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EROTIKA. RELATOS Y PENSAMIENTOS

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El diablo viste de mujer

El diablo viste de mujer

Sus claros ojos azules me miran desde allá abajo, mientras ella, de rodillas frente a mí sexo erecto, lo toma entre sus manos, lo observa, lo acaricia y todo mi cuerpo vibra. Parece un ángel venerando a Jesús. Soy consciente de que esto no debería estar pasando, pero esta mujer es como un diablo. Cuando me mira con sus intensos ojos azules sólo deseo esto, poseerla, hacerla mía y ahora está a punto de suceder. Sus senos están fuera de la blusa, por que yo se los he sacado hace un rato, e indecentemente me los muestra; veo como se mueven arriba y abajo al compás de su respiración. Son tan hermosos, blancos, lechosos, suaves. No negaré que parte de la culpa de que esto esté sucediendo es mía, sobretodo porque debía de haberme negado desde un principio, pero no he podido evitarlo, aunque lo he intentado, no he podido. Sus ojos azules, su voz suave, su cuerpo lleno de curvas, sus movimientos sensuales, me han embrujado y me han llevado a esta situación, me han obligado a acariciarla, a desnudar sus senos, a masajear su sexo húmedo, a empujar su boca hacía mi sexo desnudo. Y ahora, su boca está lamiendo el tronco de mi sexo, siento su húmeda lengua paseando por él de arriba abajo; y mirando al cielo gimo mientras pido perdón a Dios por este sacrilegio. Su cálida boca apresa suavemente mi glande y lo chupetea, un espasmo sacude todo mi cuerpo, tengo que apoyarme en la mesa que tengo tras de mí para no caer. Sus manos acarician suavemente mis huevos y temo que toda esa cadena de caricias desencadene un potente orgasmo, pues hace mucho que no me desahogo.

En un momento de lucidez, trato de apartarla, pero parece dispuesta a terminar el trabajo. Sigue lamiendo y chupeteando mi tronco, llega a los huevos y también los lame, se mete uno en la boca y yo suspiro, luego hace lo mismo con el otro y lo chupa, estoy a punto de explotar, lo siento, por eso enredo mi mano en su cabeza, trato de enchufarle otra vez mi miembro en su dulce boquita, cayendo en las garras del demonio que la posee, y empujo para que chupe. Ella lo hace con verdadera veneración, con esmero y siento como en mi cuerpo explota el orgasmo haciendo que todo mi ser se tensé, y mi sexo expulse el ansiado néctar que ella traga con hambre. Cuando dejo de convulsionarme siento mis piernas flaquear y me dejo caer al suelo frente a ella, que parece feliz. Me sonríe, coge mi cara entre sus manos y me estepa un apasionado beso en los labios haciéndome sentir el sabor de mi sexo. Cuando nos separamos le susurro, algo asustado:

Esto no debería haber pasado, Ángela.

Ella posa su dedo en mis labios.

Lo sé, pero ha pasado y tú lo deseabas tanto o más que yo.

Se levanta y se coloca bien las tetas dentro de la blusa, mientras me dice con tono jocoso:

Levántese, padre Damián que si alguien le descubre de esta guisa pondrá el grito en el cielo – y me mira con pillería.

Sus curvas me embrujan, de nuevo el pensamiento de follármela sobre la mesa pasa por mi cabeza, pero trato de quitármelo inmediatamente, aunque su endiablada figura me llama y me tienta…

Erotikakarenc Texto de la licencia

ALGO DIFERENTE

ALGO DIFERENTE

La observo mientras fuma frente a la ventana. No es que sea una chica especial, quiero decir que no es nada del otro mundo, no es muy guapa, pero tampoco es fea. No es alta, pero tampoco es baja, es una chica normal como cualquier otra, pero yo tampoco soy nada del otro mundo, también soy normal, bastante normal. Pero que importa como seamos si lo importante es lo que pasó. Lo importante es que aquella noche no sé como, terminamos haciendo algo que jamás pensé que ella y yo acabaríamos haciendo, algo diferente a todo lo que habíamos hecho antes con otras parejas. Ni siquiera recuerdo el momento en que me fijé en ella y empecé a verla como algo más que una simple amiga.

Pero la cuestión es que acabamos en esta habitación, y... ni siquiera sé por donde empezar. Yo jamás había hecho algo como aquello, y menos con alguien como ella. No sé como surgió todo, creo que me dejé llevar, ambos nos dejamos llevar. Primero cuando ella me sacó a bailar, la seguí y me dejé llevar por ella; luego, al sentir su cuerpo pegado al mío, y ese calor intenso que me transmitía, también me abandoné a ella y finalmente, cuando me pidió que nos fuéramos a un lugar más tranquilo también me dejé llevar. Por eso me llevó hasta esta habitación (su habitación) y yo me dejé. Sabía que a ella le gustaban aquel tipo de numeritos, porque ella misma me lo había contado alguna noche de confesiones a la luz de las velas; y me dejé hacer, me dejé llevar por ella. Entramos en la habitación y tras cerrar la puerta, me acorraló contra esta y me besó con pasión. Sus labios rozaron los míos y el resto del mundo desapareció para mí, traté de concentrarme sólo en ella, en sus labios dulces, en sus manos que empezaban a quitarme la camiseta. Mis manos se deslizaron hasta sus hinchados senos que acaricié muy suavemente por encima de la semitransparente blusa que llevaba.

Cuando nos separamos y pude observar la habitación, me quedé de una pieza. Aquello era demasiado para mí. Había una silla en el centro, con correas en los reposabrazos y en la parte baja de la silla, a la altura de los tobillos. En un rincón junto a la ventana había una cama de matrimonio, y justo debajo de esta, a los pies una mesa llena de vibradores, consoladores, esposas, arneses, etc. Gabriela se acercó a la silla, acarició uno de los reposabrazos muy suavemente con su mano izquierda y poniéndose detrás de esta, me miró fijamente a los ojos y me dijo:

- Anda, siéntate.

Le miré expectante y nerviosa, mientras me acercaba y sus ojos me miraban con picardía. Me senté en la silla mientras nuestras mirada seguían fijas la una en la otra, como si quisieran escudriñar los pensamientos del contrario. Intuía lo que iba a pasar y en otras circunstancias lo hubiera rechazado, pero aquella mujer, con sus intensos ojos verdes, me atraía enormemente y por eso le obedecí. Nada en aquel momento me hubiera podido convencer de lo contrario, deseaba obedecerla, seguir su juego y jugarlo con ella. Tras sentarme, Gabriela se puso frente a mí, acercó su boca a la mía y volvió a besarme; sus labios me supieron a miel, haciéndome estremecer de deseo, luego sentí como descendían por mi torso desnudo, hasta mi pezón, que atrapó entre sus dientes y lo mordisqueó levemente. Sentí como mi cuerpo se estremecía con el contacto de sus dientes sobre mi piel y gemí cerrando los ojos. Siguió descendiendo, lamiendo mi piel con su lengua, hasta que arrodillándose frente a mí, llegó a los pantalones. Desabrochó el cinturón, mientras su mirada pícara, chocaba con la mía excitada; estaba guapísima con aquella expresión maliciosa y traviesa, con su largo pelo rubio cayendo a un lado. Su cara era todo un poema de rimas perfectas y por primera vez la veía tan hermosa y distinta a otras veces, era como si mis ojos la miraran de otra manera. Me bajó la cremallera del pantalón, y me lo quitó, mientras yo elevaba el culo para facilitarle el trabajo.

