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EROTIKA. RELATOS Y PENSAMIENTOS

DESPEDIDA DE SOLTERA.

DESPEDIDA DE SOLTERA.

No puedo, no puedo casarme con él. Sí, sería un gran papelón dejarlo plantado ahora, aquí, en el altar, pero es que no me puedo casar con él. Después de lo que me sucedió anoche con aquel chico....No puedo.

¿Quieres casarte con Conrado? – Me pregunta el concejal por segunda vez, pero no puedo contestar.

No. – Acierto a decir por fin, mirando al apuesto concejal a los ojos.

Un gran "Ooooohhhh" se oye en la sala, Conrado me mira con cara de sorpresa.

Lo siento, pero no puedo. – Le digo y echo a correr hacía el final de la sala.

Salgo a la calle y busco un taxi, enseguida veo uno, lo hago parar y entro.

¿Dónde la llevo señorita?.

No sé, lejos de aquí.

El taxista arranca justo antes de que Conrado llegue a la puerta del taxi. Detrás de él, el guapo concejal le sigue. Él es el culpable de que a última hora me haya arrepentido de seguir adelante con esta boda. Porque gracias a él he comprendido que realmente no amo a Conrado, le quiero pero no me llena, hay muchas cosas de él que no acaban de llenarme, no me siento plenamente satisfecha con él. No siempre puedo ser yo con Conrado y eso lo descubrí anoche, en brazos de otro hombre.

Conocí a Conrado hace diez años, yo por entonces tenía 15 y el 17, lo nuestro surgió como cualquier relación adolescente; nos conocimos en una discoteca, nos gustamos y empezamos a salir y desde entonces, siempre hemos estado juntos. Hace un año ambos decidimos dar el paso definitivo hacía nuestro futuro y casarnos. En ese momento yo estaba convencida de que quería a Conrado y que él era el hombre de mi vida, con el que quería compartir el resto de mis días, pero desgraciadamente anoche me di cuenta que todo lo que creía sentir por Conrado no era lo que realmente deseo.

El taxi recorre algunas calles mientras yo trato de pensar, de analizar los acontecimientos de las últimas 14 horas. Todo empezó a las diez de la noche. Había quedado con Fina y Paqui, para tomar algo y salir a dar una vuelta. "La última salida de solteras" dijo Paqui. Primero fuimos a cenar al mismo lugar donde vamos cada fin de semana con Conrado, Alberto y Toni, nuestros novios. Tras la cena fue Fina la que propuso ir a aquella discoteca, alegando:

Dejémonos llevar, dejemos que los tíos se acerquen a nosotras, que bailen, que nos deseen. Hoy es una noche para disfrutar.

¿Y si alguno quiere ligar? – Pregunté.

Pues te dejas llevar, hoy todavía eres soltera, la noche es joven y llegado el momento eres tú quien decide si quiere ir a más o dejarlo. – Respondió Fina.

Y tenía razón, no había nada de malo en bailar con un chico y dejarse querer un poquito por él, luego, llegado el momento en que él quisiera ir más lejos, yo era totalmente libre de decirle que no, que estaba comprometida y que no podía serle infiel a mi novio, ya que me casaba al día siguiente. Pero lo malo es que todo lo que pensaba en ese momento se desmoronó cuando tuve a César enfrente, pidiéndome que nos fuéramos a un lugar más íntimo. Pero no adelantemos acontecimientos.

Entramos en la discoteca y enseguida algunas miradas masculinas se centraron en nosotras, a pesar de lo llena que estaba la sala. A mí me encanta bailar, así que al escuchar la música, irremediablemente empecé a moverme el ritmo de las notas y poco a poco fui avanzando hacía la pista, mientras Fina y Paqui se quedaban fuera observando. No pasó mucho tiempo antes de que un par de tíos se pusiera a bailar a mi alrededor, tratando de que yo les prestara atención, pero ninguno de los dos me atrajo lo suficiente para seguirle el juego. Así que seguí bailando. Pero repentinamente, al alzar la vista hacía adelante unos ojos grises se cruzaron con los míos y sentí una extraña corriente eléctrica que recorría mi cuerpo y una irremediable atracción que me llevaba a desear que aquellos ojos grises me observaran el resto de la noche. El poseedor de aquellos ojos se acercó a mí, era un chico de pelo castaño, alto, y bastante guapo, al menos a mi parecer.

¿Puedo bailar contigo? – Me preguntó amablemente con su dulce voz.

Me gustó aquella forma tan galante de actuar, así que sin pensarlo le dije que sí. Empezamos a bailar, primero manteniendo cierta distancia que poco a poco y a medida que pasaban los segundos se iba acortando, hasta que nuestros cuerpos empezaron a rozarse irremediablemente. Me sentía atraída por aquel chico y deseaba que fuera a más. Sentí como con su mano cogía la mía y mirándome a los ojos me decía:

Ven.

