Cristales rotos
El suelo está lleno de cristales, rastros de la batalla que ella empezó. Aún me preguntó porque lo hice, porqué dañé su corazón, porque fui tan vil que sólo pude hacerle daño cuando ella es... es lo mejor de mi vida. Y ahora esta habitación vacía me parece un témpano helado sin ella, sin su olor, sin su ropa, sin sus pasos caminando y resonando sobre suelo. Y la cama es sólo un nido vacío, vacío de ella, vacío de sus gemidos, esos que me hacían sentir el más dichoso de los hombres por tenerla sólo para mí. Y ahora ella se ha ido, precisamente porque mancillé nuestro nido de amor cometiendo una locura, la mayor locura de mi vida. En el fondo me lo merezco, sí, sólo yo soy el culpable de que ella haya salido huyendo de mi vida como un gato herido. Sé que no debí hacerlo, pero la debilidad humana es más fuerte que la razón, a veces.
Aquella noche, los ojos negros de aquella mujer me hechizaron, y como empujado por el deseo me acerqué a ella, la invité a una copa y después de la primera vino la segunda y luego la tercera y al llegar a la cuarta ella me invitó a buscar un lugar más privado y yo me perdí en sus ojos negros. La invité entonces a venir a mi casa, estaba sólo y no pensé que Jennifer volviera aquella noche, esa fue mi mayor locura, mi peor error. Caminamos medio embriagados por el alcohol por las estrechas calles que llevaban a mi casa, llegamos a mi bloque y tras subir al ascensor, el primer beso estalló entre nosotros. Tras el beso, le siguieron las caricias y al llegar a mi piso ambos estábamos ya medio desnudos. Ebrios de deseo entramos en el piso. Las prendas fueron cayendo al suelo una tras otra, mientras los besos y las caricias se sucedían y como podíamos avanzábamos hasta la habitación. Caímos ya desnudos sobre la cama, mi sexo ardía, el suyo quemaba, éramos dos cuerpos sedientos de sexo. Sentí la humedad de su entrepierna cuando mi verga choco con su vulva, me introduje entre sus piernas, todo su cuerpo se estremeció al sentir como rozaba sus labios y ya no pude parar, aunque algo dentro de mí me decía que aquello no estaba bien, ya sólo pensaba en terminar, en derramarme en su interior, en dejar que mi deseo se desbocara sobre aquel hermoso cuerpo de mujer, a veces creo que era el diablo que vino a tentarme. Luego ella se colocó sobre mí y cabalgó como una experta amazona, dándome el placer que yo deseaba, haciéndome sentir su humedad y la mía, su deseo y el mío. Y así, ambos calmamos el ansia que teníamos por poseernos mutuamente, y estallamos casi al unísono en un maravilloso orgasmo. Y fue justo después, cuando nuestros cuerpos empezaban a calmarse tras el orgasmo cuando la vi. Allí, plantada en la puerta estaba Jenny, mi dulce ángel, observándome con los ojos llenos de lágrimas y odio, de tristeza y asco y no se me ocurrió otra cosa que decir la tan socorrida frase de: "Jenny, esto no es lo que piensas" pero si lo era, claro que lo era, le había engañado con otra mujer, había buscado sus besos y sus deseos en el cuerpo de otra mujer y había mancillado nuestro nido.
Después de eso, ya nada fue igual, tardé una semana en saber algo de ella y cuando la vi, le pedí perdón, y no sé porque razón, supongo que por amor, ella me perdonó, pero ya nada fue igual; la traición estaba ahí, y sus miedos aumentaban día a día. Cada vez que nos amábamos sobre nuestro nido de amor, una extraña mirada de dolor se dibujaba en sus ojos, hasta que hoy todo el dolor estalló entre sus manos. Gritó, me preguntó porqué y no supe que responderle, sólo supe decirle que la amaba.
¿Amor?, tú ni siquiera sabes lo que es el amor – me dijo simplemente ella. Y tras eso hizo la maleta y se marchó.
Y ahora mi corazón llora por ella, sufre por ella porque sé que no va volver, que ya no hay vuelta atrás y que la he perdido por una estupidez, por un deseo que quemó mi alma en una noche de locura.
Erotikakarenc (Autora TR de TR) Texto de la licencia
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