Mi cuerpo se quedó desnudo, ya que casi nunca llevo ropa interior, sólo en ocasiones especiales. Gabriela me miró con deseo y acercó sus dedos a mi sexo y lo tocó durante unos segundos, los suficientes para hacerme temblar de deseo, pero enseguida me ató las correas de los reposabrazos y luego las de los tobillos. Me quedé inmóvil, esperando que ella actuará. Yo la observaba y su cuerpo de curvas perfectas me iba llevando poco a poco al infierno de la pasión. Entonces empezó a contonearse frente a mí, quitándose la ropa sensualmente. Se desabrochó la falda de tubo que llevaba y la dejó caer al suelo, mientras sus caderas se movían de un lado a otro haciéndome desearla más y más. Se desabotonó la blusa sin dejar de mirarme fijamente a los ojos y moviéndose como si bailara al son de una imaginaria música, se la quitó y la dejó caer a un lado con suma delicadeza. Se giró de espaldas a mí, su retaguardia era perfecta, marcada por su columna vertebral y un culito que sobre salía en una curva perfecta que me hacía desear llevar mis manos hasta él para tocarlo, acariciarlo y amasarlo, pero no podía, las ataduras me lo impedían. Acercó sus manos al corchete del sujetador y se lo aflojó, volvió a girarse de cara a mí, sujetando el sostén con las manos. Se bajó un tirante, luego el otro y finalmente, cogió el sujetador y me lo tiró a la cara y antes de que cayera sobre mis piernas pude oler su aroma de mujer. Sus pechos redondos y firmes quedaron libres, y no pude evitar lamer mis labios resecos. Deseaba a aquella mujer como nunca había deseado a ninguna otra, quería hacerle el amor, hasta que gritara de placer, hacerla mía por primera vez, pero las ataduras me impedían levantarme de la silla y eso aún aumentaba más la sensación de deseo.

Su siguiente movimiento, tan estudiado como los anteriores, fue meter un par de dedos por la goma de las braguitas y dar una vuelta sobre sí misma, mientras movía su culo como una bailarina mora al son de la danza de los velos. Se quedó de espaldas a mí, y muy suavemente se bajó las braguitas, mostrándome su redondo y hermoso culo desnudo. Yo estaba a mil, cada vez la deseaba más, ansiaba meter mi boca entre aquellos dos cachetes, llevar mi lengua hasta su vulva y lamer, sentir el sabor de su sexo en mi boca y hacerla vibrar. Totalmente desnuda ya, se giró hacía mí tapándose el sexo con las manos. Y diciendo:

-¡Tachán! - Las apartó, mostrándome su depilado sexo.

Suspiré sintiendo el deseo quemando en mi entrepierna, y la miré fijamente. Era preciosa y sólo quería que se acercara a mí y me acariciara o me hiciera algo, cualquier cosa, quería sentir su piel pegada a la mía y su aliento junto al mío. Como si leyera mis pensamientos se acercó, acarició mis rodillas, se postró frente a mí y sus manos ascendieron por mis muslos hasta llegar a mi sexo que empezó a acariciar y manosear mientras mi cuerpo se erguía, se daba a ella, se dejaba hacer. El deseo por ella era cada vez más fuerte, a pesar de que para mí aquello era algo incomprensible, jamás había sentido tanto deseo por ninguna otra mujer. Sentí su boca sobre mi sexo, su lengua lamiéndolo y un estremecimiento cruzó mi cuerpo. Me senté al borde de la silla, con las piernas abiertas, para acercar mi sexo a su boca y facilitarle el acceso. Sus labios calientes sobre mi ardiente sexo, me hacían estremecer y estuve a punto de correrme, pero ella muy sabiamente, se apartó cuando oyó como mis gemidos se aceleraban y mi cuerpo se convulsionaba violentamente. Me desabrochó las ataduras y me dijo:

- Ven, mejor vamos a la cama.

Una vez más la obedecí y la seguí. Hubiera ido al mismísimo infierno por ella y más en aquel momento. Se tendió sobre la cama, y se acarició el cuerpo de arriba a abajo de un modo lascivo, como si quisiera atraerme hacía ella.

- Anda, dame placer, cariño - me dijo.

Me puse sobre ella sintiendo su piel ardiente y desnuda pegada a la mía, me sentía en la gloria. Luego la besé en los labios y fui descendiendo despacio, beso a beso, desde su boca, por su cuello, su hombro, hasta su pecho, en el que me entretuve chupeteando y lamiendo su pezón, mientras con mis mano lo estrujaba suavemente, tratando de mimarlo. Lo saboreé y lamí, como si fuera un niño pequeño tratando de sacarle todo el jugo. Ella gemía y se retorcía de placer, vi como su piel se erizaba; estaba preciosa y me emocionaba pensar que todo aquel placer se lo proporcionaba yo. Continué el camino descendente hacía su ombligo y metí en él mi húmeda lengua, Gabriela volvió a retorcerse de placer, y yo seguí lamiendo, separando sus piernas, hasta llegar a su clítoris. Lo busqué con la lengua y empecé a lamerlo suavemente, rodeando el mágico botón. Gabriela empezó a gemir, sus gritos llenaban la habitación de éxtasis, mientras yo seguía lamiendo, descendía con mi lengua hasta su vagina y la introducía sintiendo el gusto meloso de su sexo en mi boca, un delicioso sabor que sentía por primera vez en mi vida, lo que hacía que me pusiera a mil y deseara más y más cada vez. Volví a lamer su clítoris, mientras introducía un par de dedos en su vagina y empezaba a moverlos dentro y fuera como si fueran un pequeño pene. Gabriela aumentó el ritmo de sus gemidos, mientras su culito golpeaba el colchón con cada embate de mis dedos hacía el interior de su vagina. Empecé a explorar su punto g y a acariciarlo suavemente, intensificando el roce cada vez más, hasta que Gabriela se corrió entre gritos y gemidos de placer. Cuando dejó de convulsionarse se acercó a mí, y me dio un beso en la boca diciéndome:

- Ahora te toca disfrutar a ti, querida.

- Sí, quiero que me folles con uno de esos arneses - le indiqué señalándole la mesa.

- Para ser tu primera vez con una mujer tienes muy claro lo que quieres ¿no, querida?.

La miré con ojos traviesos sin responderle. Ambas sabíamos lo que queríamos y lo que debíamos darnos en ese momento. Por eso aquel encuentro era algo diferente a lo que habíamos hecho antes, porque para ambas era la primera vez que estábamos con otra mujer.

ErotikaKarenc (Autora Tr de Tr) Texto de la licencia

En sus ojos

En sus ojos

El metro está lleno de gente, no cabe ni un alfiler, aún así me aventuro a buscar un lugar donde sentarme pero no lo encuentro, así que me quedo en pie en uno de los pasillos, mirando hacía la ventana, cogida fuertemente a la barra de sujeción. El metro arranca y en pocos segundos entramos en el túnel. La oscuridad, la gente, la gran ciudad sobre nosotros, el ruido del tren.... En menos de un minuto, llegamos a la siguiente estación. El convoy se detiene y entonces te veo. Alto, moreno, ojos negros, guapo. Estás sentado en el banco. Tus ojos se cruzan con los míos y una corriente eléctrica recorre mi cuerpo haciéndome sentir que podría amarte eternamente. Y el deseo crece entre mis piernas, es un cosquilleo que me invade sin remedio y mi mente vuela a miles de kilómetros de allí, otro lugar, un lugar sólo para nosotros dos.