Me sacó de la pista y al pasar junto a Paqui y Fina, esta última me guiñó un ojo. El chico me llevó hasta el reservado y nos sentamos en uno de los cómodos sillones que había allí:

¿Quieres tomar algo? – Me preguntó el chico.

No. ¿Cómo te llamas? – Le pregunté.

César, ¿y tú?.

Paula.

No dijimos nada más. Sus labios se enredaron con los míos y no pude resistirme, porque en realidad deseaba a aquel hombre, deseaba sentir su cuerpo desnudo pegado al mío, sus suaves manos recorriendo mi piel, su sexo dentro del mío.

De repente sentía que no existía nadie más en el mundo, excepto él y yo. Así que me dejé llevar, su lengua buscó la mía y la mía buscó la suya. Mis manos recorrieron su espalda por encima de la ropa y las suyas abarcaron mis senos y los apretaron suavemente. Empecé a sentir como mi sexo se humedecía al notar como su sexo, debajo de una de mis manos, se hinchaba. Tras aquel intenso beso nos separamos y él me miró a los ojos.

¿Vamos a un lugar más íntimo? – Me preguntó.

Vale. – Acepté.

Salimos del reservado y al ver a mis amigas le dije:

Espera tengo que avisar a mis amigas.

Me dirigí hacía ellas y acercando mis labios al oído de Fina le dije:

Voy a dar una vuelta. No me esperéis, ya me acompañará él a casa.

Vale. Pero ten cuidado, recuerda que tú pones el límite. – Me avisó Fina.

Pero en realidad en aquel momento no deseaba poner ningún límite, quería ir hasta el final con César y nada me iba a detener.

Salimos de la discoteca y nos dirigimos hasta su coche. Cuando llegamos a él, César me apoyó sobre la puerta del copiloto y me besó de nuevo con pasión. Pegó su cuerpo al mío y pude sentir su sexo crecido pegado al mío. Enredé mi pierna por detrás de su culo y lo apreté contra mí, mientras seguía besándolo salvajemente, como si fuera la última vez en mi vida que besara a alguien. Sentí como subía la falda de mi vestido e introducía su mano por mis braguitas en busca de mi deseoso clítoris, lo rozó levemente y todo mi cuerpo se estremeció. Luego deslizó sus dedos hasta mi vulva y me penetró con ellos, volví a temblar. Entonces César separó sus labios de los míos, me miró fijamente a los ojos; creo que él supo perfectamente lo que yo deseaba en ese momento y como lo deseaba, así que separándose de mí, me hizo poner de espaldas a él. Oí como se bajaba la cremallera del pantalón. Me bajó las bragas bruscamente y sentí como su cuerpo se pegaba al mío y como su sexo intentaba abrirse camino hacía el mío, como su pelvis se pegaba a mis nalgas desnudas, y como de una estocada me penetraba.

Ambos gemimos y nos quedamos unos segundos quietos, sintiéndonos. Deseaba que aquel momento no terminase nunca. Apoyé mis manos sobre el cristal y él me sujetó por la cintura y empezó a moverse muy despacio, haciendo que su sexo entrara y saliera de mí. Yo empujaba hacía él, quería que fuera más rápido, que me diera ese placer que tanto deseaba y se lo hice saber. Él aceleró sus movimientos. Yo empecé a empujar hacía a él y en pocos minutos ambos nos movíamos como caballos salvajes en busca del placer supremo. Los gemidos, los movimientos, mi sexo llenándose del suyo, el suyo entrando y saliendo de mí y el imparable camino se iba acortando cada vez más hasta que sentí como se derramaba en mí, justo en el mismo instante que los músculos de mi vagina apretaban la masculina verga, explotando en un maravilloso orgasmo. Cuando ambos dejamos de convulsionarnos y nos serenamos, César se separó de mí. Nos vestimos y abriendo la puerta del coche, me hizo entrar en él.

Durante una buena parte del trayecto permanecí callada, pensando. Acababa de serle infiel a mi novio, después de 10 años de total fidelidad, y justo unas horas antes de nuestra boda. Pero no me sentía mal por ello, todo lo contrario, miraba a César y me daba cuenta de que no nos hacían falta palabras para entendernos, para saber lo que quería el otro, que con sólo mirarnos a los ojos descubríamos hasta el más intimo deseo.

