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EROTIKA. RELATOS Y PENSAMIENTOS

AMANTES

AMANTES

 

Su cuerpo desnudo pegado al mío, mis senos erectos rozando su pecho y su excitación creciendo entre mis piernas a un ritmo vertiginoso. Cuando lo recuerdo no puedo evitar esbozar una sonrisa. Ha sido la mejor noche. En realidad, nuestra primera noche juntos.

Nos costó decidirnos y encontrar un día y un momento para estar juntos, lejos de todo y de todos. Solos, él y yo. Pero por fin pudimos fijar una fecha, un lugar, un momento para nosotros dos. Y hacer realidad aquel deseo.

¿Sabéis? Me encanta seducirle y sé que a él le encanta que le seduzca, pero es que no lo puedo evitar, es tan dulce, tan bello por dentro, tan tierno, que despierta mis más hermoso instintos primarios y mi poder de seducción. No puedo evitar desplegarlo ante él.

Todo empezó como un juego, pero poco a poco fue convirtiéndose en un fuego que nos quemaba a ambos y teníamos que apagar. Y aquella noche sería el momento de tratar de apagarlo o hacer que ardiera aún más.

Quedamos en un hotel a medio camino entre su casa y la mía. Recuerdo que me puse un vestido negro, de tirantes, que me había comprado un par de semanas antes. Era muy elegante y con un buen escote, tanto por delante como por detrás. Quería causarle buena impresión e indudablemente, seducirle. Cuando entré en el vestíbulo del hotel, él me estaba esperando sentado en uno de los sillones del hall. Al verme me sonrió, su cara se iluminó con un brillo especial. Estaba guapísimo. Llevaba un traje color beig con una camisa blanca. Me acerqué a él.

¡Hola! Estás guapísima. – Dijo. Me rodeó con sus brazos y nos besamos.

Me sentí tan segura y a gusto que desee que no me soltara nunca más.

Cuando nos separamos me preguntó:

¿Subimos?.

Claro – Respondí. – Vaya pregunta.

Lo decía por si preferías cenar algo.

No, cielo, ahora sólo tengo ganas de ti. – Le dije restregando mi cuerpo contra el suyo en un movimiento casi imperceptible a simple vista.

Nos dirigimos a la recepción, y tras pedir una habitación y dar los datos, nos dirigimos al ascensor. Una vez dentro, volví a pegar mi cuerpo al suyo, nos abrazamos y seguimos besándonos mientras nuestras manos recorrían nuestros cuerpos. El ansia nos devoraba.

El ascensor paró y salimos de él. Nos dirigimos hacía la habitación. Estabamos felices y rebosantes de alegría. Nuestro deseo más escondido se haría realidad esa misma noche en aquella habitación. Él metió la llave en la cerradura y la puerta se abrió. Cerramos y entonces me abrazó con fuerza, volvimos a besarnos. Por fin estabamos solos, a resguardo de todo y de todos, solo él y yo.

Cogiéndome de la mano me arrastró hasta el interior de la habitación. Y sin preocuparnos por nada más, continuamos besándonos, acariciando nuestros cuerpos. Él me bajó la cremallera del vestido mientras yo le quitaba la americana y le desabrochaba la camisa. Me quitó los tirantes del vestido y lo dejó caer al suelo, en tanto que yo hacía lo mismo con su camisa. Su pecho perfecto y casi sin bello se mostró ante mí. Deseaba pegarme a él, sentir su piel junto a la mía, y sabía que él también lo deseaba. Nos conocíamos muy bien, después de tanto tiempo juntos, ambos sabíamos lo que el otro deseaba cada segundo. Por eso, él se situó a mi espalda, poniéndome frente al espejo que había a los pies de la cama, sobre el escritorio. Me desabrochó el sujetador mientras yo observaba nuestra imagen en el espejo y sentía como mi sexo se humedecía. Cuando me hubo quitado el sostén, pegó su cuerpo al mío y posó sus manos sobre mis senos empezando a masajearlos suavemente, mientras me besaba en el cuello, en esa zona donde sabe que si la roza con su boca me derrito. Mi respiración cada vez era más fuerte, más rápida, más entrecortada, porque cada vez le deseaba más. Ví una de sus manos deslizándose por mi vientre, la metió por entre mis braguitas y la llevó hasta mi sexo. Entreabrí las piernas para que pudiera acceder más fácilmente. La imagen que veía en el espejo me excitó aún más. Si hubiera tenido una cámara no me hubiera importado inmortalizar aquel momento.

¡Uhmmm, qué húmeda estas! – Me susurró al oído.

Ya sabes que contigo es algo inevitable, cielo.

