejarte totalmente satisfecha, hasta que no quedara en tu cuerpo espacio para más caricias.
Y mientras decía esto le quitaba la blusa a Alba muy despacio. Ella se dejaba, aunque algo en su interior le decía que no debería hacerlo.
- No, mi marido... – musitó tratando de zafarse de los brazos del muchacho.
- Tú marido te pone los cuernos con la guarra de su secretaria – dijo el muchacho.
- No, no puede ser.
- Sí, lo he visto con ella muchas veces – agregó Emilio.
Alba se dejó besar, dejó que Emilio lamiera su cuello y que le quitara el sujetador dejando libres sus senos. Aceptó que aquella transgresora boca de hombre lamiera y mamara sus senos y que las abusadoras manos le quitaran la falda que llevaba. El muchacho se situó de rodillas entre las piernas de la mujer. Metió los dedos por la goma de las braguitas y las deslizó despacio por las piernas hermosas de Alba. Alba aún seguía luchando por vencer las barreras de aquella infidelidad, no quería ser infiel a su marido, pero sentir los besos y caricias de aquel muchacho al que tantas veces había deseado... Emilio, tomó a Alba por el anverso de las rodillas y la deslizó por el sofá hacía afuera, haciendo que su culo quedara justo en el borde, y sin más preámbulos hundió sus labios en la húmeda vulva de la mujer. Aquella esencia le supo a la más dulce de las mieles y comenzó a saborearla, haciendo que Alba se estremeciera y gimiera, mientras apretaba entre sus manos el suave pelo de su amante. A punto de llegar al orgasmo, Alba logró apartar al muchacho y se levantó intentando huir de aquella locura.
- Por favor, Emilio, déjame.
Alba intentó escapar hacía su habitación, pero al llegar a la puerta que comunicaba el comedor con el pasillo, Emilio la alcanzó, y la abrazó pegando su cuerpo al de ella, y entonces le musitó al oído:
- Estás deseando que te haga mía, lo sé, llevas mucho tiempo deseándolo. Lo he visto en tus ojos cada vez que me miras.
Alba no pudo deshacerse de aquel abrazo, porque en realidad deseaba que siguiera; el muchacho tenía razón, deseaba que él la poseyera. Por eso dejó que Emilio acariciara de nuevo su cuerpo desnudo, que sus manos se perdieran sobre la suave piel de sus senos y luego descendieran hasta su empapada vagina, buscando el erecto clítoris, que muy dócilmente acarició. Alba gemía y se contorsionaba sintiéndose excitada como nunca antes lo había estado. Oyó como el muchacho, aún vestido, se bajaba la cremallera del pantalón, e inmediatamente, sintió aquel sexo caliente y erecto rozar los labios de su vulva. Quería sentirlo dentro, y el muchacho no tardó mucho en dirigirlo a la entrada de su vagina y muy despacio la penetró. Alba apoyó sus manos en el marco de la puerta para soportar mejor las embestidas que el muchacho empezó a darle. En pocos segundos, ambos cuerpos vibraban de placer y gemían de deseo. Emilio dio un par de empujones y luego se detuvo. Abrazó a la mujer y le susurró al oído:
- Vamos a la habitación.
Alba empezó a caminar, con su amante pegado a ella. Caminó despacio para que el sexo del muchacho no saliera del suyo y cuando llegaron a la habitación este le ordenó:
- Ponte de rodillas sobre la cama.
Alba obedeció y muy cuidadosamente se colocó sobre la cama de rodillas. Emilio se quedó de pie pegado a ella, con su verga dura y tiesa dentro del cálido agujero. Y así, tomó a Alba por las caderas y empezó a arremeter de nuevo, primero muy despacio y luego más rápidamente, lo que hizo que Alba empezara a gemir excitada.
Hacía mucho tiempo que Alba no se sentía tan deseaba y excitada y eso le gustaba. Emilio se tendió sobre la espalda de la mujer y acarició sus senos con suavidad. Poco a poco y con cada embestida Alba empezó a sentir como el cosquilleo previo al orgasmo se iba extendiendo por todo su cuerpo. Emilio empujaba cada vez con más fuerza y su sexo se hinchaba cada vez más dentro de la húmeda vagina femenina. Hasta que finalmente ambos se corrieron entre espasmos y gemidos de placer y cayeron rendidos sobre la cama.
Entonces Alba miró hacía la mesilla de noche, donde estaba la foto de su marido. ¿Cómo había podido serle infiel? Y, además, con el vecino. Luego recordó lo que le había dicho la gitana, y cayó en la cuenta de que se había cumplido. ¿De verdad el destino estaría marcado en las líneas de la mano? Miró su palma como si quisiera adivinar en cual de ellas estaba marcada aquella infidelidad.
- ¿Qué miras? – Le preguntó el muchacho con curiosidad.
- Nada. Oye, ¿es cierto lo que has dicho de mi marido, que me pone los cuernos con su secretaría?
- Sí – respondió el muchacho.
- ¿Y cómo lo sabes?
- Porqué les he visto más de una vez entrando en el hotel donde yo trabajo, muy acaramelados.
- ¿Acaramelados? – preguntó ella como sin aún no acabara de creerse lo que su amante le estaba contando.
- Sí, besándose, metiéndose mano.... ya sabes.
Alba se quedó pensativa sin saber que hacer o que decir. No podía creer lo que Emilio le acaba de contar, aunque si lo pensaba detenidamente, todo encajaba: El hecho de que llevara más de un mes sin tocarla, el que sus convenciones fueran cada vez más frecuentes, el que cuando estaban juntos pareciera que no tenían nada que contarse... Todo.
Se sintió engañada y por eso abrazó con fuerza a su amante y le susurró al oído:
- Hazme el amor salvajemente hasta que nos quedemos agotados de hacerlo.
Emilio no se lo pensó dos veces ya que Alba había sido un sueño para él desde el momento en que la conoció, una diosa a la que adorar. Besó a Alba con furia, la tumbó sobre la cama, abrió sus piernas y se encajó entre ellas. Apuntó con su erecta verga el húmedo agujero femenino y de una sola estocada la penetró.
Durante unos minutos ambos cuerpos cabalgaron en una carrera hacía el orgasmo, sintiendo el roce de sus pieles, comiéndose a besos, arañándose mutuamente, hasta que ambos alcanzaron el segundo orgasmo de la noche.
La noche fue larga para ambos y ambos disfrutaron hasta límites insospechados del placer más absoluto y por la mañana cuando despertaron Alba sólo deseaba llamar a sus amigas y contárselo. Por eso se levantó mientras Emilio aún dormía, se puso una ligera bata y cogió su móvil. Llamó a Elisa y le contó su aventura con su joven vecino y la maravillosa noche que acababa de pasar con él. Luego llamó a Sonia. Cuando colgó el teléfono, miró la hora, eran las doce del mediodía y en ese momento volvió a pensar en la gitana y aquella pregunta volvió a rondar por su cabeza. ¿De verdad, tenemos el destino marcado de ante mano o lo marcamos nosotros mismos a través de las decisiones que tomamos?
Erotikakarenc (Autora TR de TR)
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2 comentarios
Lydia -
Hermoso relato y muy romántico. Con muy bonitas descripciones.
Ah y gracias por tu comentario guapetona.
Un besito
Lydia
Rinaldo -