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EROTIKA. RELATOS Y PENSAMIENTOS

El diablo viste de mujer

El diablo viste de mujer

Sus claros ojos azules me miran desde allá abajo, mientras ella, de rodillas frente a mí sexo erecto, lo toma entre sus manos, lo observa, lo acaricia y todo mi cuerpo vibra. Parece un ángel venerando a Jesús. Soy consciente de que esto no debería estar pasando, pero esta mujer es como un diablo. Cuando me mira con sus intensos ojos azules sólo deseo esto, poseerla, hacerla mía y ahora está a punto de suceder. Sus senos están fuera de la blusa, por que yo se los he sacado hace un rato, e indecentemente me los muestra; veo como se mueven arriba y abajo al compás de su respiración. Son tan hermosos, blancos, lechosos, suaves. No negaré que parte de la culpa de que esto esté sucediendo es mía, sobretodo porque debía de haberme negado desde un principio, pero no he podido evitarlo, aunque lo he intentado, no he podido. Sus ojos azules, su voz suave, su cuerpo lleno de curvas, sus movimientos sensuales, me han embrujado y me han llevado a esta situación, me han obligado a acariciarla, a desnudar sus senos, a masajear su sexo húmedo, a empujar su boca hacía mi sexo desnudo. Y ahora, su boca está lamiendo el tronco de mi sexo, siento su húmeda lengua paseando por él de arriba abajo; y mirando al cielo gimo mientras pido perdón a Dios por este sacrilegio. Su cálida boca apresa suavemente mi glande y lo chupetea, un espasmo sacude todo mi cuerpo, tengo que apoyarme en la mesa que tengo tras de mí para no caer. Sus manos acarician suavemente mis huevos y temo que toda esa cadena de caricias desencadene un potente orgasmo, pues hace mucho que no me desahogo.

En un momento de lucidez, trato de apartarla, pero parece dispuesta a terminar el trabajo. Sigue lamiendo y chupeteando mi tronco, llega a los huevos y también los lame, se mete uno en la boca y yo suspiro, luego hace lo mismo con el otro y lo chupa, estoy a punto de explotar, lo siento, por eso enredo mi mano en su cabeza, trato de enchufarle otra vez mi miembro en su dulce boquita, cayendo en las garras del demonio que la posee, y empujo para que chupe. Ella lo hace con verdadera veneración, con esmero y siento como en mi cuerpo explota el orgasmo haciendo que todo mi ser se tensé, y mi sexo expulse el ansiado néctar que ella traga con hambre. Cuando dejo de convulsionarme siento mis piernas flaquear y me dejo caer al suelo frente a ella, que parece feliz. Me sonríe, coge mi cara entre sus manos y me estepa un apasionado beso en los labios haciéndome sentir el sabor de mi sexo. Cuando nos separamos le susurro, algo asustado:

Esto no debería haber pasado, Ángela.

Ella posa su dedo en mis labios.

Lo sé, pero ha pasado y tú lo deseabas tanto o más que yo.

Se levanta y se coloca bien las tetas dentro de la blusa, mientras me dice con tono jocoso:

Levántese, padre Damián que si alguien le descubre de esta guisa pondrá el grito en el cielo – y me mira con pillería.

Sus curvas me embrujan, de nuevo el pensamiento de follármela sobre la mesa pasa por mi cabeza, pero trato de quitármelo inmediatamente, aunque su endiablada figura me llama y me tienta…

Erotikakarenc Texto de la licencia

ATADA

ATADA

- Cariño, ya estoy en casa – oí su voz desde la habitación y eso me despertó un poco.

Me dolían los brazos, que seguían suspendidos de las cadenas, también me dolían las piernas, en realidad me dolía todo el cuerpo, ya que llevaba unas cinco horas allí colgada, desnuda y con los ojos vendados. Oí sus pasos acercándose a la habitación, y luego la puerta se abriéndose y a él que seguía acercándose a mí. Podía imaginar su cara de satisfacción y deseo al verme en aquella postura, indefensa ante él y ante cualquier y eso me excitó aún más de lo que ya estaba.

- Vaya, veo que has disfrutado con tu juguetito.

Entre mis piernas aún seguía en marcha el vibrador que había dejado él colocado antes de irse, se movía a baja potencia, pero la suficiente para hacerme estremecer y haber llenado mi entrepierna de jugos que descendían por mi piel hasta mis rodillas.

- Cariño he traído a un invitado – dijo Cristián - ¿Te acuerdas del chico del quinto? ¿El que nos observaba el otro día mientras follábamos en la terraza?

Afirmé con la cabeza, pues el placer que sentía no me dejaba responder ya que no podía dejar de jadear, mientras recordaba como aquel muchacho de unos 18 años nos había estado observando dos tardes atrás, cuando Cristian y yo, follábamos en la terraza. La escena que el muchacho debió ver, seguramente fue atrayente, excitante y fuera de lo normal, yo asomada a la baranda, con las tetas colgando, la muñecas atadas a la espalda, Cristián detrás de mí, sujetando por las caderas y arremetiendo con fuerza mientras tiraba de mi pelo, excitado como nunca. Seguro que desde esa tarde, cada noche sueña con ser él el que me folla de esa manera.

- Dime preciosa ¿Cuántas veces te has corrido mientras esperabas a que volviera?

Traté de serenarme, respiré hondo y respondí:

- D…Dos.

El chico joven que Cristián había traído permanecía en silencio, sólo se oía su respiración, supongo que la situación lo tenía un poco sorprendido. Verme allí extasiada, desnuda y atada a las cadenas que pendían del techo, con un arnés entre las piernas, debía ser una imagen impactante para un joven de unos 18 años.

- Bien, pues ahora vas a disfrutar de una joven verga de verdad, ¿estás dispuesta?

- Claro, sabes que sí, que haré todo lo que me pidas – respondí nerviosa y sumisa.

Aunque Cristian sabía de sobras que haría y me dejaría hacer cualquier cosa. No tenía otra opción. Con él nunca la había.

- Bien, me encanta que seas tan puta, lo sabes ¿verdad? – añadió acercándose a mí y pellizcándome un pezón, lo que me hizo gritar con cierta intensidad. – Vamos a quitarte esto ya – dijo desabrochando el arnés y sacando el vibrador de su refugio – y a ponerte más cómoda – añadió, soltando mis manos esposadas de la cadena – y ya sabes ponte sobre la mesa con ese culito bien en pompa para que nuestro amigo pueda follarte.

Obedecí, caminando con cierta dificultad los tres pasos que me separaban de la mesa que había a mi derecha. Una mesa de escritorio que sólo usábamos para eso, para que Cristián me follara a su antojo tras cada sesión de sado a la que me sometía en aquella habitación. Me incliné sobre la mesa y mostrando mi culo y mi sexo esperé. Seguía con la venda en los ojos y no podía ver nada, sólo escuchar, sentir e imaginar. Cristián le indicó al joven:

- Venga, es toda para ti.

Yo esperaba ansiosa a que el joven se acercara y no tardó en hacerlo. Sentí sus manos sobre mis caderas y su pene chocando ansioso contra mi vulva húmeda y deseosa de sentirle, lo guió con gran perfección y me penetró de una sola embestida haciéndome gemir. El muchacho empezó a acometer sujetándome por las caderas y haciendo que mi cuerpo se balanceara adelante y atrás mientras yo me apoyaba en la mesa. Enseguida empecé a sentir el placer de sus arremetidas, sentía sus huevos chocando con mis labios vaginales, su pene entrando y saliendo, rozando las paredes de mi ardiente sexy y eso me enardecía más. El chico me embestía sin parar, acelerando sus movimientos volviéndome loca de placer mientras oía como Cristián se movía por la habitación, seguramente filmando la escena, ya que le gustaba hacerlo y luego mirar las cintas. Tenía alma de vouyer.

En cada arremetida sentía como mis senos se balanceaban produciéndome aún más placer. El joven también disfrutaba de aquel momento y gemía gozando de mi sexo, su verga se hinchaba dentro de mí haciendo que mi excitación se elevara más y más. El chico aceleró más sus movimientos y finalmente se corrió llenando mi sexo con su caliente semen aunque sin conseguir que yo me corriera. Luego se apartó de mí fatigado y satisfecho, y yo me quedé semitendida sobre la mesa, exhausta y jadeante.

- Muy bien chaval – le dijo Cristián – cuando quieras repetir, sólo tienes que decírmelo.