Mordió el lóbulo de mi oreja y mi cuerpo se estremeció por completo. Su sexo pegado a mi culo crecía por segundos a un ritmo vertiginoso. Siguió acariciando mi clítoris y uno de mis senos. Cerré los ojos para concentrarme en aquella maravillosa sensación y recosté mi cabeza sobre su hombro. Me besó suavemente la mejilla y entonces giré mi cabeza hacía su boca y volvimos a besarnos, mientras uno de sus dedos se introducía entre mis húmedos labios vaginales. Gemí al sentir aquel placer tan sublime.

Repentinamente, él sacó su dedo de mi sexo y se apartó levemente de mí. Me bajó las bragas suavemente hasta dejarlas a mis pies. Me mordió una nalga y pegué un pequeño respingo. Volvió a ponerse en pie y me hizo sentar sobre la cama. Me cogió los pies, y quitó el vestido y las bragas de debajo apartándolos a un lado. A continuación, y sujetándome el pie derecho, me quitó el zapato. Deslizó sus manos por mi muslo, hasta alcanzar la goma de la media y la hizo bajar suavemente por mi pierna hasta quitármela. Besó los dedos de mis pies y ascendió beso a beso por mi pierna hasta la rodilla. Repitió la operación con la otra pierna. Se puso en pie frente a mí. Le bajé la cremallera, desabroché el cinturón, el botón y el bulto entre sus piernas se hizo más evidente. Bajé la goma del slip y su pene surgió erecto frente a mí. Lo sujeté con la mano por la base, acerqué mi boca y besé la punta suavemente. Luego saqué la lengua y empecé a lamerlo dulcemente. Él me observaba mientras se mordía el labio inferior. Le miré, nuestros ojos se cruzaron. Chupé el masculino sexo con avidez. Me encantaba aquel sabor, su sabor. Lamí el tronco y descendí hasta la base, luego ascendí de nuevo hasta el glande y me lo introduje de nuevo en la boca para seguir chupeteándolo. Él gemía mientras el fuego de la pasión ardía en aquella habitación.

¡Para! – Me ordenó con evidente excitación.

Obedecí y me hizo acostar sobre la cama con las piernas abiertas. Se puso entre ellas de rodillas y sentí su lengua rozando mi clítoris. Gemí y mi cuerpo se estremeció al sentir aquella caricia. Luego sentí su boca cerrarse sobre mi clítoris y succionarlo. Un nuevo estremecimiento sacudió mi cuerpo. Mi sexo estaba cada vez más húmedo, más excitado y me hacía desearle cada vez más. Su lengua se movía sabiamente por mi sexo, yendo de mi clítoris a mi vagina e introduciéndose en ella. Empezó a martillear mi clítoris con la lengua, mientras introducía un par de dedos en mi vagina. Aquello me excitó aún más, haciendo que mi sexo pareciera un mar inundado de jugos, lo que hacía que él lamiera con más avidez. Y a punto de llegar al orgasmo, él se detuvo en sus caricias, se puso sobre mí, me besó en los labios y dirigiendo su sexo hacía el mío me penetró. Mientras lo hacía, sus ojos miraban fijamente a los míos, nuestras miradas se cruzaron por enésima vez y pude sentir todo aquel fuego que desprendía su mirada. "Mi sol", pensé, "estaría así contigo eternamente".

Luego empezó a moverse despacio, mientras con sus manos buscaba las mías. Y así, cogidos por las manos, mirándonos fijamente a los ojos y sintiendo nuestros cuerpos pegados el uno al otro, comenzamos a bailar la bella danza de la pasión y el deseo. Él se movía lentamente sobre mí haciéndome sentir su verga entrando y saliendo muy despacio. Mis senos rozaban su pecho y eso hacía que él se excitara más, con lo cual su pene se tensaba dentro de mí.

Repentinamente se detuvo. Y abrazándome me instó a rodar sobre la cama, pegados, para que yo quedara sobre él. Volvimos a entrelazar nuestras manos y entonces fui yo quien empezó a cabalgar sobre él, a moverme para sentir como su pene resbalaba por mi vagina hasta llegar a lo más hondo de mí, llenándome por completo. El ritmo de nuestros cuerpos fue acompasándose poco a poco, sintiéndonos el uno al otro. Notando el calor inconfundible de nuestros cuerpos amándose. Por fin juntos, unidos en una danza perfecta de amor, deseo y placer. Yo me movía lentamente y sentía como su cuerpo se templaba debajo de mí. Su boca pegada a mi oído me indicaba que estaba disfrutando, pues gemía y suspiraba sin cesar. Yo también gemía sintiéndole dentro de mí, sintiendo como su verga se hinchaba en mi interior. Y en aquel lento camino hacía el placer empecé a sentir como el éxtasis se concentraba en mi sexo y explotaba estrujando el viril miembro masculino, que no tardó mucho en tensarse y explotar también. Nuestros cuerpos se convulsionaron a la vez durante unos segundos, hasta que el orgasmo terminó para ambos. Nos quedamos unos segundos inmóviles, abrazados, hasta que decidí acostarme a su lado.