Me llevó hasta su casa. Tras aparcar el coche en el parking del edificio, no pude evitar acercar mi boca a la de él y volver a besarle, nuestras manos empezaron a recorrer nuestros cuerpos por encima de la ropa. Sentí su mano sobre mi rodilla, la acarició suavemente y poco a poco fue deslizándola por mi muslo, hasta mi nalga que sobó y apretó a su antojo. Cosa que empezó a excitarme, haciendo que mis bragas se humedecieran de nuevo. Estaba a punto de echarme encima de él cuando me dijo:

Vamos a mi casa, estaremos más cómodos.

Bajamos del coche y nos dirigimos al ascensor. Mientras subíamos en él, continuamos comiéndonos la boca, porque no era simplemente besarnos lo que hacíamos, sino que nos devorábamos, nos comíamos el uno al otro, mientras nuestras manos se movían sin control sobre el cuerpo del otro por encima de la ropa, intentando desabrochar, introducirse, buscar, palpar... Llegamos al ático, recobramos la compostura y salimos del ascensor. El deseo seguía creciendo entre nosotros. César sacó las llaves de su bolsillo y las introdujo en la cerradura, mientras yo detrás de él, le acariciaba el culo y esperaba a que abriera. Abrió la puerta y un olor a casa limpia me invadió. Entramos y César cerró la puerta. Yo decidida intenté entrar hasta el comedor, pero a medio pasillo, César me cogió del brazo, me detuvo y me acorraló contra la pared. Sus labios volvieron a hundirse en los míos y nuestras manos de nuevo recorrieron imparables el cuerpo del otro, pero esta vez, desabrochando camisas, quitando prendas, hasta que ambos quedamos en ropa interior. Noté su sexo duro pegado a mi vientre y no pude evitar acariciarlo. Él metió una de sus manos dentro de mis braguitas y acarició mis nalgas, llevó uno de sus dedos hasta mi ano y lo acarició. Mi cuerpo se estremeció. Metí la mano por dentro de su slip y palpé el erecto miembro, deseaba tenerlo en mi boca, besarlo, mamarlo, así que me agaché frente a César, él me miró expectante, y pude descubrir que él también deseaba aquello. Le quité el slip y liberé su verga. Acerqué mi lengua y lamí el glande. Él suspiró. Y metí el glande en mi boca, empezando a chuparlo como si fuera un helado. Sus manos se enredaron en mi pelo, que suelto caía sobre mis hombros. Empezó a dirigir mis movimientos, mientras yo lamía y chupaba aquella exquisitez. Aquello era algo que pocas veces solía hacerle a mi novio y generalmente lo hacía cuando él me lo pedía, pero con César todo era tan diferente, me sentía libre y capaz de realizar cualquier acto sexual. Me sentía libre y liberada.

Sentí como la verga de César empezaba a hincharse en mi boca y entonces, él tiró de mi pelo suavemente y me hizo poner en pie. Volvió a besarme con furia y seguidamente me hizo poner de cara a la pared, me desabrochó el sujetador y me lo quitó, sentí la fría pared rozando mis senos y eso me excitó aún más. Su boca rozó mi oído y sentí como su mano, acariciaba una de mis nalgas y como introducía uno de sus dedos por mi raja. Mi cuerpo se tensó y suspiré fuerte. Noté la caliente piel de su capullo buscando un lugar entre mis nalgas y volví a suspirar y entonces le dije:

Ten cuidado.

Acercó su boca a mi oído y me preguntó:

¿Eres virgen por ahí?

Afirmé con la cabeza a lo que él añadió:

Entonces vamos a la habitación, lo haremos con más calma. – Y me cogió en brazos para llevarme hasta su cama.

No sé porque, pero con él lo quería todo. Con Conrado nunca me atreví a pedirle que practicáramos el sexo anal, aunque me moría de ganas por hacerlo, había oído decir a mis amigas que era genial, pero nunca me había atrevido a pedírselo a mi novio y ahora estaba dispuesta a hacerlo con un completo desconocido.