Oí ruido, como si el chico se estuviera vistiendo y luego la puerta abriéndose y cerrándose, sin duda había salido de la habitación. Pensé que también Cristián había salido para acompañarle hasta la puerta, pero el tacto de sus dedos sobre mi húmeda vulva me sacó de mi error. Luego acercó sus manos a la venda y me la quitó.

- ¿Te lo has pasado bien? – Me preguntó.

- Sí, pero no del todo – respondí pues al no haber conseguido el orgasmo aún estaba excitada y deseosa de sentir una buena polla que me lo proporcionara.

- Bien, entonces, vístete de zorra que iremos a dar una vuelta para solucionarlo

- Pero… yo…- protesté.

- ¡Haz lo que te he dicho! – Me ordenó con voz firme abandonando la habitación.

Ir a dar una vuelta significaba que tenía en mente salir a la calle y hacerlo en un lugar público, donde cualquiera podía vernos y más a aquellas horas, ya que aún no eran las diez de la noche; cosa que yo odiaba y me daba mucha vergüenza, pero precisamente por eso, él me castigaba de aquella manera, porque sabía cuando me disgustaba que lo hiciéramos en un lugar público a la vista de cualquiera.

Como me había ordenado me puse el traje de zorra, que era un arnés con un vibrador y varias cintas de cuero que cruzaban todo mi cuerpo, desde las piernas, hasta mis senos desnudos y recorrían la espalda. Luego me puse la gabardina que solía usar en estos casos y salí de la habitación. Carlos ya me estaba esperando en la puerta con las llaves en la mano.

- ¿Nos vamos? – Me preguntó.

Caminé hacia él afirmando con la cabeza, estaba avergonzada, pero también excitada, aunque la excitación era más debida al vibrador que llevaba entre las piernas y que a cada paso entraba y salía de mi ya húmeda vagina. Salimos a la calle y caminamos un par de manzanas hasta el parque más cercano, eran ya de noche, y gracias a Dios, había poca gente en la calle, pues el frío otoñal ya empezaba a notarse. En el parque sólo nos cruzamos con un par de personas que llevaban a sus perros de paseo. Aunque ambos me miraron como si yo fuera una puta, quizás porque era evidente que bajo la gabardina no llevaba demasiada ropa, pues mis piernas desnudas así lo evidenciaban. Cristián me hizo caminar hasta un escampado donde no había nadie, excepto unos cuantos bancos y árboles. Nos detuvimos y girándose hacía mí me indicó:

- Bien, zorrita mía, ya puedes quitarte la gabardina y mostrarme ese traje de zorra.

- ¿Aquí? – Pregunté algo avergonzada.

- Sí, venga, no te hagas de rogar.

Obedecí y me desabroché la gabardina abriéndola luego para mostrar mi cuerpo semidesnudo. Me la quité despacio, mirando a todas partes y rezando para que no apareciera nadie que pudiera verme desnuda.

- Bien – dijo acercándose a mí Cristian y terminando de quitármela – Ven aquí – me cogió del brazo y me llevó hasta un árbol diciéndome – apóyate en él.

Lo hice, como siempre, obediente y dócil, me sentía abierta a él y a cualquiera que pudiera vernos y entonces él aprovechó para desabrochar el arnés y quitar el vibrador. Seguidamente, rozó mis labios untando sus dedos en los jugos que habían salido de mi sexo haciéndome estremecer.

- Perfecto, como siempre, húmeda y excitada, como a mi me gusta, que putita eres. Bien, ¿Qué quieres que haga ahora?

Era una pregunta retórica que me hacía siempre que hacíamos un paseíto de aquellos. Ya que sabía de sobras lo que quería, lo que deseaba, lo que mi excitación y mi sexo pedían a gritos.

- Follarme – gemí excitada, expuesta a él, un tanto avergonzada por si se acercaba alguien.

Oí como se bajaba la cremallera del pantalón y se lo desabrochaba, lo que me enervó aún más, a pesar de la vergüenza que aquella situación me causaba. Luego acercó su sexo al mío e introdujo el glande. A continuación me tomó por las caderas y terminó de penetrarme, haciendo que toda su verga se hundiera en mi coño. Gemí agitada, sintiendo como cada centímetro de aquel instrumento entraba en mí. Empezó el mete-saca haciéndome estremecer en cada una de sus embestidas. Primero estas fueron lentas, haciéndome notar como su sexo entraba y salía de mí, luego fue acelerando sus movimientos, torturándome con sus acometidas, empujándome hacía el tronco del árbol sobre el que estaba apoyada.

- ¡Qué calentito está ese conejito follador! –le encantaba dedicarme aquel tipo de frases que me hacían sentir como una puta, un objeto que sólo servía para ser follado - Aún puedo sentir el semen de tu amiguito dentro – musitó acercándose a mi oído, mientras yo seguía gimiendo.

Cristián continuó arremetiendo, cada vez con más fuerza, cogiéndome de mi largo y suelto pelo. Y siguió martilleándome con su pene, de modo que podía sentir sus huevos chocando contra mi clítoris, lo que provocó que mi sexo se excitara cada vez más y empezara a sentir el inicio del orgasmo, me había olvidado ya por completo que estábamos en un parque público y disfrutaba de aquel momento. También él se estaba excitando cada vez más, podía sentirlo porque su polla se hinchaba dentro de mí y su respiración se hacía más jadeante. Hasta que logró que me corriera, a la vez que también él lo hacía inundándome con su blanquecina leche. Tras eso me ordenó que le limpiara el pene. Así que me arrodillé frente a él y lo lamí y saboreé dejándolo totalmente limpio. Luego me vestí poniéndome la gabardina y volvimos a casa. Gracias a Dios, nadie nos había visto.

Una vez en la casa me cambié de ropa, me vestí y tras despedirme de Cristian salí a la calle. Caminé las tres manzanas que me separaban del lugar a donde iba, saqué las llaves de mi bolso, abrí y subí hasta el piso. Tras entrar saludé:

- Hola cariño.

Desde la cocina su voz me respondió:

- Hola cariño.

Tras quitarme el abrigo y dejarlo en la percha junto al bolso, entré hasta la cocina.

- ¿Qué tal el trabajo? – Me preguntó Max.

- Bien, ya sabes, limpiar por aquí, limpiar por allá – le respondí.

Luego me acerqué a él, que estaba preparando la cena, pegué mi cuerpo al suyo y le besé en la nuca.

- No me desconcentres ahora, ¿quieres? Por cierto, sigue sin gustarme que trabajes para ese hombre ¿cómo se llama?

- Cristian y no puedo hacer otra cosa, me paga muy bien, ya sabes.

- Sí, ¿pero es necesario que trabajes hasta tan tarde?

Miré el reloj eran casi las diez y media.

- Sí, cielo, ya sabes que además de limpiarle el piso debo prepararle la cena. Entiéndelo, amor; como tu has dicho me paga muy bien, y tal y como están las cosas no puedo perder ese cliente.

- Si, ya sé, ya… - aceptó finalmente con cierto descontento.

- Me voy a dar una ducha mientras terminas de hacer la cena – le dije.

- Bien, vale.

Me fui desnudando por el pasillo, llegué al baño, llené la bañera de agua caliente y me sumergí en ella, mientras pensaba que si hacía aquello era por el dinero, porque Cristián me pagaba muy bien y con eso de que cada dos por tres nos subían la hipoteca…

 

Erotikakarenc Texto de la licencia

ALGO DIFERENTE

ALGO DIFERENTE

La observo mientras fuma frente a la ventana. No es que sea una chica especial, quiero decir que no es nada del otro mundo, no es muy guapa, pero tampoco es fea. No es alta, pero tampoco es baja, es una chica normal como cualquier otra, pero yo tampoco soy nada del otro mundo, también soy normal, bastante normal. Pero que importa como seamos si lo importante es lo que pasó. Lo importante es que aquella noche no sé como, terminamos haciendo algo que jamás pensé que ella y yo acabaríamos haciendo, algo diferente a todo lo que habíamos hecho antes con otras parejas. Ni siquiera recuerdo el momento en que me fijé en ella y empecé a verla como algo más que una simple amiga.