Recosté mi cabeza sobre su pecho mientras él pasaba su brazo por detrás de mi espalda y me abrazaba contra él. No dijimos nada. No nos hacían falta las palabras. Con cada mirada de aquella noche, de aquel momento, sabíamos lo que el otro sentía.

Desperté un par de horas más tarde. La luz del amanecer empezaba a iluminar levemente la habitación y pude verle acostado a mi lado, dormido. En su rostro había una expresión de tranquilidad y felicidad que me puso a cien con sólo mirarle.

Sabía que sólo nos quedaban unas pocas horas de aquella noche y no quería desperdiciarlas. Así que me pegué a él, que estaba boca arriba, y besé suavemente su mejilla. Él ni se movió, por lo que decidí acariciar su sexo por debajo de las sabanas, y este enseguida reaccionó. Aquello me animó a seguir, y decidí meterme bajo las sábanas. Llegué hasta su sexo que aún estaba un poco fláccido y sujetándolo con una mano, empecé a lamerlo. Enseguida empezó a reaccionar, al igual que mi amante, que empezó a despertarse y gemir. Sentí sus manos sobre mi cabeza, empujando para que siguiera con el trabajo, mientras yo lamía el glande. Ambos volvíamos a estar a mil, deseosos de repetir el combate de unas horas antes. Lamí con vehemencia, engullí aquel glande y lo chupé como si fuera un chupa-chups. Lengüeteé el tronco y me detuve en los huevos, lamiendo primero uno y luego el otro. Volví a ascender por el tronco hasta el glande y volví a chuparlo. Él gemía y se retorcía excitado hasta que tiró de mi pelo y me suplicó que me detuviera. Lo hice y me recosté a su lado.

Frente a frente, ambos de lado, nos miramos a los ojos. Él pegó su cuerpo al mío. Subí mi pierna hasta apoyarla en su cadera y noté como su sexo erecto rozaba mi húmeda vulva. El fuego del deseo había vuelto a encenderse en nuestras entrepiernas. Deseaba que dejara de juguetear con nuestros sexos y me penetrara de nuevo, por eso empujé hacía él. Sin hacerse esperar más, guió su verga hasta mi sexo y muy despacio la introdujo en mí. Ambos empujamos hasta que nos sentimos el uno dentro del otro. Y entonces, él empezó a moverse despacio, haciendo que su pene entrara y saliera de mí. Yo también empujaba hacía él. Entretanto nuestras miradas estaban fijas en la del otro.

Empecé a gemir sintiendo el placer que me proporcionaba. Poco a poco fuimos aumentando el ritmo. Ambos gemíamos, sintiendo nuestros cuerpos pegados. Nuestros labios se unieron en un beso de lenguas luchando por encontrarse y sentirse. Pasé mis brazos por detrás de su cuello y le abracé, momento que él aprovechó, para acostarme boca arriba sobre la cama y quedar sobre mí. Entonces, le abracé con mis piernas también y sentí como su sexo se endurecía cada vez más dentro de mí.

Sabía que le encantaba sentir mi cuerpo pegado al suyo, mis senos rozando su pecho y mi respiración excitada en su oído. A mí también me encantaba. Aquello hacia que ambos nos excitáramos cada vez más. Hasta que mi vagina empezó a contraerse presa del orgasmo, estrujando su verga entre sus paredes y haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera. Pocos segundos después también él alcanzaba el éxtasis. Su sexo se hinchaba dentro de mí y su blanco y caliente semen me llenaba. La unión completa se había consumado. Y él cayó rendido sobre mí. Nos abrazamos fuertemente y luego se acostó a mi lado. Nos quedamos un rato descansando hasta que ambos decidimos levantarnos. Teníamos que marcharnos, volver cada uno a su vida y dejar aquel sueño aparcado en aquella habitación hasta la próxima vez que pudiéramos tener ocasión para repetirlo.

Nos vestimos y abandonamos la habitación. Una vez en recepción, él pagó y me acompañó hasta mi coche que tenía aparcado a unos metros del hotel. Me abrió la puerta caballerosamente y antes de que yo entrara nos besamos y me preguntó:

¿Cuándo podremos repetirlo?

No lo sé. Espero que pronto. Te quiero. – Le respondí acariciando su suave mejilla y mirándolo a los ojos.

Yo también te quiero mi princesita.

Me subí al coche y él cerró la puerta. Se quedó en la acera observando como mi coche se alejaba y deseé volver con él, pero no podía, mi vida me esperaba.

 

Erotikakarenc

 

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3 comentarios

kitarosem -

Cómo te pudo detener..... criminal, asesino, no puedo creerlo, quién quiere detener a una mujer cuando esta entre tus piernas?
no, y no y no y no y no.....
Jajajajajaja el conde de Sade. ël no más la puede detener.

Erotikakarenc -

Muchas gracias Eros, espero que sigas leyendome.

eros -

Interesante propuesta narrativa. Mucha pasión y mucho erotismo... ingredientes que me encantan