Me depositó en la cama y situándose a mis pies empezó a besarme con dulzura, desde los dedos hasta ir subiendo beso a beso por mi pierna. Mi piel se erizaba con cada beso. Al llegar a mis muslos muy despacio me hizo girar poniéndome boca a bajo. Sentí su lengua lamiendo mis nalgas suavemente, mientras uno de sus dedos se abría camino entre mis nalgas, haciendo que mi sexo se excitara. Con el dedo empezó a masajear mi ano, que enseguida empezó a reaccionar. Comencé a sentir el placer que aquella agradable caricia me causaba, que unida a las caricias que realizaba con la otra mano sobre mi clítoris, hacían que mi sexo se llenara con mis jugos. Y entonces, César introdujo uno de sus dedos en mi ano y empezó a moverlo dentro y fuera, el placer adquirió una nueva dimensión para mi desconocida anteriormente y creció cuando César introdujo otro dedo. Al sentir como penetraba, mi cuerpo se convulsionó fuertemente y no pude evitar emitir un grito de placer. Siguió moviendo ambos dedos, cada vez más velozmente, hasta que finalmente alcancé el orgasmo. Cuando dejé de estremecerme, César sacó un preservativo y un tubo de crema del cajón de la mesita, y me pidió que le pusiera el preservativo. Así que se tumbó sobre la cama. Me deslicé hasta su miembro. Lo así con la mano y empecé a lamerlo, mientras dejaba el preservativo a un lado. Acerqué la lengua al glande y lo lamí suavemente, lo introduje en mi boca y empecé a chuparlo, mientras acariciaba el tronco con la mano. César se convulsionó, mientras apretaba mi cabeza con sus manos. Seguí chupando durante un rato, hasta que noté que estaba a punto de correrse. Le puse el preservativo y me quedé en cuatro sobre la cama. Él cogió la crema y se situó detrás de mí. Yo estaba nerviosa. Sentí como sus dedos empezaban a acariciar mi ano con suavidad, embadurnándolo con la crema. Introdujo uno y lo movió dentro y fuera unas cuantas veces. El ligero dolor inicial que había sentido iba dejando paso al placer con cada una de las caricias que César aplicaba. Un nuevo dedo entró en mi ano lo que me provocó una fuerte convulsión. Mi esfínter empezaba a reaccionar agradablemente a las caricias. César movió los dedos dentro y fuera, cada vez más velozmente, logrando que mi respiración se tornara jadeante. Cada vez me gustaba más aquello y deseaba más, e irreconociblemente me oí suplicándole a aquel extraño:

¡Métemela ya, venga!

César no se hizo esperar, noté como su verga chocaba contra mis nalgas y mi cuerpo se estremeció una vez más, sentía como palpitaba mientras en mi mente imaginaba la escena. Mi amante colocó la punta en la entrada de mi ano, una vez untada en la crema, y muy despacio empezó a vencer la resistencia inicial de mi agujero. Sentí como muy lentamente iba entrando. César me sujetaba por las caderas y de vez en cuando se detenía, esperaba unos segundos y luego seguía introduciendo aquel mástil, hasta que noté como sus huevos chocaban con mi vagina. Permanecimos inmóviles un rato y luego él comenzó a moverse lentamente, haciendo que su verga entrara y saliera de mí. Poco a poco mi ano fue acostumbrándose y empezó a contraerse apresando la verga, el placer fue creciendo a medida que César empujaba una y otra vez. Sentía su verga hinchándose dentro de aquel estrecho agujero. Y en pocos segundos un maravilloso orgasmo, como nunca antes en mi vida había tenido explotó, haciéndome estremecer sin remedio y estrujando la polla de César que no tardó mucho en correrse también.

Cuando ambos dejamos de convulsionarnos, caímos rendidos sobre la cama. César se quitó el preservativo, me abrazó y nos quedamos dormidos.

Desperté unas pocas horas después. El sol empezaba a entrar por las rendijas de la persiana de la habitación. Estaba un poco desorientada pero al sentir aquel olor a aftershave recordé donde estaba. César seguía dormido. Miré el reloj que había en la mesita. Eran las siete y faltaban sólo un par de horas para que la peluquera llegara a mi casa para peinarme. Iba a ser el gran día de mi vida y yo acababa de despertarme en la cama de un extraño, después de haber pasado la noche con él y haber tenido la mejor experiencia sexual de mi vida.

Me vestí deprisa, tratando de hacer el menor ruido posible para no despertarle. No me apetecía darle explicaciones y además no había futuro para nosotros.

Llegué a casa medía hora más tarde y procurando que nadie notara que había pasado la noche fuera me dirigí a mi habitación. Otra medía hora más tarde el espectáculo empezaba para mí. Traté de poner buena cara, de disfrutar el momento pero poco a poco me iba dando cuenta que no era aquello lo que quería, que Conrado no podría satisfacerme nunca como lo había hecho César aquella noche. Ese pensamiento fue gestándose en mi mente durante toda la mañana, hasta que en aquel instante en que tuve a César frente a mí, con su cara de sorpresa mirándome y pareciéndome preguntar si era aquello lo que deseaba, me acabó de convencer que estaba cometiendo una locura y por eso salí corriendo y huí.

Pero tendré que volver, en algún momento tendré que volver y aclarar las cosas con ambos, pero mejor será pensar en eso mañana...

Erotikakarenc

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1 comentario

HELIOS -

Me ha gustado muchísimo, es lo que yo tendría que haber hecho con mi mujer… jajaja. Salir corriendo… No siempre se tiene el valor de decir la verdad.

HELIOS