Pero la cuestión es que acabamos en esta habitación, y... ni siquiera sé por donde empezar. Yo jamás había hecho algo como aquello, y menos con alguien como ella. No sé como surgió todo, creo que me dejé llevar, ambos nos dejamos llevar. Primero cuando ella me sacó a bailar, la seguí y me dejé llevar por ella; luego, al sentir su cuerpo pegado al mío, y ese calor intenso que me transmitía, también me abandoné a ella y finalmente, cuando me pidió que nos fuéramos a un lugar más tranquilo también me dejé llevar. Por eso me llevó hasta esta habitación (su habitación) y yo me dejé. Sabía que a ella le gustaban aquel tipo de numeritos, porque ella misma me lo había contado alguna noche de confesiones a la luz de las velas; y me dejé hacer, me dejé llevar por ella. Entramos en la habitación y tras cerrar la puerta, me acorraló contra esta y me besó con pasión. Sus labios rozaron los míos y el resto del mundo desapareció para mí, traté de concentrarme sólo en ella, en sus labios dulces, en sus manos que empezaban a quitarme la camiseta. Mis manos se deslizaron hasta sus hinchados senos que acaricié muy suavemente por encima de la semitransparente blusa que llevaba.

Cuando nos separamos y pude observar la habitación, me quedé de una pieza. Aquello era demasiado para mí. Había una silla en el centro, con correas en los reposabrazos y en la parte baja de la silla, a la altura de los tobillos. En un rincón junto a la ventana había una cama de matrimonio, y justo debajo de esta, a los pies una mesa llena de vibradores, consoladores, esposas, arneses, etc. Gabriela se acercó a la silla, acarició uno de los reposabrazos muy suavemente con su mano izquierda y poniéndose detrás de esta, me miró fijamente a los ojos y me dijo:

- Anda, siéntate.

Le miré expectante y nerviosa, mientras me acercaba y sus ojos me miraban con picardía. Me senté en la silla mientras nuestras mirada seguían fijas la una en la otra, como si quisieran escudriñar los pensamientos del contrario. Intuía lo que iba a pasar y en otras circunstancias lo hubiera rechazado, pero aquella mujer, con sus intensos ojos verdes, me atraía enormemente y por eso le obedecí. Nada en aquel momento me hubiera podido convencer de lo contrario, deseaba obedecerla, seguir su juego y jugarlo con ella. Tras sentarme, Gabriela se puso frente a mí, acercó su boca a la mía y volvió a besarme; sus labios me supieron a miel, haciéndome estremecer de deseo, luego sentí como descendían por mi torso desnudo, hasta mi pezón, que atrapó entre sus dientes y lo mordisqueó levemente. Sentí como mi cuerpo se estremecía con el contacto de sus dientes sobre mi piel y gemí cerrando los ojos. Siguió descendiendo, lamiendo mi piel con su lengua, hasta que arrodillándose frente a mí, llegó a los pantalones. Desabrochó el cinturón, mientras su mirada pícara, chocaba con la mía excitada; estaba guapísima con aquella expresión maliciosa y traviesa, con su largo pelo rubio cayendo a un lado. Su cara era todo un poema de rimas perfectas y por primera vez la veía tan hermosa y distinta a otras veces, era como si mis ojos la miraran de otra manera. Me bajó la cremallera del pantalón, y me lo quitó, mientras yo elevaba el culo para facilitarle el trabajo.

Mi cuerpo se quedó desnudo, ya que casi nunca llevo ropa interior, sólo en ocasiones especiales. Gabriela me miró con deseo y acercó sus dedos a mi sexo y lo tocó durante unos segundos, los suficientes para hacerme temblar de deseo, pero enseguida me ató las correas de los reposabrazos y luego las de los tobillos. Me quedé inmóvil, esperando que ella actuará. Yo la observaba y su cuerpo de curvas perfectas me iba llevando poco a poco al infierno de la pasión. Entonces empezó a contonearse frente a mí, quitándose la ropa sensualmente. Se desabrochó la falda de tubo que llevaba y la dejó caer al suelo, mientras sus caderas se movían de un lado a otro haciéndome desearla más y más. Se desabotonó la blusa sin dejar de mirarme fijamente a los ojos y moviéndose como si bailara al son de una imaginaria música, se la quitó y la dejó caer a un lado con suma delicadeza. Se giró de espaldas a mí, su retaguardia era perfecta, marcada por su columna vertebral y un culito que sobre salía en una curva perfecta que me hacía desear llevar mis manos hasta él para tocarlo, acariciarlo y amasarlo, pero no podía, las ataduras me lo impedían. Acercó sus manos al corchete del sujetador y se lo aflojó, volvió a girarse de cara a mí, sujetando el sostén con las manos. Se bajó un tirante, luego el otro y finalmente, cogió el sujetador y me lo tiró a la cara y antes de que cayera sobre mis piernas pude oler su aroma de mujer. Sus pechos redondos y firmes quedaron libres, y no pude evitar lamer mis labios resecos. Deseaba a aquella mujer como nunca había deseado a ninguna otra, quería hacerle el amor, hasta que gritara de placer, hacerla mía por primera vez, pero las ataduras me impedían levantarme de la silla y eso aún aumentaba más la sensación de deseo.

Su siguiente movimiento, tan estudiado como los anteriores, fue meter un par de dedos por la goma de las braguitas y dar una vuelta sobre sí misma, mientras movía su culo como una bailarina mora al son de la danza de los velos. Se quedó de espaldas a mí, y muy suavemente se bajó las braguitas, mostrándome su redondo y hermoso culo desnudo. Yo estaba a mil, cada vez la deseaba más, ansiaba meter mi boca entre aquellos dos cachetes, llevar mi lengua hasta su vulva y lamer, sentir el sabor de su sexo en mi boca y hacerla vibrar. Totalmente desnuda ya, se giró hacía mí tapándose el sexo con las manos. Y diciendo:

-¡Tachán! - Las apartó, mostrándome su depilado sexo.

Suspiré sintiendo el deseo quemando en mi entrepierna, y la miré fijamente. Era preciosa y sólo quería que se acercara a mí y me acariciara o me hiciera algo, cualquier cosa, quería sentir su piel pegada a la mía y su aliento junto al mío. Como si leyera mis pensamientos se acercó, acarició mis rodillas, se postró frente a mí y sus manos ascendieron por mis muslos hasta llegar a mi sexo que empezó a acariciar y manosear mientras mi cuerpo se erguía, se daba a ella, se dejaba hacer. El deseo por ella era cada vez más fuerte, a pesar de que para mí aquello era algo incomprensible, jamás había sentido tanto deseo por ninguna otra mujer. Sentí su boca sobre mi sexo, su lengua lamiéndolo y un estremecimiento cruzó mi cuerpo. Me senté al borde de la silla, con las piernas abiertas, para acercar mi sexo a su boca y facilitarle el acceso. Sus labios calientes sobre mi ardiente sexo, me hacían estremecer y estuve a punto de correrme, pero ella muy sabiamente, se apartó cuando oyó como mis gemidos se aceleraban y mi cuerpo se convulsionaba violentamente. Me desabrochó las ataduras y me dijo:

- Ven, mejor vamos a la cama.

Una vez más la obedecí y la seguí. Hubiera ido al mismísimo infierno por ella y más en aquel momento. Se tendió sobre la cama, y se acarició el cuerpo de arriba a abajo de un modo lascivo, como si quisiera atraerme hacía ella.

- Anda, dame placer, cariño - me dijo.

Me puse sobre ella sintiendo su piel ardiente y desnuda pegada a la mía, me sentía en la gloria. Luego la besé en los labios y fui descendiendo despacio, beso a beso, desde su boca, por su cuello, su hombro, hasta su pecho, en el que me entretuve chupeteando y lamiendo su pezón, mientras con mis mano lo estrujaba suavemente, tratando de mimarlo. Lo saboreé y lamí, como si fuera un niño pequeño tratando de sacarle todo el jugo. Ella gemía y se retorcía de placer, vi como su piel se erizaba; estaba preciosa y me emocionaba pensar que todo aquel placer se lo proporcionaba yo. Continué el camino descendente hacía su ombligo y metí en él mi húmeda lengua, Gabriela volvió a retorcerse de placer, y yo seguí lamiendo, separando sus piernas, hasta llegar a su clítoris. Lo busqué con la lengua y empecé a lamerlo suavemente, rodeando el mágico botón. Gabriela empezó a gemir, sus gritos llenaban la habitación de éxtasis, mientras yo seguía lamiendo, descendía con mi lengua hasta su vagina y la introducía sintiendo el gusto meloso de su sexo en mi boca, un delicioso sabor que sentía por primera vez en mi vida, lo que hacía que me pusiera a mil y deseara más y más cada vez. Volví a lamer su clítoris, mientras introducía un par de dedos en su vagina y empezaba a moverlos dentro y fuera como si fueran un pequeño pene. Gabriela aumentó el ritmo de sus gemidos, mientras su culito golpeaba el colchón con cada embate de mis dedos hacía el interior de su vagina. Empecé a explorar su punto g y a acariciarlo suavemente, intensificando el roce cada vez más, hasta que Gabriela se corrió entre gritos y gemidos de placer. Cuando dejó de convulsionarse se acercó a mí, y me dio un beso en la boca diciéndome:

- Ahora te toca disfrutar a ti, querida.