Una cama, dos mesillas de noche y tú y yo, llenando ese espacio vital. Te acercas a mí y me tomas por la cintura. Tu mano acaricia mi mejilla suavemente y con lentitud, como si quisiera retener ese momento en tu memoria. Me miras a los ojos, los tuyo tienen un brillo especial y desde su negra oscuridad me cuentan que me deseas como nunca antes has deseado a nadie. Me besas, te beso, nuestros labios se unen en un beso largo, eterno. Beso de lenguas que se busca, de labios que se devoran, de humedades intensas que se juntas buscándose en este mar de placeres. Cuando nos separamos, te alejas unos centímetros de mí, das unos pasos a mi alrededor, mientras yo me quedo quieta, esperando. Te sitúas detrás de mí y vuelves a acercarte. Pegas tu cuerpo al mío, besas mi nuca y desabrochas el vestido, bajando la cremallera con parsimonia. Me lo quitas, dejándolo caer al suelo. Rozas mi cuello con el envés de tu mano y la dejas caer lentamente por entre mis pechos, hasta mi vientre. Todo mi cuerpo se eriza, tiemblo de placer. Apoyo mi cabeza en tu hombro y cierro los ojos para dejar que las sensaciones me llenen. Tu mano vuelve a ascender por mi cuerpo, resigue mi talle hasta mis senos, me desabrochas el sujetador, me lo quitas y lo dejas sobre la cama. Posas tus manos sobre mis pechos, los masajeas delicadamente, haciéndome estremecer y me pego a ti, tratando de sentir tu virilidad pegada a mis nalgas. Te deseo y con cada caricia haces que el deseo crezca.

Me quitas las braguitas, dejando que desciendan lentamente por mis piernas, que yo abro, y cuando ya me las has quitado aprovechas, para meter tus dedos en mi sexo y acuciarlo suavemente. Una descarga de placer cruza todo mi cuerpo, estoy a mil y te deseo como nunca he deseado a nadie. Me haces recostar sobre la cama, abres mis piernas y acercas tu boca a mi sexo, lo lames, lo excitas, lo amas. Mientras todo mi cuerpo se contrae y estremece sintiendo esa dulce lengua que viaja desde mis labios vaginales a mi clítoris y de mi clítoris a mis labios vaginales; se introduce en mi vulva y lame sedienta, luego vuelve al clítoris y lo chupetea con devoción.

Te pones en pie, y yo me siento sobre la cama. Te desabrocho el pantalón y te lo quito, mientras tú te quitas la camisa. Te quito el slip, dejando libre tu sexo erecto, que me apunta directamente y parece llamarme deseoso de sentirme. Acerco mi boca a él y lo beso, lo lamo, lo excito, lo amo. Acaricio el tronco con la mano, chupo el glande como si fuera un helado y disfruto de cada rincón de ese maravilloso manjar que tanto me gusta. Cuando ya estás suficientemente excitado me tumbo sobre la cama y te invito a que me hagas tuya con sólo una mirada. Tú no lo dudas, te pones sobre mí, guías tu erecto sexo hacía mi húmeda vagina y de un solo empujón me penetras, me haces sentirte dentro de mí y empiezas a moverte, lenta y cadenciosamente, empujando tus caderas hacía mí, te amo y me amas y siento que podría amarte eternamente. Tu cuerpo y el mío se aman, compás de pasión en una noche desesperada, baile de almas que se aman sobre una cama de deseo y placer. Poco a poco nuestro compás se ajusta, nos sentimos mutuamente, hasta que el placer empieza a recorrer nuestros cuerpos y estalla al unísono en ambos.

Y entonces despierto, y tu sigues frente a mí, sentado en el banco de la estación. Una chica que acaba de bajar del metro se acerca a ti, desvías tu mirada de mí y la miras a ella. Te besa en los labios y el metro arranca. Te pierdo de vista y comprendo que nunca más volveré a verte…

Los días pasan y cada vez que paso por esa estación observo detenidamente el andén esperando encontrarte de nuevo, pero día tras días mis esperanzas se pierden en un mar de gente. Hace ya una semana que te vi por primera y última vez y casi he perdido las esperanzas de volver a verte. Pero de repente, hoy en el viaje de regreso a casa…

El metro se detiene en la estación, y te veo, estás allí, de pie, esperando que las puertas se abran, sólo unos cinco o seis metros nos separan y mi corazón empieza a latir a cien por hora. Te acercas a mí y mi corazón empieza a latir a cien por hora, estoy más nerviosa que un flan, tiemblo y… De repente tu mano roza la mía al cogerte a la barra de sujeción, nos miramos, te sonrío, me sonríes pero bajo mi mirada al suelo, un tanto avergonzada. El tren arranca y al hacerlo, pierdo un poco el equilibrio cayendo sobre ti y empujándote.

Lo siento – me disculpó inmediatamente.

No pasa nada – dices tú.

Pero extrañamente nuestras manos se quedan unidas. El contacto de tu piel caliente con la mía me hace temblar. Seguimos así, cogidos de la mano el resto del camino y cuando llego a mi parada me suelto de tu mano y me dirijo hacía la puerta, pero tú me sigues. Sin mirar, camino por la estación, sabiendo que tú me sigues y sabiendo que tú sabes que yo sé que me sigues. Es un juego divertido. Salgo al exterior y justo enfrente de la parada de metro está la empresa donde trabajo. Es un edificio de varias plantas y en cada una hay varios despachos. Entro y tú sigues detrás de mí. Entro en el ascensor y tú entras conmigo y extrañamente, nadie más entra detrás de nosotros. Las puertas se cierran y nos quedamos solos.

¿Por qué me has seguido? – Te pregunto.

Porque me gustas – y sin más, me coges por la cintura y me acercas a ti y me besas.

No puedo creerme que este a punto de pasar lo que hace una semana era sólo un sueño. Así como llevados por una pasión irrefrenable, tus manos acarician mi cuerpo, y las mías el tuyo. Nuestros cuerpos están pegados, se desean con ansia. Me tienes atrapada entre tu cuerpo y la pared. Aprietas el botón de stop del ascensor. Sabemos que debe ser algo rápido, pero no nos importa, llevamos una semana imaginando este momento. Por eso, me subes la falda hasta la cintura, mientras mis manos desabrochan la cremallera de tu pantalón y buscan tu sexo erecto. Un beso sucede a otro y luego otro, nuestras bocas se comen literalmente la una a la otra. Tu mano aparta mis braguitas y busca mi vulva, la acaricias delicadamente comprobando que estoy a cien, dispuesta se recibirte cuando tú lo decides, luego diriges tus dedos a mi clítoris y también lo acaricias, todo mi cuerpo se estremece. Entre tanto, yo he conseguido sacar tu verga de su refugio y la acaricio suavemente, arriba y abajo, haciéndote estremecer y gemir de placer. También yo gimo sintiendo tus dedos hurgando entre mis carnes húmedas de deseo, me estremezco y te deseo. Trató de dirigir tu sexo al mío y tú comprendes perfectamente lo que deseo. Me miras a los ojos, te incrustas entre mis piernas y diriges tu sexo hacía el mío. Me penetras, te abrazo, siento como entras completamente en mí y mientras nuestros ojos se miran fijamente empiezas a moverte, entrado y saliendo de mí, empujando despacio una y otra vez. Te siento, me sientes y nuestros cuerpos arden al unísono en este fuego de pasión que nos ha invadido. Nada importa, nada nos preocupa, sólo tu y yo y el placer de este momento, que poco a poco va dibujando la pasión entre nosotros. Nuestros movimientos se aceleran, el sonido de nuestros gemidos aumenta y se precipita hacía "le petit mort". Siento como te vacías en mí y tu sientes como las paredes de mi vagina estrujan tu pene, alcanzando ambos el éxtasis. Nuestros cuerpos se convulsionan al unísono y cuando finalmente se calman, dejas que deposite mis pies en el suelo. Nos miramos de nuevo a los ojos, me besas, esta vez tiernamente. Nos separamos y arreglamos la ropa.

¿A que piso tienes que ir? – me preguntas.

Al doce ¿volveremos a vernos? – te pregunto yo. Aprietas el botón del ascensor y este arranca.

Sí, por supuesto. ¿A que hora sales?

A las siete – y entonces, no sé porqué la imagen de aquella chica besándote en la estación reaparece en mi mente. -¿Tienes novia? – te preguntó.

No – respondes simplemente mientras el ascensor sube.