- Sí, quiero que me folles con uno de esos arneses - le indiqué señalándole la mesa.

- Para ser tu primera vez con una mujer tienes muy claro lo que quieres ¿no, querida?.

La miré con ojos traviesos sin responderle. Ambas sabíamos lo que queríamos y lo que debíamos darnos en ese momento. Por eso aquel encuentro era algo diferente a lo que habíamos hecho antes, porque para ambas era la primera vez que estábamos con otra mujer.

ErotikaKarenc (Autora Tr de Tr) Texto de la licencia

A 500 KM DE TI, CONTIGO

A 500 KM DE TI, CONTIGO

Despierto cuando los primeros rayos de sol entran por mi ventana. Me revuelvo en la cama y empiezo a sentir un calor subiendo por mi cuerpo desde mi sexo, el deseo crece poco a poco, sobre todo cuando pienso en ti y te imagino a 500 Km. de aquí, en otra cama, sólo como yo, con los primeros rayos de sol entrando por tu persiana, tú también sientes ese deseo al imaginarme desnuda y deseándote.

Mis manos se pierden en busca de mi sexo, adentro un dedo en los pliegues que envuelven mi clítoris y empiezo a masajearlo suavemente. Cierro los ojos y te imagino, mi sexo empieza humedecerse.

Tu mano también se pierde en tu entrepierna erecta. Imaginarme desnuda, entre tus piernas y con mi boca apunto de atacar ese manjar, ha sido el desencadenante. Varios kilómetros nos separan físicamente, pero nuestros cuerpos están unidos en nuestra mente, imaginándonos desnudos en una cama, pegados, besando la piel del otro, sintiéndonos.

Tu cuerpo se agita al ritmo de tu mano que se mueve cadenciosa sobre tu erecto falo, y el mío lo hace al ritmo de la mía, hundida entre los pliegues de mi vulva, gimo. Pienso que es tu mano la que está acariciando mi clítoris, que es tu dedo el que lo masajea delicadamente y hace que todo mi cuerpo se estremezca, que mi piel se erice y que mi garganta jadee.

Tú imaginas que es mi boca la que atrapa tu verga, que sube desde la base al glande y desciende luego hasta la base de nuevo, que chupo todo el glande y lo saboreo, lamiendo las gotitas que salen de líquido preseminal. Mi cara de vicio te hace desear más y aceleras el ritmo de tu mano.

Yo también me siento en el cielo, imaginando como ahora es tu miembro el que me penetra, me invade cuando te colocas tras de mí. Por eso dos de mis dedos se hunden en mi vagina, y se mueven dentro y fuera, dentro y fuera. Mis gemidos aumentan y empiezo a imaginar que me susurras:

- Te gusta como te follo ¿eh, zorrita?

- Sí, cabrón – musito.

Sentir esas palabras en mi oído han hecho subir más la temperatura de mi cuerpo. Aprietas con fuerza tu mano contra tu sexo, empujas y empujas, imaginando que empujas hacía mi vagina, penetrándome, metiéndote en mí profundamente. Gimo, gimes y a pesar de la distancia, la unión se hace más fuerte cada vez. Te siento entrando y saliendo de mí, sudo extasiada, gimo y mis gemidos aumentan al ritmo de los tuyos.

Mis dedos siguen penetrándome al ritmo de tus embestidas, mientras tu mano se mueve al ritmo de las mías y poco a poco el orgasmo va naciendo, y en un éxtasis demoledor alcanzo el orgasmo, a quinientos kilómetros de aquí tú también te corres imaginándome satisfecha de ti. Nos abrazamos invisiblemente, nos besamos y mirando a mi alrededor me veo otra vez sola en mi habitación, desnuda sobre mi cama, pensando en ti. Sonrío por el maravilloso momento que acabas de darme. Tú también sigues allí, sobre tu cama, desnudo. Sonríes y piensas que ha sido uno de tus mejores orgasmos y que ojala hubiera estado ahí. Miras el reloj, y piensas que quizás este despierta, entonces coges el teléfono.

Oigo el ring del aparato y lo cojo:

 - Diga.

 - Hola Princesa.

 - Hola ¿Qué tal? ¿Qué haces? – Te pregunto.

 - Pensaba en ti y he decidido llamarte.

- Yo también pensaba en ti

- ¿Y qué pensabas? – me preguntas curioso.

- En el orgasmo tan maravilloso que me has dado hace unos minutos.

- ¡Uhm, es agradable saber que pensabas en mí en ese momento, yo también lo he hecho! – Me confiesas

- ¿De verás?

- Sí.

Sonrío, me siento feliz por saber que hemos compartido la misma fantasía y te digo:

- Te quiero,

- Yo también te quiero, Princesa.

- ¡Qué lástima que estemos tan lejos! – Me lamento.

- No digas eso, preciosa, ya has visto que a veces, estamos juntos, más de lo que parece.

- Sí, te quiero – repito.

 

Erotikakarenc (Autora TR de TR) Texto de la licencia.

TRAICIÓN

TRAICIÓN

Jamás creí que pudiera sucederme algo así y aún ahora, después de seis meses de intenso amor y apasionados encuentros entre Víctor y yo no puedo creerme que me haya sucedido a mí. Siempre pensé que estas cosas sólo pasaban en las películas, que la vida real era más dura y que… no sé, sólo sé que le amo a pesar de las circunstancias que nos rodean, a pesar de que yo esté casada con Julián, a pesar de que su mujer sea mi hermana Judith.

Todo empezó, como ya he dicho, hace seis meses. Víctor me llamó una tarde; dos días antes del cumpleaños de mi hermana. Quería prepararle una cena especial, los cuatro solos. Me dijo, que por supuesto, él me ayudaría a prepararlo todo, y sobre todo el postre, ya que él era pastelero. Quedamos el día antes de la cena para ir a comprar lo que utilizaríamos, fue una compra divertida, ya que Víctor es muy bromista y socarrón.

Debo decir, además, que Víctor es un hombre bastante atractivo, y como la mayoría de mujeres que le conocen, no puedo negar que desde el momento en que lo conocí, hace seis años, me sentí atraída por él; y esa atracción aumentó cuando Judith empezó a contarme como era Víctor en la cama. A través de ella supe que Víctor tenía un buen aparato, que le gustaba hacer el amor suavemente, e innovando en cada encuentro, haciendo de este algo especial. No le gustaba hacerlo siempre en la misma posición sino ir cambiando a medida que el momento se calentaba más y más. Y claro, a través de todas esas descripciones creo que me fui enamorando de él o por lo menos, mi deseo hacía él fue creciendo poco a poco, preguntándome como sería sentirle dentro, estar entre sus brazos y disfrutar de una maravillosa sesión de sexo de esas que mi hermana solía contarme. Y eso, unido al aburrimiento que tenía en mi matrimonio, iba acrecentando día a día la atracción que sentía hacía mi cuñado.

Lo peor, o lo mejor de aquel día, fue que justo antes de que Víctor y yo nos encontráramos frente al supermercado para comprar, Judith acababa de llamarme para contarme como iban sus cosas y sobre todo como había sido la apasionante noche que ella y Víctor habían pasado. Me contó que lo habían hecho, como siempre apasionadamente, y que por primera vez habían practicado el sexo anal. Aquello me puso a cien, sobre todo por la detallada explicación que mi hermana me hizo de cómo había ido todo.

Cuando llegué frente al supermercado temí que Víctor notara lo excitada que estaba, sobre todo porque me pareció que se me notaba, ya que tenía mucho calor y además, nada más verle, la imagen de su hermoso cuerpo desnudo y excitado se dibujó en mi mente con toda perfección. Traté de quitarme aquella imagen de la cabeza y nos saludamos y entramos en el supermercado. Durante toda la compra, Víctor estuvo muy pendiente de mí, pidiéndome consejo sobre lo que más le gustaría a Judith, etc. Al terminar de comprar, me acompaño a casa y me ayudó a subirlo todo. Tras dejarlo todo sobre la mesa de la cocina le pregunté:

- ¿Quieres tomar algo?

- Bueno – aceptó.

- ¿Una cerveza? – le ofrecí.

- Vale.

Abrí la nevera, saqué una lata y se la tendí. Él la cogió, la abrió y al hacerlo la cerveza salió a presión manchándole los pantalones justo en la zona donde quedaba su paquete. Pero yo, instintivamente cogí un trapo y le empecé a limpiar, tratando de secar el líquido. Noté como su sexo se ponía duro al rozarlo y me puse roja como un tomate. Miré a Víctor algo avergonzada y él me miró a mí, cogió el trapo y dijo:

- Deja, ya lo hago yo.

Ambos estábamos nerviosos por al situación, había un ambiente extraño entre los dos que hacía la circunstancia aún más difícil de lo que pudiera parecer.

- Lo siento – me disculpé.

Sentí como mis mejillas se ponían rojas y bajé mi mirada al suelo sonrojada. Víctor me cogió por la barbilla haciendo que le mirara directamente a los ojos y me dijo:

- No lo sientas, me has excitado sólo con un roce y… eso es algo maravilloso, ¿no?

Me quedé estupefacta al oír aquellas palabras, pero más sorprendida me quedé cuando Víctor me estrechó entre sus brazos y me besó. Cuando nos separamos yo no sabía que hacer y esta vez fue él quien me dijo:

- Lo siento.

- No, yo… - y no pude reprimir el deseo de besarle, necesitaba hacerlo y no me lo pensé dos veces.

En los siguientes minutos, todo lo que nos rodeaba desapareció, sólo existíamos él y yo; y la lujuria, el deseo nos invadieron a ambos. Y empezamos a besarnos, comiéndonos la boca, a la vez que nuestras manos exploraban el cuerpo del otro. Las de Víctor, acariciaron mi culo, subiendo la falda corta que llevaba. Yo entretanto le desabroché el cinturón, bajando la cremallera despacio, y metí la mano en busca de su erecto pene. Deseaba tenerle entre mis piernas, deseaba sentir mi cuerpo lleno de sus besos y sus deseos. Sentía mi sexo humedeciéndose cada vez más, mientras nuestras bocas se devoraban como si tuviéramos un hambre infinita del otro. Víctor metió su mano dentro de mis braguitas y buscó mi sexo que ansioso lo esperaba; mi mano estaba ya acariciando el suyo, moviéndolo de arriba abajo. Sentí como sus dedos se introducían en mi, ya húmeda, vulva y todo mi cuerpo se estremeció. Nuestras respiraciones sonaban cada vez más entrecortadas, se notaba la excitación que nos envolvía a ambos, la lujuria y las ganas de sentirnos, olvidándonos de todo lo demás, de Judith, de Julián, de nuestros respectivos matrimonio… en aquel momento y lugar sólo existíamos él y yo. Víctor me aupó y me subió sobre el mármol de la cocina. Aquello era una locura, una dulce locura, pero ninguno de los dos quería detenerla.

Mi cuñado me quitó las braguitas, mientras sus ojos se fijaban en los míos con un aire perverso. Vi como se guardaba las braguitas en su bolsillo y luego abriéndome de piernas y sin más preámbulo, hundió su boca en mi sexo. Fue una sensación sublime notar su lengua enredándose en mi clítoris. Suspiré y dejé que hiciera. Empezó a lamer, a mover su lengua sinuosa por mi sexo, produciéndome un agradable placer, algo que jamás había sentido, ya que hasta ese momento, ningún hombre me había hecho sexo oral. Sentir su lengua húmeda en mi clítoris, su boca chupeteándolo, fue algo maravilloso. Todo mi cuerpo vibraba y se estremecía a cada caricia de aquella dulce lengua. Empecé a gemir excitada, sintiendo como un cosquilleo empezaba a nacer en mi sexo, sentía que iba a correrme y mis gemidos empezaron a sonar cada vez más fuerte y más seguidos. Hasta que Víctor se detuvo ante la evidencia. Me hizo bajar del mármol, nos besamos apasionadamente, mientras yo metía la mano entre su cuerpo y el mío buscando su sexo, que asomaba por la goma del slip, estaba duro como una piedra y al rozarlo saltó, vibrando de deseo. Lo saqué y lo acaricié arriba y abajo, pero antes de que pudiera hacer nada más, Víctor me hizo dar media vuelta poniéndome de espaldas a él. Pegó su cuerpo al mío y sentí como guiaba su sexo hasta el mío, luego de un fuerte empujón me penetró. Sentir como su polla entraba en mí, fue aún mejor que sentir su lengua en mi clítoris, y como mi hermana me había contado más de una vez, podía sentirme llena con aquel falo dentro de mí. Me apoyé sobre el frío mármol de la cocina y Víctor tomándome por las caderas empezó a empujar, primero despacio, y luego acelerando sus movimientos, dándome cada vez con más furia y brusquedad. Aquel ir y venir de su sexo en el mío me hacía estremecer y gritar de placer, ambos queríamos alcanzar el orgasmo y no sólo porque lo deseáramos sino también porque sabíamos que en cualquier momento podía aparecer mi marido. Víctor masajeaba mi culo sin dejar de empujar una y otra vez y sin saber como, quizás por el placer que estaba sintiendo me dejé ir y en pocos minutos empecé a sentir como el orgasmo que llegaba. Y mi cuñado tampoco tardó mucho en descargar toda su leche dentro de mí. Cuando ambos dejamos de convulsionarnos, nos separamos y nos arreglamos la ropa y entonces al darme cuenta de lo sucedido empecé a sentirme culpable y…

- Víctor, esto no debería haber pasado… - dije con cierta tristeza.

Pensar que estaba traicionando a mi hermana y que su marido y yo habíamos tenido un momento tan apasionado y loco me encogía el corazón y me dolía en el alma.

- Lo sé, pero… no he podido evitarlo, ambos lo deseábamos.

- Sí, pero… mi hermana… Víctor, vete por favor, sal de mi casa.

- Pero… - protestó él, parecía querer justificar todo lo que acababa de suceder, cuando no tenía justificación posible para mí.

- Vete, necesito pensar, estar sola, por favor.

- Esta bien. Te llamaré.

Víctor salió de la casa y me quedé sola. Al mirar a mi alrededor me entraron unas ganas enormes de llorar porque me sentía sucia, había traicionado a mi hermana además de a mi marido y aquella era la peor de las traiciones.

Cuando llegó Julián unas horas después, ni siquiera sé como fui capaz de disimular como si nada hubiera ocurrido. Me preguntó que tal había ido la compra con Víctor.

- Bien – le respondí recordando lo sucedido en la cocina.

- ¿Has quedado con él para pasado mañana?

- No – le respondí – Mañana lo llamo.

En ese momento me di cuenta, que con toda la pasión y lo convulsionados que ambos estábamos después por lo sucedido no pensamos en quedar para la cena y para preparar toda la fiesta. Lo malo es que no sabía como podría enfrentarme de nuevo a Víctor sin caer en sus brazos, porque estaba segura de que volvería a hacerlo, porque lo deseaba, porque lo que Víctor me había hecho sentir aquella tarde, hacía mucho tiempo que no me lo hacía sentir nadie y me había gustado.

Al día siguiente, estuve media tarde dudando en si debía llamar a Víctor o no, no sabía como hacerle frente ni que decirle, pero tenia que hacerlo. Así que después de todo el día dudando y ensayando que iba a decirle, finalmente, al salir del trabajo, le llamé.

- ¿Diga? – Nada más oír su voz todo mi cuerpo empezó a temblar.

- ¿Víctor? Soy Helena, es que… - comencé a decir sumamente nerviosa – …te llamaba… para… quedar mañana.

- Sí. Oye, antes de seguir, siento lo de ayer y te prometo que no volverá a pasar – me dijo, aunque por el tono de voz me resultaba difícil creerle.

- Sí, vale, pero olvidémoslo, ¿quieres? – le pedí yo aunque en realidad, me era difícil olvidarlo.

- Esta bien. ¿Qué tal si quedamos a eso de las siete? – me sugirió.

- Vale, a las siete en casa - y sin despedirme colgué.

Estaba muy nerviosa y estaba segura de que al volver a vernos caería de nuevo en sus garras, era algo inevitable. Por eso para distraer mi mente y quitarme el sentimiento de culpa llamé a Julián.

- Hola, cariño. ¿Has salido ya de la oficina? – Le pregunté – Podría pasarme por ahí e ir a tomar algo.

- No, lo siento, cielo – me respondió él – pero tengo que terminar un informe, seguramente saldré tarde.