Entonces, la chica del otro día en la estación ¿no es tu novia? - el ascensor se detiene y las puertas se abre. Me miras a los ojos y respondes:

No – ríes divertido – no, es mi hermana.

Entonces yo también río divertida al darme cuenta de la equivocación. Salgo del ascensor y me quedo mirándote. Me lanzas un beso con la mano y me dices:

A las siete.

Ni siquiera sé tu nombre, pero que importa. Sé que él es ese hombre que esperaba, lo he visto en sus ojos y eso me basta.

 

Erotikakarenc (Autora TR de TR).

ALGO MÁS.

ALGO MÁS.

Sé que lo nuestro es algo más. Algo más que amor, algo más que deseo, algo más que pasión.

Irene se desliza por la mesa sensualmente, mientras yo la observo, sentado en la silla que hay al final de esta. Su cuerpo menudo, pero bien formado me excita. Su pelo rubio y largo, cae refinadamente sobre sus hombros y baila al ritmo que ella lo hace. Me mira a los ojos con esos ojos verdes que tanto me gustan. Me besa desde la distancia mostrándome sus rojos y carnosos labios. Me vuelve loco Irene.

La música suena en la cadena de música y se extiende por toda la estancia. Sus manos recorren su cuerpo por encima del corto y vaporoso vestido que lleva. Veo sus muslos, firmes y bien torneados, al contraluz de la ventana que hay tras ella. Es preciosa y besaría el suelo que pisa. La amo a pesar de todo.

Ahora acaba de tenderse boca abajo sobre la mesa, con su cara frente a mí, mirándome. Sus brazos extendidos hacía mí. Los cojo y tiro de ellos para acercarla. Su cara queda a unos centímetros de la mía, la beso en los labios. Luego la hago girar, para que sus piernas queden colgando de la mesa frente a mí. Ella se tumba. Abro sus piernas, le subo la falda hasta la cintura y empiezo a besar sus rodillas.

Me encanta su piel sedosa, voy subiendo beso a beso por sus muslos, suaves y tiernos, hasta llegar a su ingle. Ella gime, se retuerce. Sé que está excitada, que me desea. Meto mis dedos por la goma de sus braguitas, blancas e inmaculadas, y las deslizo por sus piernas hasta quitárselas. Me mira expectante, sabe perfectamente lo que voy a hacer pero espera pacientemente, mientras me observa con esa carita traviesa que tanto me gusta.

¡Vamos! – Ronronea impaciente.

Acerco mi boca a su sexo y sacando mi lengua, le doy un suave y rápido lametón a su abultado clítoris. Siento su sabor dulce y salado a la vez, en mi boca. Ella suspira, se estremece y enseguida cierro mi boca sobre su clítoris, empiezo a lamerlo y chuparlo suavemente. Mi sexo se hincha entre mis piernas. La deseo más que nunca y más que nunca será mía. Muevo mi lengua por su sexo, lamo sus labios vaginales, introduzco la lengua en su oscuro agujero y ella gime. Sé que desea tenerme dentro, pero sigo con las caricias bucales. Vuelvo a su clítoris, lo chupo, lo mordisqueo con suavidad y lo rodeo con la lengua, su respiración se acelera ante el evidente síntoma de que va a correrse, por eso acelero mis caricias sobre esa mágica zona. Empieza a gritar y estremecerse presa del orgasmo, mientras yo saboreo sus jugos que salen abundantemente de su sexo. Cuando ha dejado de estremecerse, la hago bajar de la mesa, nos abrazamos y nos besamos. Su mano se pierde entre nuestros cuerpos y acaricia mi sexo por encima del pantalón.

Deslizo mi mano entre su cuerpo y el mío, acaricio su sexo erecto. Aaron suspira excitado. Le miro a los ojos y estos me dicen lo que desea, así que me agacho frente a su entrepierna. Le desabrocho la cremallera, luego el cinturón y por último el botón. Dejo caer los pantalones al suelo y acerco mi boca a su pene. Lo mordisqueo levemente por encima de la tela del slip. Me encanta ese olor que tiene. Con la boca, muerdo la goma del slip y ayudada de una mano lo deslizo hacía abajo tratando de quitárselo y liberar el magnifico instrumento, que se alza altivo y deseoso. Restriego la punta por mi cara, atrapo la verga con una mano y abro la boca. Mientras acerco mi boca al dulce instrumento observo a Aaron que me mira excitado, mordiéndose el labio inferior. Me encanta cuando hace eso, y hace que me excite más. Cierro mis labios sobre el capullo y empiezo a lamer, sin dejar de observar a Aaron que sigue mirándome. Muevo la lengua trazando círculos y chupo la punta. Hago que la polla entre y salga de mi boca. Aaron gime y yo sigo con mi labor. Lamo el tronco y desciendo hacía los huevos. Los chupeteo y me recreo saboreándolos. Estoy tan húmeda que no puedo evitar llevar una de mis manos a mi entrepierna y acariciarme el clítoris suavemente. Suspiro, gimo, Aaron me observa. Sus ojos me piden más. Y yo me pongo en pie frente a él suplicándole: .

Hazme tuya como sólo tú sabes que me gusta.

Aaron no se hace derogar.

 

La hago inclinar de espalda a mí sobre la mesa. Su culito queda expuesto ante mí y ella sabe que eso me encanta y me excita, por eso lo mueve. Esta chica sabe como volverme loco y por eso, no puedo evitar caer rendido a sus pies día tras día. Acerco mi verga erecta a su húmedo sexo y la rozo suavemente contra sus labios vaginales. Irene se retuerce, gime. Sé que me desea, pero quiero alargar este momento. Quiero que me desee aún más. Me inclinó sobre ella y beso su hombro desnudo, lo lamo ascendiendo hacía su oreja, mientras dejo mi sexo alojado entre sus piernas. Llego a su oído y lamo el lóbulo, lo mordisqueo e introduzco la lengua en el pabellón auditivo. Irene se eriza y gime:

¡Aaaaaahhhhh!

Al retorcerse mi sexo choca contra el suyo, que está tan caliente como una tea. Me incorporo y trazo una línea recta con mi dedo índice desde la base de su cuello, siguiendo toda la columna vertebral hasta llegar a la raja de su culo. Ese culo que me vuelve loco y que deseo tanto poseer. Hundo mi dedo en esa raja, la acaricio con suavidad y poco a poco busco el agujero trasero. Lo acaricio suavemente con el dedo, lo introduzco y lo muevo dentro y fuera, mientras Irene se retuerce de placer.

Siento su dedo entrando y saliendo de mi ano. Me encanta que Aaron me haga eso. Nunca, ningún otro hombre me ha hecho sentir tanto placer como él, ninguno conoce tan bien mi cuerpo como él. Sin sacar su dedo de mi ano, siento como acerca la punta de su sexo al mío y como la hace resbalar hacía mi interior. Suspiro, y empujo hacía él para que su verga me entre por completo. Quiero tenerla dentro de mí, quiero sentir ese placer que tanto me gusta sentir. Quiero que me haga morir de placer. Mi cuerpo es suyo y sólo suyo, ahora. Empieza a moverse, primero despacio. Saca su dedo de mi ano y me sujeta por las caderas, poco a poco va acelerando el ritmo como a mí me gusta y empuja cada vez con más fuerza, mientras yo gimo y le grito que quiero más, que la quiero sentir aún más adentro. Ambos gemimos y gritamos. Suspiramos. Nuestros cuerpos se aman en una unión perfecta que sólo podemos lograr el uno con el otro.

Empujo con fuerza, como sé que a Irene le gusta que lo haga. Dejo que mi sexo entre y salga del suyo con rapidez, sin compasión, empujando con fuerza. Siento las húmedas paredes de su sexo apresando el mío y enloquezco al verla moverse como un animal. Me encanta follarla así, mientras observo sus nalgas chocando contra mi pelvis. Me encanta que grite, que disfrute, que tenga todo lo que otros no han sabido darle. Sus jugos se mezclan con los míos, mientras mi mano acaricia su clítoris y ella se retuerce y me grita:

Sí, sigue así cariño, dámela toda.