Indudablemente y como casi siempre, aquello era sólo una excusa tonta, yo sabía de sobras que no tenía ningún informe que terminar. Y me lo confirmó el olor a perfume de mujer que se había quedado impregnado en su ropa cuando llegó a casa, casi a las doce de la noche. Yo ya había cenado y estaba a punto de irme a la cama. Ni siquiera me pidió disculpas por llegar tan tarde, así que preferí pasar de él e irme a dormir. Poco a poco nuestro matrimonio se desintegraba, pero no parecía importarnos demasiado a ninguno de los dos. Es más, a mi me dolía lo sucedido con Víctor más por mi hermana Judith que por Julián.

Al día siguiente estuve nerviosa todo el día, imaginando una y otra vez que sucedería con Víctor y como debía reaccionar yo. Lo único que me tranquilizaba era saber que no estaríamos solos. Pero a la hora de la verdad, nada de lo que había imaginado y planeado me sirvió.

Cuando llegó a las siete en punto, fui a abrir la puerta y me quedé paralizada al verle. Estaba guapísimo, con unos tejanos que le quedaban como un guante, marcando su hermoso culito y una camiseta de manga corta.

- Hola preciosa – me saludó mostrando su esplendida sonrisa y con un atractivo gesto de seducción.

- Hola – le respondí sin dejar de mirarle, me había quedado embobada, quieta, por lo que él preguntó:

- ¿Puedo pasar?

- ¡Ah, sí, claro!

Entró y al hacerlo rozó disimuladamente mi mano. Pero su contacto aunque leve y casi imperceptible hizo que toda mi piel se erizara. Entramos en la cocina, yo le seguí como un perrito. Me moría de ganas por besarle, por ser suya otra vez, pero a la vez, dentro de mi cabeza se desataba una batalla entre la razón y el corazón, donde la imagen de mi hermana presidía el combate. No podía hacerle eso a mi única hermana, ella lo era casi todo para mí, formaba parte de mi vida, una parte muy importante y traicionarle de aquella manera, era lo peor que podía hacer.

- Bueno, ¿por dónde empezamos? - Me preguntó Víctor.

- No sé, yo… - respondí insegura – yo haré la cena, he pensado en una ensalada y algo de pescado, como te dije el otro día.

- Perfecto, yo me encargo del postre – dijo Víctor.

Víctor me explicó como haría el postre que tenía pensado hacer y le saqué los cacharros que necesitaba e inmediatamente nos pusimos manos a la obra.

Cuando puse el pescado en el horno y ya casi había terminado de hacerlo todo, miré a Víctor que estaba amasando los pastelitos que serviría de postre; estaba muy atractivo con el delantal que llevaba y una pequeña mancha de harina que se le había quedado pegada en la comisura de los labios. Y esa imagen me llevó de nuevo al paraíso e hizo discurrir mi imaginación hasta el punto de imaginarme que él y yo… pero inmediatamente saqué aquel pensamiento de mi cabeza y justo en ese instante oí la puerta que se abría.

- ¿Cómo va eso? – Oí que preguntaba mi marido.

- Hola – dijo la voz de mi hermana y al oírla me puse roja como un tomate.

Me sentí avergonzada, tanto que cuando entró en la cocina y se acercó a mí para darme un beso no pude mirarle a los ojos ni un solo momento, pero cuando se acercó a Víctor, también vi que él se sentía incómodo. Se besaron tiernamente, y luego mi hermana preguntó:

- ¿Os ayudo en algo?

- No, ni hablar – respondió Víctor – Tu eres la homenajeada, así que a sentarte al sofá.

- ¿Por qué no le enseñas los muebles nuevos de la terraza? – Le propuse a mi marido.

- Vale – aceptó este, y cogiendo a Judith de la mano se la llevó.

Cuando ambos hubieron salido de la cocina Víctor y yo nos miramos a los ojos y le sonreí, de nuevo vi la mancha de harina en su cara, que seguía justo en el mismo lugar, le sonreí y le dije:

- Tienes una mancha de harina en la cara.

-. ¿Dónde? – Me preguntó.

- Ahí – le señalé.

Hizo ademán de limpiársela pero no lo consiguió.

- No, aún la tienes – le avisé – espera.

Me acerqué a él y con mis dedos le limpie, de modo que con la yema rocé sus labios, sus carnosos y hermosos labios que parecían llamarme a gritos, pidiéndome un beso, y aunque algo dentro de mí me decía que no debía hacerlo, finalmente lo hice, le besé, hundí mi boca en la suya, busqué su lengua con ansia y la rocé; pegué mi cuerpo al suyo, y sentí el calor de su cuerpo hirviente. El deseo nos quemaba a ambos, pero la razón se impuso a esos deseos cuando sentí sus manos acariciando mi culo.

- No – dije apartándome de él – no podemos, ellos…

- Ellos están en la terraza y yo me muero por tenerte entre mis brazos otra vez.

- Víctor, es mi hermana y…

- Lo sé, pero…

Un nuevo beso abrasó mis labios y ya no pude resistirme más, yo le deseaba tanto como él a mí. Por eso dejé que sus manos me subieran la falda y se adentraran en mis carnes, todo mi cuerpo se estremeció, mi piel se me erizó y suspiré al sentir como su manos amasaban mi culo. Su sexo, a la altura de mi vientre, se hinchaba poco a poco con cada beso y cada caricia que imprimía en mi cuerpo. Mi mano se deslizó hasta ese mágico lugar, le bajé la cremallera del pantalón, busqué su pene erecto y lo saqué, todo con lujuria, rapidez y temor, pues podíamos ser descubiertos por nuestros respectivos en cualquier momento, ya que sólo unos metros nos separaban de ellos. Eso nos ponía en una situación demasiado comprometida que nos excitaba aún más. Víctor me sentó sobre la mesa donde había estado amansado los pasteles. Apartó las braguitas y acarició mi sexo húmedo y excitado. Luego, sin más preámbulos, acercó su erecto falo a mi vulva y me penetró.

Sentirle de nuevo fue algo grande y maravilloso, el deseo más esperado y ansiado de las últimas horas. Empezó a moverse entrando y saliendo en mí, y yo le abracé fuerte, como si quisiera sentirle pegado a mí, parte de mí. Nuestros cuerpos acompasaron sus movimientos y en una carrera de pasión se dieron sin límite hasta alcanzar la cima. Ni siquiera gemimos para no ser escuchados, ni descubiertos. Sentí como su sexo se hundía en mí una y otra vez, una y otra vez, mientras acallaba mis suspiros mordiendo su hombro; el también trataba de contener sus gemidos mordiendo mi cuello. Y allí en aquella cocina fuimos dos animales salvajes buscando el placer, el uno en brazos del otro. Noté como su sexo se hinchaba dentro de mí, como apretaba cada vez con más fuerza contra mí y como mi vagina se contraía apresando su polla, hasta que ambos explotamos en un maravilloso orgasmo. Y a pesar de lo peligroso de aquella situación he de decir que aquel fue el mejor orgasmo de mi vida, todo mi cuerpo tembló de pasión, de amor, de locura, al sentirlo.

Nos separamos y recompusimos nuestras ropas tratando de que todo volviera a estar en su lugar, como si nada hubiera sucedido. Traté de escuchar, pero nada se oía, al parecer mi hermana y mi marido aún seguían en la terraza.

Sin decir nada, Víctor terminó de hacer los pasteles y yo cogí los cubiertos y los vasos para poner la mesa. En ese instante escuché unos pasos que se acercaban:

- ¿Cómo va todo? – Preguntó Julián.

- Bien – le respondí sin mirarle a la cara, me sentía avergonzada.

- ¿Os ayudamos, queréis que pongamos la mesa? – Se ofreció.

- Bueno – le respondí pasándole los cubiertos y los dos vasos que tenía en la mano. ´

Él los cogió y luego me dio un tierno y suave beso en los labios. Aquel gesto me extrañó, sobre todo porque últimamente Julián era muy poco cariñoso conmigo. Salió de la cocina y entonces miré a Víctor, este me sonrió y me guiñó un ojo.

El resto de la noche fue extraña en todos los sentidos, Julián se mostró muy cariñoso conmigo, al igual que Judith con Víctor y así lo constatamos ambos mientras estábamos fregando platos y ellos veían la televisión. Hacia las doce de la noche mi amante cuñado y mi hermana se fueron y Julián y yo decidimos irnos a dormir. Aquella noche, Julián quiso hacerme el amor, pero yo no tenía ganas así que le dije que estaba muy cansada.

Desde entonces han pasado ya seis meses, seis meses de encuentros a escondidas, de momentos maravillosos, de hoteles perdidos y de promesas a largo plazo.

Y ahora camino por la avenida al encuentro de mi hermana, ayer la llamé, le dije que tenía algo que contarle, algo muy importante; estoy decidida y no quiero guardar por más tiempo este secreto. Ella también me dijo que tenía algo que contarme, lleva unos meses muy extraña e intuyo que algo le pasa.

Llego al café donde hemos quedado, me espera sentada en una de las mesas del fondo, me acercó a ella y la saludo.

- ¡Hola hermanita!

- ¡Hola! – Me responde ella.

- ¿Qué tal? – Le pregunto.

- Bien – responde ella – Quería decirte algo y… - empieza, en su voz noto que lo que quiere decirme es importante y no me va a gustar, me temo lo peor.

Pero de algún modo, yo estoy aquí para eso, ¿no? Pienso; para decírselo, ¿Qué puede ser peor si en realidad es lo que espero?

- Yo también quiero decirte algo – le digo.

- Espera, yo primero – añade mirando hacía la puerta y entonces le veo entrar, es mi marido con cara de circunstancias.

Me quedo petrificada al verle y empiezo a entender muchas cosas. Casi inmediatamente detrás de él entra Víctor y al ver la cara de Judith adivino que no se lo esperaba.

Pero lo más curioso de todo es que ante tan extraña y rocambolesca situación, Judith y yo nos echamos a reír, quizás porque el destino nos hizo una mala jugada que hoy ambas hemos decidido enmendar.

Erotikakarenc (Autora TR de TR)

Escapar

Escapar

Escapar, a veces uno tiene la necesidad de escapar. Escapar de alguien, dejarlo atrás. Quizás sea alguien que nos ha hecho daño, alguien a quien hemos amado pero se hace difícil escapar, aunque sea lo que más deseamos en el mundo, su recuerdo llena nuestra mente y escapar se hace imposible y sentimos como si cuanto más escapamos, más cerca lo tengamos, más imposible se haga ese escape.

Pero de repente un día sin darnos cuenta casi, abrimos los ojos y él ya no está, hemos logrado escapar, salir del pozo en el que nos metimos por culpa de esa persona, y entonces empiezan las dudas ¿por qué nos enamoramos de él? ¿Valió la pena hacerlo? Y te encuentras sola meditando sobre esas preguntas y una canción te recuerda que sí, te dice que nada fue un error y que si esa persona no te supo apreciar la culpa fué de él, el que sale perdiendo es él, tú en cambio, has ganado, y has ganado mucho. Quizás gracias a él ahora puedes apreciar mejor ese nuevo amor que ha llegado a tu vida, que te hacer ver las cosas de otro color y que te da mucho más de lo que jamás soñaste que nadie podría darte. Y piensas que escapar no fue tan difícil como parecía al principi.

Cristales rotos

Cristales rotos

El suelo está lleno de cristales, rastros de la batalla que ella empezó. Aún me preguntó porque lo hice, porqué dañé su corazón, porque fui tan vil que sólo pude hacerle daño cuando ella es... es lo mejor de mi vida. Y ahora esta habitación vacía me parece un témpano helado sin ella, sin su olor, sin su ropa, sin sus pasos caminando y resonando sobre suelo. Y la cama es sólo un nido vacío, vacío de ella, vacío de sus gemidos, esos que me hacían sentir el más dichoso de los hombres por tenerla sólo para mí. Y ahora ella se ha ido, precisamente porque mancillé nuestro nido de amor cometiendo una locura, la mayor locura de mi vida. En el fondo me lo merezco, sí, sólo yo soy el culpable de que ella haya salido huyendo de mi vida como un gato herido. Sé que no debí hacerlo, pero la debilidad humana es más fuerte que la razón, a veces.

Aquella noche, los ojos negros de aquella mujer me hechizaron, y como empujado por el deseo me acerqué a ella, la invité a una copa y después de la primera vino la segunda y luego la tercera y al llegar a la cuarta ella me invitó a buscar un lugar más privado y yo me perdí en sus ojos negros. La invité entonces a venir a mi casa, estaba sólo y no pensé que Jennifer volviera aquella noche, esa fue mi mayor locura, mi peor error. Caminamos medio embriagados por el alcohol por las estrechas calles que llevaban a mi casa, llegamos a mi bloque y tras subir al ascensor, el primer beso estalló entre nosotros. Tras el beso, le siguieron las caricias y al llegar a mi piso ambos estábamos ya medio desnudos. Ebrios de deseo entramos en el piso. Las prendas fueron cayendo al suelo una tras otra, mientras los besos y las caricias se sucedían y como podíamos avanzábamos hasta la habitación. Caímos ya desnudos sobre la cama, mi sexo ardía, el suyo quemaba, éramos dos cuerpos sedientos de sexo. Sentí la humedad de su entrepierna cuando mi verga choco con su vulva, me introduje entre sus piernas, todo su cuerpo se estremeció al sentir como rozaba sus labios y ya no pude parar, aunque algo dentro de mí me decía que aquello no estaba bien, ya sólo pensaba en terminar, en derramarme en su interior, en dejar que mi deseo se desbocara sobre aquel hermoso cuerpo de mujer, a veces creo que era el diablo que vino a tentarme. Luego ella se colocó sobre mí y cabalgó como una experta amazona, dándome el placer que yo deseaba, haciéndome sentir su humedad y la mía, su deseo y el mío. Y así, ambos calmamos el ansia que teníamos por poseernos mutuamente, y estallamos casi al unísono en un maravilloso orgasmo. Y fue justo después, cuando nuestros cuerpos empezaban a calmarse tras el orgasmo cuando la vi. Allí, plantada en la puerta estaba Jenny, mi dulce ángel, observándome con los ojos llenos de lágrimas y odio, de tristeza y asco y no se me ocurrió otra cosa que decir la tan socorrida frase de: "Jenny, esto no es lo que piensas" pero si lo era, claro que lo era, le había engañado con otra mujer, había buscado sus besos y sus deseos en el cuerpo de otra mujer y había mancillado nuestro nido.

Después de eso, ya nada fue igual, tardé una semana en saber algo de ella y cuando la vi, le pedí perdón, y no sé porque razón, supongo que por amor, ella me perdonó, pero ya nada fue igual; la traición estaba ahí, y sus miedos aumentaban día a día. Cada vez que nos amábamos sobre nuestro nido de amor, una extraña mirada de dolor se dibujaba en sus ojos, hasta que hoy todo el dolor estalló entre sus manos. Gritó, me preguntó porqué y no supe que responderle, sólo supe decirle que la amaba.

¿Amor?, tú ni siquiera sabes lo que es el amor – me dijo simplemente ella. Y tras eso hizo la maleta y se marchó.

Y ahora mi corazón llora por ella, sufre por ella porque sé que no va volver, que ya no hay vuelta atrás y que la he perdido por una estupidez, por un deseo que quemó mi alma en una noche de locura.

 

Erotikakarenc (Autora TR de TR) Texto de la licencia

En sus ojos

En sus ojos

El metro está lleno de gente, no cabe ni un alfiler, aún así me aventuro a buscar un lugar donde sentarme pero no lo encuentro, así que me quedo en pie en uno de los pasillos, mirando hacía la ventana, cogida fuertemente a la barra de sujeción. El metro arranca y en pocos segundos entramos en el túnel. La oscuridad, la gente, la gran ciudad sobre nosotros, el ruido del tren.... En menos de un minuto, llegamos a la siguiente estación. El convoy se detiene y entonces te veo. Alto, moreno, ojos negros, guapo. Estás sentado en el banco. Tus ojos se cruzan con los míos y una corriente eléctrica recorre mi cuerpo haciéndome sentir que podría amarte eternamente. Y el deseo crece entre mis piernas, es un cosquilleo que me invade sin remedio y mi mente vuela a miles de kilómetros de allí, otro lugar, un lugar sólo para nosotros dos.