Y siento que su excitada voz aún me provoca más, por eso empujo con más fuerza hacía ella y siento como las paredes de su sexo se contraen alrededor de mi erecto pene. Sé que va a correrse y yo también, por eso empujo y empujo con más fuerza cada vez.

Empiezo a sentir como mi cuerpo se convulsiona, grito, gimo, exploto en un maravilloso orgasmo, mientras sigo empujando hacía Aaron que también está a punto de correrse. Lo sé porque él también gime y empuja cada vez con más fuerza, volviéndome loca de placer. El roce de su pelvis contra mi culo me enerva y emite un agradable sonido, un golpeteo entre ambos cuerpos. Siento como su semen me llena y nuestros cuerpos se convulsionan a la vez, es el mágico momento, la cúspide de nuestro amor. Poco a poco nos vamos serenando, recobramos la compostura y Aaron se separa de mí.

Ambos nos vestimos, arreglamos nuestras ropas y miró el reloj.

¡Ostras que tarde! ¡Vamos ayúdame a poner la mesa antes de que tu querida mujercita y Toni lleguen!.

Esta bien – Me dice Aaron.

Y entonces empiezo a sentirme culpable, porque Irene, es mi mejor amiga y yo le estoy traicionando, acostándome con su marido...

Sé que no debería hacer esto, que Irene es la mejor amiga de Ana y que entre los dos la estamos traicionando. Además está Aaron, que tampoco se merece esto, pero es que Ana me vuelve loco y no lo puedo evitar. Además, mi matrimonio se ha vuelto tan monótono.....

 

 

Erotikakarenc

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UN SIMPLE MORTAL

UN SIMPLE MORTAL

(No puedo pedirle lo eterno a un simple mortal.

Canción: la tortura. Shakira y Alejandro Sanz)

  Gina, sabes perfectamente lo que debes hacer, no dejes que todo ese odio te queme el alma, porque sabes que no puedes seguir así toda la eternidad.

Mathew tenía razón, no podía seguir como un alma en pena por todos los rincones, sólo porque aquel mortal me había abandonado por su Julieta. Yo sabía perfectamente cual era la venganza que debía ejecutar.

No debes ser compasiva con los mortales y menos con los que te hacen daño, lo sabes.

Lo sé – le dije, me acerqué a él y le abracé.

Mi dulce Mathew, siempre había estado conmigo, desde el principio. Aunque ahora sólo fuéramos amigos, no podíamos vivir el uno sin el otro. Él me convirtió en lo que ahora soy, y creó este lazo indestructible que nos une eternamente. Pase lo que pase, Mathew siempre estará aquí conmigo, a mi lado. Y sé que él tiene razón cuando me dice que, o olvido a ese simple mortal o le sirvo la venganza en un plato muy frío.

Pero tendrás que ayudarme – le dije.

Lo sé, y sabes que lo haré, mi dulce Princesa.

Me encantaba que me llamara así, cuando esa palabra salía de su boca, sentía que nada podía separarme de él.

Entonces lo haremos esta noche. – le anuncié.

¿Estás segura?.

Completamente. Quiero que este fuego deje de quemarme el alma, quiero dejar de sentirme triste y desolada, quiero recuperar mis fuerzas, por eso tiene que ser esta noche, no quiero demorarlo más.

Entonces será esta noche – sentenció mi amado Mathew.

Le conté cual era mi plan y tras eso salimos a buscarle.

El mortal estaba cenando con su Julieta en un romántico restaurante del centro de la ciudad. Reían felices y ajenos a lo que les esperaba. Mathew y yo entramos en el restaurante. El mortal me reconoció nada más verme. Como no iba a hacerlo, hasta hacía un par de semanas habíamos compartido la misma cama varias noches. Me había susurrado al oído que me amaba, que yo era única y especial. Pero ahora estaba en aquella mesa, acariciando la mano de aquella Julieta, diciéndole que la amaba más que a nada en el mundo. Y mi corazón se quemaba oyendo aquello.

Tranquila. – me susurró Mathew al oído, al ver que aquellas palabras me corroían.

Nos sentamos en una mesa, cercana a la de ellos. Mathew se puso dándoles la espalda, frente a mí. Yo podía verles perfectamente desde mi sitio. Un camarero se acercó a nosotros y nos dio la carta.

¿Desean tomar algo?

Dos cafés, muy calientes – pidió Mathew. Evidentemente no nos los tomaríamos, pero debíamos tratar de aparentar la máxima normalidad posible.

Mathew abrió la carta y empezó a leerla (en realidad no la leía, trataba de escuchar y sentir los pensamientos del mortal y su Julieta), yo hice lo mismo.

Cuando nos trajeron los cafés, el mortal pidió la cuenta. El camarero nos preguntó que íbamos a cenar.

Todavía no lo tenemos decidido – dijo Mathew - ¿verdad, querida?

Afirmé con la cabeza, y el camarero abandonó nuestra mesa.

El mortal dejó el dinero en la bandejita que el camarero le había traído la cuenta, y él y la chica se levantaron de la mesa. Mathew y yo esperamos a que salieran del local, entonces también nosotros abandonamos el local.

Les seguimos, hasta que al llegar a una oscura y solitaria calle le dije a Mathew:

Ahora.

Ambos empezamos a volar a gran velocidad, en cinco segundos los atrapamos. Yo cogí a la chica, rodeándola con mis brazos por la cintura. Mathew cogió a Othello (mi dulce mortal), aunque este intentó zafarse de sus brazos, pero sin éxito. Mathew se situó frente a mí, con Othello delante de él, sujetándolo fuertemente por el cuello.

Yo, sin soltar a Julieta, incliné su cabeza hacía la derecha, y con furia clavé mis dientes en su cuello.

¡Noooooooooo! – gritó Othello en un aullido ensordecedor.

Empecé a succionar con fuerza. Y la vi a ella en la cama, con mi dulce Othello entre sus piernas, desnudos ambos, él bombeando contra ella, sudorosos los dos. Les vi jurándose amor eterno.

Miré a Othello, sus ojos vidriosos parecían mirarme con odio, mientras un par de lágrimas rodaban por sus mejillas. Sentí su dolor y el mío, y no puede evitar sentirme triste. Seguí succionando, quitándole la vida a Julieta, para llenarme con esa vida. Sentí las calientes lágrimas de sangre saliendo de mis ojos. Aquello era una locura, pero era mi locura, estaba loca de amor por aquel mortal.

Sentí el último suspiro de vida de Julieta, pasando a través de mis venas y la solté, dejándola caer al suelo, ya moribunda. Me abalancé sobre mi amado Othello y clavé mis dientes en su cuello. Mathew le soltó. Othello trató de apartarme sin conseguirlo, mientras gritaba:

¡Noooo! ¡Noooo! ¡Déjame!.

Pero no le hice caso, succioné su sangre igual que había hecho con la de Julieta, y de nuevo la vi a ella, pero también me vi a mí, y a él. Los dos en la misma cama, amándonos, su sexo dentro del mío, sus manos acariciando mis senos, sus labios besando los míos y su voz susurrándome al oído: "Te amo". Le solté en ese instante, me mordí la muñeca y la acerqué a sus labios:

¡Bebe! – le ordené.

¡No, Gina, no me hagas esto! – suplicó él, mirándome con compasión.

¡Bebe, condenado mortal! – grité enfurecida, poniéndole mi muñeca sobre sus labios para obligarle a succionar.

Bebió hasta que aparté la muñeca de sus labios. Tras eso, Othello cayó al suelo retorciéndose, sintiendo como su cuerpo moría para volver a renacer como un inmortal. Mathew se acercó a mí y me susurró al oído:

Muy bien Princesa, muy bien. – Su mano acarició una de mis nalgas. Sus labios besaron mi cuello desnudo y una corriente eléctrica recorrió todo mi cuerpo.

El deseo empezó a surgir en mi, así que arrastré a Mathew hacía la pared, él se dejó arrastrar por mí, sabía perfectamente lo que quería de él. Sabía que necesitaba aquello y se dejó hacer. Cuando mi cuerpo se pegó al suyo, su sexo ya estaba totalmente erecto. Así que con suma rapidez ambos nos desnudamos.

¡Gina! – gritó Othello.

Pero no le escuché, ya no podía escucharle. Mi corazón ya no le pertenecía, ahora era de Mathew, mi dulce Mathew, mi oscuro príncipe. Su sexo erecto, expuesto ante mi, parecía pedirme que lo devorara, así que acerqué mi boca a él. Mathew puso sus manos sobre mi cabeza, mientras su mirada se perdía sobre Othello.

¡La has perdido, condenado imbécil! ¡Las has perdido a ambas! ¡Te advertí que no le hicieras daño a mi princesa o lo pagarías caro! ¡Ja, ja, ja, ja! – su risa sonó como un estruendo en mis oídos, mientras mi boca se cerraba sobre su erecto pene y empezaba a succionar.

Mis colmillos se deslizaron suavemente sobre la caliente carne, y Mathew se estremeció. Seguía riendo, mientras yo podía comprobar que dejaba de sentir los pensamientos de Othello; ya era un vampiro casi por completo, y sus pensamientos se cerraban para mí, su creadora.

Me concentré en darle placer a Mathew, acaricié sus huevos, mamé su polla y la saboreé.

¡Ven Princesa! – me pidió Mathew, haciéndome poner en pie.

Me cogió por la cintura, me elevó frente a él, aupándome, y me dejó caer sobre su pene erecto, altivo, llenándome por completo. No abrazamos. Sus labios se posaron sobre mi cuello y los míos sobre el suyo. Comencé a moverme sobre su falo erguido, mientras él me sujetaba por las nalgas, ayudándome a subir y bajar. Yo me apretaba contra él una y otra vez, sintiéndole, llenándome de él. Mi cuerpo estaba ansioso de sentirle, de amarle como hacía mucho tiempo que no le amaba. Nos miramos a los ojos. Y él me dijo:

Te amo, Princesa, te amo.

Te amo, mi oscuro Príncipe - le correspondí.

Ambos nos habíamos olvidado ya de Othello, que estaba sentado en un banco, dándonos la espalda, a unos metros de nosotros.

Me sentía llena, y amada, mientras ambos gemíamos y nos estremecíamos de placer, sintiendo la pasión que destilaban nuestros cuerpos. Una pasión única, que sólo podíamos sentir con alguien de nuestra especie.

¡Noooooo! – gritó Othello desde el banco, probablemente estaba sintiendo la pasión que había entre Mathew y yo en ese momento, descubriendo que mi amor por él estaba muriendo dentro de mí y quemándole su corazón.

Yo seguía cabalgando sobre el erecto falo de mi amado Mathew, el fuego de la pasión recorría nuestros cuerpos y nos quemaba dentro. Sentí como su pene se hinchaba dentro de mí, mientras mi vagina le estrujaba. Nuestros movimientos se hicieron vertiginosos y en pocos segundos su esencia se derramó en mi, a la vez que mi cuerpo estallaba en un demoledor orgasmo. Cuando dejamos de convulsionarnos, él me posó sobre el suelo, nos abrazamos y mirándonos a los ojos nos dijimos al unísono:

Te amo.

No vestimos, y entonces, Othello, sentado y abatido sobre el banco, me preguntó:

¿Por qué? ¿Por qué me has hecho esto?

Porque quitarle la vida a ella y condenarte a ti a la vida eterna era el mejor castigo para reparar el daño que me has hecho.

Sabes que no lo hice queriendo.- se justificó.

Si, pero te advertí que amar a un vampiro es duro. Que debía ser para siempre o no podría ser.

Lo sé, pero no podía amarte eternamente. Lo sabes.

Lo sé, en el fondo la culpa es mía. No puedo pedirle lo eterno a un simple mortal.

Ambos nos echamos a llorar. Mathew que estaba junto a mí, me cogió de la mano y me dijo:

Vamos, vámonos de aquí.

¿Y él? – le pregunté – Sabes que sin nosotros no podrá sobrevivir.

Mathew se acercó a Othello y le tendió la mano.

Anda, vamos, tienes muchas cosas que aprender y seguro que pronto encuentras alguna mortal que te ame eternamente.

Othello se levantó, Mathew volvió junto a mí, pasó su brazo por detrás de mis hombros y empezamos a caminar, unos pasos más atrás Othello nos seguía, abatido, mirando el cuerpo inerte de Julieta. Mathew me miró, adivinando lo que estaba pensando (él no podía leer mis pensamientos por ser mi creador) y el cuerpo empezó a arder, desvaneciéndose en pocos segundos. Y juntos los tres nos perdimos en la oscura noche.

 

Erotika, (Karenc)

A 300 POR HORA, DETRÁS DE TI

A 300 POR HORA, DETRÁS DE TI

El semáforo está rojo. A mi lado el formula uno de mi contrincante. Es la tercera carrera de la temporada en la que ambos salimos desde la primera línea. Los motores suenan fuerte y mientras espero que el semáforo se ponga verde, no puedo evitar pensar en ella. Ella y la noche que hemos compartido juntos. La mejor noche de mi vida.

El semáforo se pone naranja. Miró el coche rojo de mi rival y el semáforo se pone verde por fin. Aprieto el acelerador y ambos salimos a toda velocidad. Detrás, el resto de coches nos siguen. En cinco segundos llegamos a la primera curva y el coche rojo se pone delante de mí.

Sigo pensando en ella. Sus ojos verdes, su pelo moreno, largo, su cuerpo perfecto. ¡Qué mujer!. Para mí es la mujer perfecta, aunque muchos dicen que es sólo una más del montón. La primera vez que la vi me quedé prendado y desde entonces no puedo dejar de pensar en ella. Por eso anoche fue una noche especial, única.

McDonalds está a 5 segundos, tienes que acelerar – la voz de mi jefe de equipo me despierta del sueño.

Miro al frente. Es verdad, se ha alejado de mí, así que acelero. En pocos segundos le tengo justo delante, a escasos metros. Mantengo la velocidad y me relajo de nuevo.

Ayer, cuando apareció por la puerta del bar en el que habíamos quedado con el resto de compañeros, estaba preciosa. Llevaba un vestido negro, anudado al cuello, con un amplio escote que dejaba su espalda completamente desnuda. Su pelo recogido marcaba los angulosos rasgos de su rostro. Y sonreía de oreja a oreja, mientras se acercaba a mí.

McDonalds se aleja de mí y vuelvo acelerar, miró por el retrovisor de mi derecha y veo el coche que va detrás de mí, es negro, deben ser Michaels o Federer.

Vuelvo a sumergirme entre sus brazos. Bailábamos tranquilos en la pista de aquella discoteca, cuando me susurró al oído:

Vamos a un lugar más tranquilo.

La miré a los ojos, sorprendido. Una chispa saltó entre nosotros e irremediablemente nuestras bocas se unieron en un cálido beso.

¡Alberto, acelera de una puñetera vez! – me grita por el auricular la potente voz de Octavio.

Miro al frente. McDonalds se ha alejado nuevamente de mí. Así que aprieto el acelerador, corro hasta alcanzarle y tenerle a sólo unas milésimas de segundo. La rueda de su coche, casi roza la mía. Paso por la recta de meta y veo el letrero que me indica que aún me quedan cincuenta y tres vueltas.