Una cama, dos mesillas de noche y tú y yo, llenando ese espacio vital. Te acercas a mí y me tomas por la cintura. Tu mano acaricia mi mejilla suavemente y con lentitud, como si quisiera retener ese momento en tu memoria. Me miras a los ojos, los tuyo tienen un brillo especial y desde su negra oscuridad me cuentan que me deseas como nunca antes has deseado a nadie. Me besas, te beso, nuestros labios se unen en un beso largo, eterno. Beso de lenguas que se busca, de labios que se devoran, de humedades intensas que se juntas buscándose en este mar de placeres. Cuando nos separamos, te alejas unos centímetros de mí, das unos pasos a mi alrededor, mientras yo me quedo quieta, esperando. Te sitúas detrás de mí y vuelves a acercarte. Pegas tu cuerpo al mío, besas mi nuca y desabrochas el vestido, bajando la cremallera con parsimonia. Me lo quitas, dejándolo caer al suelo. Rozas mi cuello con el envés de tu mano y la dejas caer lentamente por entre mis pechos, hasta mi vientre. Todo mi cuerpo se eriza, tiemblo de placer. Apoyo mi cabeza en tu hombro y cierro los ojos para dejar que las sensaciones me llenen. Tu mano vuelve a ascender por mi cuerpo, resigue mi talle hasta mis senos, me desabrochas el sujetador, me lo quitas y lo dejas sobre la cama. Posas tus manos sobre mis pechos, los masajeas delicadamente, haciéndome estremecer y me pego a ti, tratando de sentir tu virilidad pegada a mis nalgas. Te deseo y con cada caricia haces que el deseo crezca.

Me quitas las braguitas, dejando que desciendan lentamente por mis piernas, que yo abro, y cuando ya me las has quitado aprovechas, para meter tus dedos en mi sexo y acuciarlo suavemente. Una descarga de placer cruza todo mi cuerpo, estoy a mil y te deseo como nunca he deseado a nadie. Me haces recostar sobre la cama, abres mis piernas y acercas tu boca a mi sexo, lo lames, lo excitas, lo amas. Mientras todo mi cuerpo se contrae y estremece sintiendo esa dulce lengua que viaja desde mis labios vaginales a mi clítoris y de mi clítoris a mis labios vaginales; se introduce en mi vulva y lame sedienta, luego vuelve al clítoris y lo chupetea con devoción.

Te pones en pie, y yo me siento sobre la cama. Te desabrocho el pantalón y te lo quito, mientras tú te quitas la camisa. Te quito el slip, dejando libre tu sexo erecto, que me apunta directamente y parece llamarme deseoso de sentirme. Acerco mi boca a él y lo beso, lo lamo, lo excito, lo amo. Acaricio el tronco con la mano, chupo el glande como si fuera un helado y disfruto de cada rincón de ese maravilloso manjar que tanto me gusta. Cuando ya estás suficientemente excitado me tumbo sobre la cama y te invito a que me hagas tuya con sólo una mirada. Tú no lo dudas, te pones sobre mí, guías tu erecto sexo hacía mi húmeda vagina y de un solo empujón me penetras, me haces sentirte dentro de mí y empiezas a moverte, lenta y cadenciosamente, empujando tus caderas hacía mí, te amo y me amas y siento que podría amarte eternamente. Tu cuerpo y el mío se aman, compás de pasión en una noche desesperada, baile de almas que se aman sobre una cama de deseo y placer. Poco a poco nuestro compás se ajusta, nos sentimos mutuamente, hasta que el placer empieza a recorrer nuestros cuerpos y estalla al unísono en ambos.

Y entonces despierto, y tu sigues frente a mí, sentado en el banco de la estación. Una chica que acaba de bajar del metro se acerca a ti, desvías tu mirada de mí y la miras a ella. Te besa en los labios y el metro arranca. Te pierdo de vista y comprendo que nunca más volveré a verte…

Los días pasan y cada vez que paso por esa estación observo detenidamente el andén esperando encontrarte de nuevo, pero día tras días mis esperanzas se pierden en un mar de gente. Hace ya una semana que te vi por primera y última vez y casi he perdido las esperanzas de volver a verte. Pero de repente, hoy en el viaje de regreso a casa…

El metro se detiene en la estación, y te veo, estás allí, de pie, esperando que las puertas se abran, sólo unos cinco o seis metros nos separan y mi corazón empieza a latir a cien por hora. Te acercas a mí y mi corazón empieza a latir a cien por hora, estoy más nerviosa que un flan, tiemblo y… De repente tu mano roza la mía al cogerte a la barra de sujeción, nos miramos, te sonrío, me sonríes pero bajo mi mirada al suelo, un tanto avergonzada. El tren arranca y al hacerlo, pierdo un poco el equilibrio cayendo sobre ti y empujándote.

Lo siento – me disculpó inmediatamente.

No pasa nada – dices tú.

Pero extrañamente nuestras manos se quedan unidas. El contacto de tu piel caliente con la mía me hace temblar. Seguimos así, cogidos de la mano el resto del camino y cuando llego a mi parada me suelto de tu mano y me dirijo hacía la puerta, pero tú me sigues. Sin mirar, camino por la estación, sabiendo que tú me sigues y sabiendo que tú sabes que yo sé que me sigues. Es un juego divertido. Salgo al exterior y justo enfrente de la parada de metro está la empresa donde trabajo. Es un edificio de varias plantas y en cada una hay varios despachos. Entro y tú sigues detrás de mí. Entro en el ascensor y tú entras conmigo y extrañamente, nadie más entra detrás de nosotros. Las puertas se cierran y nos quedamos solos.

¿Por qué me has seguido? – Te pregunto.

Porque me gustas – y sin más, me coges por la cintura y me acercas a ti y me besas.

No puedo creerme que este a punto de pasar lo que hace una semana era sólo un sueño. Así como llevados por una pasión irrefrenable, tus manos acarician mi cuerpo, y las mías el tuyo. Nuestros cuerpos están pegados, se desean con ansia. Me tienes atrapada entre tu cuerpo y la pared. Aprietas el botón de stop del ascensor. Sabemos que debe ser algo rápido, pero no nos importa, llevamos una semana imaginando este momento. Por eso, me subes la falda hasta la cintura, mientras mis manos desabrochan la cremallera de tu pantalón y buscan tu sexo erecto. Un beso sucede a otro y luego otro, nuestras bocas se comen literalmente la una a la otra. Tu mano aparta mis braguitas y busca mi vulva, la acaricias delicadamente comprobando que estoy a cien, dispuesta se recibirte cuando tú lo decides, luego diriges tus dedos a mi clítoris y también lo acaricias, todo mi cuerpo se estremece. Entre tanto, yo he conseguido sacar tu verga de su refugio y la acaricio suavemente, arriba y abajo, haciéndote estremecer y gemir de placer. También yo gimo sintiendo tus dedos hurgando entre mis carnes húmedas de deseo, me estremezco y te deseo. Trató de dirigir tu sexo al mío y tú comprendes perfectamente lo que deseo. Me miras a los ojos, te incrustas entre mis piernas y diriges tu sexo hacía el mío. Me penetras, te abrazo, siento como entras completamente en mí y mientras nuestros ojos se miran fijamente empiezas a moverte, entrado y saliendo de mí, empujando despacio una y otra vez. Te siento, me sientes y nuestros cuerpos arden al unísono en este fuego de pasión que nos ha invadido. Nada importa, nada nos preocupa, sólo tu y yo y el placer de este momento, que poco a poco va dibujando la pasión entre nosotros. Nuestros movimientos se aceleran, el sonido de nuestros gemidos aumenta y se precipita hacía "le petit mort". Siento como te vacías en mí y tu sientes como las paredes de mi vagina estrujan tu pene, alcanzando ambos el éxtasis. Nuestros cuerpos se convulsionan al unísono y cuando finalmente se calman, dejas que deposite mis pies en el suelo. Nos miramos de nuevo a los ojos, me besas, esta vez tiernamente. Nos separamos y arreglamos la ropa.

¿A que piso tienes que ir? – me preguntas.

Al doce ¿volveremos a vernos? – te pregunto yo. Aprietas el botón del ascensor y este arranca.

Sí, por supuesto. ¿A que hora sales?

A las siete – y entonces, no sé porqué la imagen de aquella chica besándote en la estación reaparece en mi mente. -¿Tienes novia? – te preguntó.

No – respondes simplemente mientras el ascensor sube.

Entonces, la chica del otro día en la estación ¿no es tu novia? - el ascensor se detiene y las puertas se abre. Me miras a los ojos y respondes:

No – ríes divertido – no, es mi hermana.

Entonces yo también río divertida al darme cuenta de la equivocación. Salgo del ascensor y me quedo mirándote. Me lanzas un beso con la mano y me dices:

A las siete.

Ni siquiera sé tu nombre, pero que importa. Sé que él es ese hombre que esperaba, lo he visto en sus ojos y eso me basta.

 

Erotikakarenc (Autora TR de TR).