Después de ese beso nos despedimos de nuestros compañeros y abandonamos la discoteca, rumbo al hotel. Al llegar allí la pasión fue imparable, justo desde el momento en que entramos en el ascensor nuestras manos buscaron el cuerpo del otro.

Acelero de nuevo al ver que McDonalds se aleja de mí. Aprieto fuertemente el acelerador, mientras recuerdo las manos de Mary recorriendo mi cuerpo, apretándome las nalgas con fuerza. El ascensor llega al último piso. Salimos al pasillo, tratando de mantener la compostura. Suelto el acelerador y freno, al llegar a la curva más peligrosa del circuito. Michaels se acerca a mí. Calculo que debe estar a unos dos segundos, por lo que al salir de la curva vuelvo a acelerar.

Llegamos a la habitación. Tras entrar, de nuevo nuestras manos recorren nuestros cuerpos. Me vuelve loco esta mujer y la velocidad también, por eso corro tratando de alejarme de Michaels y de acercarme a McDonalds, mientras los labios rojos de Mary se dibujan en mi mente, recordando como se cerraban sobre mi sexo desnudo, como engullían mi pene hinchado, como resbalaban hacía abajo. Mis manos sobre su cabeza, empujando, ayudando a sus movimientos y mi garganta gimiendo de placer.

Tengo que concentrarme en la carrera, no puedo seguir pensando en ella, la erección es monumental bajo mi mono. Sí, tengo que concentrarme en McDonalds y Michaels, tengo que acelerar y adelantar a ese coche rojo antes de que acabe esta carrera, y no darle ninguna oportunidad al coche negro que me sigue. Sí, será lo mejor.

¡Pero Dios, no puedo!. Su sonrisa pícara vuelve a surgir de la nada, sus manos sobre mis huevos, masajeándolos, y su mirada de tigresa pidiéndome que enterrara mi boca entre sus piernas. Y no lo dudé dos veces, lo hice y su cuerpo se convulsionó al sentir mi lengua sobre su clítoris. Será mejor que siga corriendo y deje de pensar en eso o tendré un accidente, además Michaels se acerca peligrosamente.

Bien, en esta recta será mejor que acelere y quizás en la próxima curva pueda adelantar a McDonalds.

Chico, es hora de repostar – me avisa Octavio.

Bien, eso me irá bien para despejarme, para olvidar a la preciosa Mary. Llego a la recta de meta y entro en boxes. Mis mecánicos están esperándome. Freno y me sitúo en mi lugar. El chico mete la manguera e inevitablemente el recuerdo de mi lengua penetrando el húmedo sexo de Mary me envuelve.

Bien, chico, adelante – me dice el jefe de mecánicos.

Aprieto el embrague, pongo la primera y cuando el letrerito de "no brake" se levanta, salgo disparado hacía el final de la recta. Voy acelerando poco a poco y me incorporo justo detrás de Michaels, que aún no ha repostado.

El sabor de Mary sigue en mi boca. Su sexo húmedo y palpitante, se derramaba en mis labios, mientras sus gemidos se extendían por la habitación. Había alcanzado su primer orgasmo. Acaricié las curvas de su cuerpo.

Giro el volante hacia la derecha, Michaels está delante de mí y McDonalds delante de él. Ahora no puedo relajarme, seguramente en la próxima vuelta pararán a repostar, así que debo estar en la carrera con los cinco sentidos. Aunque me resulte difícil dejar de pensar en esas suaves manos de mujer, acariciando mi piel. ¡Qué manos más suaves!. Y sus labios, rojos, perfectos, ni muy gruesos, ni muy delgados.

Llegamos a la recta de meta, veo como Michaels y McDonalds entran en boxes, debo acelerar y tratar de pasar delante de ellos, de los dos. Acelero, corro, y la imagen de Mary vuelve a dibujarse en mi mente. Su cuerpo desnudo entre mis manos, su piel suave, su pelo largo y negro. Con mi mano reseguí sus caderas, acaricié su sexo, busqué su clítoris y lo masajeé.

McDonalds sale de boxes justo detrás de mí, y a poco segundos, Michaels le sigue. Soy primero, si mantengo el ritmo podré terminar la carrera en esta posición.

Seguro que Mary estará orgullosa de mí.

Sus labios besaban los míos, mientras mi mano exploraba su humedad. Se estremecía, gemía y se retorcía sobre la cama. Y yo me sentía afortunado por estar en brazos de una diosa. Introduje un dedo dentro de su vagina, luego otro, y ella seguía arqueándose sobre la cama. Mi sexo estaba erguido y duro, como nunca antes había estado. Deseoso de poseer a aquella bella mujer.

Vuelvo a pasar por la recta de meta. Un cartel me avisa que McDonalds y Michaels están a 5 y 7 segundos respectivamente. Acelero un poco, para poder relajarme después.

Y lo hice. Me situé entre sus piernas, guié mi erecto falo hacía su húmedo sexo y con mucha suavidad, la penetré. La miré, sus ojos brillaban de deseo y pasión, de amor. La besé y empecé a moverme despacio, dentro y fuera de ella. Sentía el calor de su piel pegada a la mía, sus manos acariciando mi espalda.

Miro por el retrovisor. McDonalds me pisa los talones. Tengo que acelerar. Aprieto el acelerador, corro. Tengo calor, veo a la gente gritando, sacudiendo sus banderas. Me encanta sentirme el vencedor, el primero, el número uno, aunque sólo sea por unos segundos. Me concentro en la carrera. Cada vez falta menos para la última vuelta.

Mi cuerpo seguía penetrando a mi dulce amor, la mujer de mis sueños. Poco a poco mis movimientos se iban acelerando y ella gemía, se estremecía, se convulsionaba. Me mordía, y me arañaba. La pasión bailaba entre nosotros.

Paso por la recta de meta, y un letrero me avisa que sólo me queda una vuelta, la última vuelta, y McDonalds y Michaels siguen detrás de mí. Acelero, llego a la curva, giro el volante, freno un poco, salgo de la curva, vuelvo a acelerar.

Y su cuerpo se deshacía debajo del mío, sus besos intensos, devoraban mi boca. Mi sexo se hinchaba dentro de su vagina, que se contraía alrededor de él. Nuestros cuerpos perfectamente unidos, sobre la cama, dibujando corazones de pasión en el techo de la habitación. Su cuerpo explotó entre mis brazos, el mío le siguió uno segundos más tarde. Ambos gemimos, estremeciéndonos, y cuando por fin, dejamos de hacerlo, nos miramos a los ojos.

Te amo – le dije.

Te amo – repitió ella.

Y nos abrazamos.

Alcanzo a la recta de meta, acelero y llego al fin, la bandera de cuadros hondea con fuerza. La gente grita ensordecedoramente. He ganado. Voy frenando y saludo a un lado y a otro. La gente se levanta, aplaude, grita. Estoy eufórico y el premio no puede ser mejor. Entro en boxes, McDonalds entra detrás de mí. Aparco el coche, me bajo, me quitó el casco, mientras McDonalds baja de su coche, se quita el casco y aunque su largo pelo está mojado por el sudor, está preciosa, mucho más que ayer por la noche. Me acerco a ella, la abrazo, la beso.

Felicidades, cariño – me susurra al oído mientras los fotógrafos se acercan a nosotros.

Ya puedo ver los titulares de mañana: "Beso de campeones".

He ganado esta carrera, pero el mejor premio es haber ganado su corazón.

Erotika. (Karenc)

UN DIA CUALQUIERA.

UN DIA CUALQUIERA.

Pi, pi, pi... el despertador suena, es la hora de levantarse. Lo apago y a la vez siento como Candela se gira hacía mí, apoya su cabeza en mi hombro y me susurra:

Buenos días. – Mientras su mano se cuela por el agujero de la bragueta del pantalón del pijama y empieza a acariciar mi sexo.

Candela, que ahora no tengo tiempo de eso. – Protesto.

¿Cómo que no? ¡Venga, uno rapidito! – Dice subiéndose sobre mí.

Es por esas cosas que me casé con ella, siempre es capaz de sorprenderme.

Pega su cuerpo semidesnudo al mío y su sexo descubierto roza el mío que poco a poco va despertando. No tengo más opción que ceder, a fin de cuentas, me excita tenerla sobre mí con la camisa de dormir por la cintura y su sexo bailando sobre el mío.

La beso, me besa, y mis manos se pierden sobre las curvas de su cintura, hasta llegar a sus nalgas. Las aprieto con fuerza mientras nuestras lenguas pelean dentro de nuestras bocas. Cuando el beso finaliza, Candela se pierde debajo de las sábanas, llega hasta mi cintura y me baja el pantalón del pijama. Mi sexo salta como si tuviera un resorte, pero ella lo atrapa con la boca y empieza a lamerlo. Siento su boca húmeda y caliente alrededor de mi verga y empiezo a sentir el placer que esas caricias bucales me proporcionan. Candela es una experta haciendo eso. Puesto que no tenemos mucho tiempo, vuelve a la posición inicial poniéndose sobre mí, guía mi erecto pene hacía su húmeda vulva y se la introduce con suma facilidad. Suspiro al sentir las calientes paredes de su vagina alrededor de mi verga, ella también suspira y empieza a cabalgarme, primero despacio y después aumentando el ritmo poco a poco. Gimo, gime, nuestros cuerpos se acoplan, se sienten. Ella se mueve sobre mí, cada vez más velozmente, me voy a correr de un momento a otro, siento como mi verga se hincha anunciando el final, también ella está a punto de llegar. Grita cada vez más fuerte y a la par que su cuerpo se convulsiona siento como las paredes de su vagina estrujan mi pene, que explota por fin, llenando su interior con mi leche. Ambos dejamos de estremecernos y Candela se aparta a un lado diciendo:

Ya puedes irte. – Y me sonríe con picardía, sin duda este no será el único polvo de hoy entre nosotros, lo intuyo por la cara que pone.

Me ducho rápidamente y me visto con la misma celeridad, mientras ella sigue en la cama desperezándose.

Llego a la oficina con el tiempo justo, seguro que la reunión ya ha empezado. Me dirijo a mi mesa y cojo los papeles del proyecto. Y corriendo me dirijo a la sala de reuniones. Gracias a Dios aún no ha empezado. Me siento junto a Pablo y sonriendo me dice:

¿Qué, tu mujer te ha atado a la cama?

Pablo y yo somos amigos desde que empezamos a trabajar en la empresa, bueno, en realidad somos algo más que amigos, salimos juntos, vamos juntos de vacaciones, y Candela y Paloma, su mujer, son muy buenas amigas.

Casi, casi. – Le respondo – Pensé que no llegaba a tiempo a la reunión.

Pues has llegado justo a tiempo.

La reunión transcurre con tranquilidad, aunque aburrida, como siempre.

Una hora más tarde, por fin ha terminado la reunión, así que Pablo y yo salimos de la sala y entonces la veo, sentada en su mesa, como cada mañana. Con su precioso pelo rubio recogido en un moño y sus azules ojos fijos en la pantalla del ordenador. Pasamos justo por al lado de su mesa y me mira sonriendo. Es preciosa, la criatura más hermosa que jamás haya visto. Trató de disimular que me he fijado en la sugerente blusa que lleva medio desabrochada, dejando entrever el canalillo de sus sugerentes senos. Esa es la señal secreta que ambos tenemos para que yo sepa que hoy tiene ganas de guerra.

Me siento en mi mesa y abro el messenger, ella está conectada así que le envío un mensaje: "Buenos días, preciosa ¿cómo va? ¿Tienes ganas hoy?.

Ella me contesta inmediatamente: "Ya sabes que yo siempre tengo ganas, así que hoy no iba a ser una excepción". "Esta bien, ya sabes donde tienes que esperarme, iré dentro de cinco minutos." Le respondo. Cierro el messenger y la observo, me mira con cara de picardía y deseo, sonríe felizmente. Se levanta de su mesa y mientras se acerca y pasa junto a la mía, observo sus preciosas piernas, largas y turgentes, enfundadas en unas suaves y finas medias. La veo desaparecer por la puerta que da al pasillo y espero unos minutos, tras los cuales me levanto de mi mesa y me dirijo a la puerta por la que ha desaparecido ella. Recorro el desierto pasillo hasta la tercera puerta de la izquierda. Leo el letrero por enésima vez: "Privado", tan privado que sólo entramos ella y yo cuando nos apetece echar un polvo. Doy un par de golpes con los nudillos y su dulce voz me dice: "Entra". Y lo hago.

Tardo unos segundos en acostumbrarme a la oscuridad y poder distinguir donde esta ella. De pie junto a las escobas, me mira con sus azules ojos. Nos fundimos en un tierno abrazo y mis manos recorren su cuerpo de arriba abajo y de abajo arriba. Mi sexo se pega al suyo teniendo como única barrera la ropa que enseguida empezamos a desabrochar. Ella acerca su boca a mi oído y me susurra:

Hoy no me he puesto braguitas.

Sabe que eso me vuelve loco, por eso lo hace; me conoce tan bien. Con mis manos le subo la falda hasta la cintura, acaricio sus nalgas desnudas y las amaso, luego llevo mis dedos hasta su sexo. La arrastro hasta la pared que tenemos detrás y empiezo a besarla apasionadamente. Subo con mis manos hasta sus senos y los manoseo, le desabrocho la blusa y los observo. Son tan hermosos, blancos como la leche, pequeños y erectos, suaves, y con un pezón pequeño que los corona, me encanta perderme en ellos, chuparlos y lamerlos recordando viejos tiempos de infancia ya pasados. Ella gime cuando le muerdo uno y luego el otro, suspira y acaricia mi espalda con sus manos, pegando su pelvis a la mía. Me desea, lo sé, desea tenerme dentro de ella, lo sé porque ronronea, siempre ronronea cuando me desea. Así que me agacho, la cojo por debajo de las rodillas abriéndole las piernas y la aúpo, ella me abraza por el cuello. Guió mi verga hacía su abierto agujero y ella la guía hacía su interior. Y empezamos el baile del deseo, la batalla de su cuerpo contra el mío por alcanzar el placer supremo. Nuestros cuerpos se acompasan, siento su sexo caliente alrededor del mío, siento su acogedora humedad en mí y sus ojos se cruzan con los míos. Es tan hermosa que podría perderme en sus ojos azules que ahora brillan anunciando la pasión que arde en su interior. Empieza a gemir, al igual que yo. Gemimos ambos, tratando de no hacerlo muy fuerte, para que nadie nos oiga. Acerco mis labios a los suyos y un beso explota entre ambos, empujo contra ella, una vez, otra, y otra, cada vez más fuerte, deseo poseerla para siempre, que sea para siempre mía. Su cara demuestra la satisfacción, el placer que va creciendo entre sus piernas, me araña la espalda y sigue gimiendo.

Vamos campeón – Me anima y empiezo a sentir como mi sexo se hincha y como el caliente líquido seminal empieza a salir.

Uno, dos, tres chorros inundan la vagina femenina justo en el mismo instante, que ella se convulsiona, grita y me abraza con fuerza sintiendo el placer supremo dentro de su sexo.

Cuando deja de estremecerse, la suelto, dejo que pose sus pies sobre el suelo. Nos besamos de nuevo y al separarnos le susurró al oído:

Me vas a dejar seco, Candela.

Ya sabes que si queremos tener un niño hay que aprovechar cualquier momento. – Añade ella mirándome con picardía. – Sobre todo los días fértiles.

Sin duda esta mujer me tiene en el bote, y volvería a casarme con ella sin dudarlo.

Erotikakarenc.